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Política

Bonig y el futuro del PP valenciano: cómo sobrevivir a una herencia apestada

"Cuidado con lo que decís", advirtió por sms Rita Barberá a Isabel Bonig. Era febrero de este año y acababa de estallar el caso del 'pitufeo' en el Consistorio valenciano. Barberá echaba chispas ante la actitud de la nueva presidenta regional de su partido, Bonig, decidida a limpiar todos los rastros de corrupción acumulados durante años.

Caracterizada por su temple y firmeza, Isabel Bonig tiene ante sí un reto casi imposible. "No se rendirá, está dispuesta a lograrlo, es luchadora y cree en lo que hace", comentan en su entorno. La actual presidenta del PP valenciano ha conseguido, en muy poco tiempo, algunos pequeños logros que le animan en su enrevesada gestión.

En busca del votante perdido

Pese a que llovían los chuzos de punta de la Gürtel, la visita del PP, la 'Taula', en las generales del 26-J logró recuperar casi cien mil votantes con respecto a las del 20-D, y casi 300.000 más que en las autonómicas de mayo del pasado año. Lo que parecía imposible empezaba a enveredarse.

Necesita dar pasos ostensibles de ruptura con la era anterior, la de la pestilencia y el saqueo. Bonig ha sido la primera en reclamar a Génova la celebración del congreso regional, una vez se haya superado el trámite del nacional, previsto para febrero. Quiere, al igual que Cristina Cifuentes,  implantar las primarias, 'un militante, un voto', regeneración a fondo, participación de la militancia, limitación de mandatos. Bonig lloró en público este miércoles al recibir la noticia. Rita era su valedora y habían sido muy buenas amigas. Pero los últimos episodios político/judiciales les había distanciado.

La larga sombra de Barberá había dejado de ejercer influencia en el seno del PP valenciano. Mantenía su relevancia, su recuerdo y algunos contactos. Ya no estaba para intrigas o zancadillas. La exalcaldesa vivía desde hace meses sumida en una depresión creciente. Sola y sin apoyos. Sólo conservó la amistad de Rajoy y Cospedal, los únicos lazos con el partido en el que militó casi tres décadas. La expulsaron sin contemplaciones en aras de la 'credibilidad y la regeneración'. Aznar envió una nota implacable.

Bonig, a quien bautizaron como 'la Thatcher levantina', heredó la dirección regional del PP en unas circunstancias imposibles. Años de escándalos habían anegado la imagen del partido hasta convertirlo en una formación marcada por la sospecha y sin esperanza de futuro. Fabra, el último presidente regional de los populares, perdió su sillón y buscó cobijo en el Senado. Barberá, pese a la victoria en votos, fue desalojada del Consistorio después de seis mandatos y cinco mayorías absolutas. El PP valenciano, buque insignia de la formación, referente ineludible en la estructura orgánica, responsable decisivo en la salvación de Mariano Rajoy como presidente nacional, marchaba hacia su escisión o su desintegración.

Más de la mitad de su grupo parlamentario estaba imputado o era objeto de investigación. "El Bigotes", Correa, Cotino, el Fabra de Castellón, Grau, Rambla, Ciscar... casi todos los nombres de relevancia del equipo directivo, o sus adláteres, estaban señalados o contaminados. Paco Camps, pese a resultar 'no culpable' del surrealista episodio de los 'trajes', seguía con algunos asuntos pendientes con la Justicia. Sólo faltaba Rita. Había salido indemne de una campaña de intenso hostigamiento organizada por Compromís, con complicidades mediáticas muy notorias, bajo el título de "Titaleaks", que fue desestimada en los tribunales. Demasiado ruido y pocas pruebas. También evitó el 'caso Nóos' ya que sólo compareció como testigo. Pero le cayó encima el asunto'Taula', un 'affaire' de ridícula financiación irregular, a mil euros por concejal, que depositó a Barberá ante el Supremo. Y luego, a la calle, fuera del partido. Al escaño del Senado en el grupo mixto, con Bildu y otras glorias patrias.

La moral de la tropa

Con ese panorama, el encargo de Bonig era endiablado. Recuperar la moral de una tropa diezmada y abatida y repescar una parte del grueso de los simpatizantes que escapó rumbo a otras formaciones o, sencillamente, se quedó en casa asqueado por las siglas a la que siempre votó.

Bonig se puso a la faena. Desplazó de sus puestos a altos cargos implicados en el frente judicial. Junto a Eva Ortiz, su mano derecha, otra mujer dura y audaz, afrontó la tarea de sacar a la formación del pozo y recuperar parte del terreno perdido. Rita se enojó con ella, con su 'apadrinada'. No entendía tanta firmeza con quien había sido su equipo en el Ayuntamiento. Todos los concejales de Barberá estaban imputados en la "Taula". Bonig los quería fuera. les pidió las actas, sin conseguirlo. En ello está. Cuenta con el respaldo del nuevo equipo de Génova. Y se ha ganado la simpatía de Rajoy. La batalla será ardua pero cuenta con el desastre de gestión de Tximo Puig y sus socios. 

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