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Política

Carmena y Rajoy: el bucle infernal

La exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, saluda a Mariano Rajoy.

Otra vez en campaña, otra vez a las urnas, otra vez la triste monotonía electoral. El bucle de la política ha derivado en una recurrente pesadilla en la que los escenarios y los personajes se repiten o reaparecen. No son 'jarrones chinos' como los bautizó Felipe González. Son como esos trozos de tocino que no terminan de diluirse y emergen infatigables desde el fondo del puchero. El infierno, al cabo, es la eterna recreación de un hecho, privado de toda posibilidad de convertirse en pasado. Chateaubriand ya anticipó el pavoroso desatino que desde hace cuatro años nos tiene enjaulados.

Mismo decorado, idénticos personajes. Entre el déjà vu y el cul de sac, como diría la ministra Isabel Celaá y su primoroso francés de la rive gauche del Nervión. El pasado siempre al acecho. Retorna Mariano Rajoy, como un guadiana impertinente y sobrevenido. En unos días va a ser el cabeza de cartel de lo que se pretende el Davos español. Uno foro en La Toja, promovido por un hostelero amigo e impulsado por el propio expresidente y su exsecretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro. 

Para evitar que la leche se salga del puchero, Casado le invitó a almorzar esta semana. Dos objetivos tenía el encuentro, dicen en el entorno del joven presidente. Pedirle consejo al sabio gallego sobre cómo se afronta una repetición electoral (Mariano logró salir reforzado de las suyas) y, en segundo lugar, transmitir la idea de centralidad que Casado pretende para su campaña.

Tiene el frente de la derecha liberal bien cuidado con Cayetana Álvarez de Toledo, artista revelación. Ahora lanza la caña en las removidas aguas de Ciudadanos, en esa banda socialdemócrata que también Sánchez pretende para sí. Menos Aznar y más Mariano, parece la consigna 'popular'. En tiempos de crisis económica, el voto se refugia en la derecha. Siempre fue así, bien lo sabe Rajoy, que cosechó una mayoría absoluta que huía del espanto de Zapatero.   

"Hay partido", dicen en Génova. "Ahora el que produce rechazo es Sánchez, "que ha engañado a todos, no sólo a Iglesias, también a los suyos. Nosotros ya no metemos miedo. Nadie se acuerda del trifachito. Ni siquiera se habla de Vox. La fiesta de Gasol, Rudy y Ricky ha cambiado la cara de la plaza de Colón. 

Ahí está Rajoy, el registrador resucitado, dispuesto a entrar de nuevo en campaña. El marianismo palpita y se mueve, el sorayismo tremola por las provincias en forma de caudillos cabreados, Cospedal debuta de columnista en un colorín y hasta Cristóbal Montoro se nos aparece en carne mortal en La Sexta para recordar que llevamos dos años viviendo de sus presupuestos y vamos ya camino del tercero. 

El regreso de la alcaldesa

También retorna Manuela Carmena, aquella infausta alcaldesa de Madrid. Desde hace unos días, su apellido es un rumor. Todo son cábalas. Sánchez la pretende en su colección de affiches electorales. También lo intenta Errejón, sin éxito. Carmena arrastra 400.000 votos, dicen los escrutadores de encuestas. En las municipales de mayo, su plataforma Más Madrid superó el medio millón.  

Carmena, exjueza de 75 años, "se aburre en la vida civil", comenta un podemita que no la quiere bien. Ha vuelto a su tiendecita en Malasaña, donde expende sandalias tapizadas que llaman 'manuelas' y que no son más que las 'manoletinas' de siempre algo tuneadas. Menos se sabe de sus famosas magdalenas, lo más rescatable de su gestión municipal, su sello de identidad, su marca registrada. 

Llegó al Ayuntamiento con trampas y se fue con ellas. Y ahora asoma de nuevo la patita. Sus amigos comentan que ya se ve ministra

Algunos olvidan que Carmena le ganó en los pactos (que no en las urnas) a Esperanza Aguirre, y que nada más llegar al Ayuntamiento se montó en el Metro, se hizo la foto y nunca más volvió a pisarlo. Si con trampas empezó su mandato, con doble trampa lo terminó. Ordenó que no se multara a los infractores de su  polémico Madrid Central, ese invento que prohíbe el acceso al corazón de la ciudad a los vehículos viejos y de pobres.  También disparó el gasto en cien millones de euros en el tramo final de la campaña. Llegó con trampas y se fue con ellas. Ahora asoma de nuevo la patita. Sus amigos comentan que ya se ve ministra. "Eso es un disparate", se excusa cuando se le pregunta en público. En verdad quiere ser defensora del Pueblo según desvelaba Luca Costantini, nuestro experto en asuntos morados. Los madrileños tiemblan. La efigie de Carmena se les aparece sobrevolando la ciudad como la posesiva madre de Woody Allen en su scketch de Historias de Nueva York.

Parece que no quieren irse. Rajoy, tras unas semanas en Santa Pola, brujulea por Madrid, se reúne con sus fieles, enreda y disfruta. Nada nuevo. Todos hacen lo mismo. González, Aznar, Zapatero, la misma historia...  Sólo Leopoldo Calvo Sotelo supo desaparecer con severa dignidad. Dijo Feijóo que estamos en manos de "unos políticos adolescentes a los que les hemos dado un Ferrari con 47 millones de pasajeros". Pero entre los pipiolos imberbes y los retales del pasado cabe imaginar un término medio. No es el retorno de los brujos, es el regreso de los plastas. Por volver, ya hasta vuelve Rosa Díez. Un bucle eterno, una tortura infernal. 

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