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Política

Podemos afronta las elecciones vascas y gallegas con las peores perspectivas en cinco años

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias

Era 2016 y en las elecciones generales de ese año Podemos, el partido que acababa de entrar a formar parte de la política española, ganó los comicios en el País Vasco con más de 330.000 votos (29% de las papeletas). Cuatro años después, los morados afrontan las elecciones autonómicas en esa Comunidad Autónoma con los peores pronósticos desde la fundación. Las encuestas internas y las de los medios de comunicación señalan que serán como mínimo cuarto partido, por debajo del PSOE y muy probablemente con menos de 10 diputados (10% de estimación de voto) en las elecciones regionales del 12 de julio.

Podemos hizo de todo para que estos comicios no se celebrasen tan pronto. Los morados saben que tanto en el País Vasco como en Galicia una caída de los sufragios se interpretará como un rechazo de su electorado al pacto de gobierno con el PSOE. Es decir, a un respaldo indirecto a la crítica de los anticapitalistas y de los que abandonaron el pablismo.

Podemos primero acusó al PNV de estar negociando con el PSOE una fecha electoral a cambio del sí al estado de alarma (un hecho cierto). Luego buscaron señalar al Lehendakari Íñigo Urkullu como responsable de las víctimas de la covid-10 en el País Vasco. Pero ambos movimientos están resultando ineficaces y el partido morado se prepara para unos difíciles comicios en un territorio donde mejor se movía y con el fantasma errejonista todavía presente.

Fuentes de Podemos reconocen en conversación con Vozpópuli que todas las expectativas del partido ahora mismo son bajas. Además, Iglesias obligó a un cambio interno de la cúpula vasca que no convence a muchos cuadros. Y mientras el PNV se consolida y hasta el PSOE crece, Podemos puede convertirse en uno de las grandes perdedores de esas elecciones. 

Cuarto partido en Galicia

En Galicia la situación es parecida. Hace cuatro años, En Marea, la marca gallega de Podemos, se consolidaba como segunda fuerza solo detrás del PP, con el 19% de los votos. En cuatro años ese capital se ha evaporado. Ahora Podemos en Galicia (que se presenta con la sigla Galicia en Común) lucha por mantenerse alrededor del umbral del 8% de votos, y para muchos la crisis del coronavirus le golpeará más de lo esperado. De hecho, la mayoría de sondeos vaticinan incluso el doble sorpasso al Podemos gallego del PSOE y del BNG.

Con Iglesias instalado en el Ejecutivo, muchos en el partido creen que la dirección nacional ni siquiera se involucrará en estas elecciones. El temor a que un mal resultado pueda manchar la imagen de la cúpula está presente, y lo más probable es que el partido ofrezca recursos de campaña digital (como habitual) y los mínimos gestos públicos indispensables. Se espera algo más de presencia de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, figura de referencia del Podemos gallego. 

El problema para Podemos es quedar “arrastrado” por el PSOE, comentan algunos en el partido. El pacto con Sánchez y la situación de emergencia por el coronavirus podría afectar al hermano mayor de la coalición, y señalar los límites de un electorado muy atento a Podemos en el ámbito de la protesta, pero menos indulgente en el espacio de la propuesta.

Iglesias está luchando con capa y espada para poner el sello de Podemos en las medidas sociales anticrisis del Gobierno de Sánchez. En particular, quieren que se le reconozca la autoría política del salario mínimo vital que ha trabajado el ministro José Luis Escrivá (técnico pero considerado de área socialista). Ese esfuerzo le obliga a intentar marcar siempre la agenda política, de la misma manera que ahora lo hace con el impuesto a los ricos, que muy difícilmente el PSOE sacará adelante.

España por primera vez se asoma a un escenario de coalición en la política. Y es posible que no todo sepan que las elecciones de medio término, como las regionales, son esenciales para decantar el futuro del Gobierno y de su equilibrio interno.

Una derrota de Podemos en Galicia y País Vasco implicaría casi de inmediato una pequeña sacudida a favor de los sectores que quieren aislar a Podemos. Más aún si Urkullu puede gobernar sin el apoyo de Podemos o el PSOE, porque entonces es probable que empezará un baile de alejamiento de Sánchez.

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