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Política

Arenas y Ayllón, los estrategas de una estrepitosa derrota

Comida del equipo de Soraya Sáenz de Santamaría

En la madrugada del sábado, horas antes de que los aspirantes pronunciaran sus discursos de cierre de campaña, el equipo de Soraya Sáenz de Santamaría se olía ya la derrota. Algunos compromisarios 'emboscados', que ocultaban su voto a los activistas de las dos plataformas en disputa, empezaban a mostrar su inclinación por Casado. El goteo gallego se convertía en un chorro de adhesiones. La mayoría andaluza empezaba a resquebrajarse. 

José Luis Ayllón, exjefe de Gabinete de Mariano Rajoy tras la tocata y fuga de Jorge Moragas, seguía sin embargo convencido del triunfo. Muy de mañana, cruzaba los pasillos del hotel Convención, móvil en ristre, con una sonrisa en su rostro. Faltaba una hora para que Ana Pastor declarar abierta la sesión definitiva del congreso. Ayllón todavía transmitía a su 'jefa' su confianza en la victoria. O, al menos, según algunas versiones, que "todo está muy abierto".

Santamaría ya no estaba bajo los efectos del encantamiento de su fiel 'fontanero'. Cuando se plantó ante el atril del auditorio, ya era consciente de que había perdido. Su discurso, distante y frío (todo leído, hasta alguna anécdota familiar), no logró el vuelco deseado. 

Ayllón controlaba la agenda, repartía los datos, organizaba actos y manejaba los tiempos. El eficaz asesor en Moncloa se mostró como un discreto e improvisado director de campaña. Tenía infraestructura, resortes, medios... Génova y la mitad de la antigua Moncloa remaban a su favor. "Carece de colmillo y no conoce el partido", decían los asesores de Casado.

El joven triunfador tan sólo contaba con ocho amigos, sus móviles, cuatro portátiles, un coche y un chófer. Con tan menguado ejército le dio la vuelta al partido en quince días. "Una proeza épica", comenta uno de sus 'activistas' más cercanos. Ayllón se reunió un par de veces con los periodistas. Aportaba datos y cifras alejadas de la realidad. El más 'sorayo' de los 'sorayos', con el permiso de Alfonso Alonso,  se dio de bruces con la cruda realidad al conocer el escrutinio de las primeras diez mesas. Todas eran para Casado. Las quince restantes, también.

Javier Arenas controlaba la sala de máquinas, teléfono en ristre. Conoce como nadie el partido, en el que milita desde hace casi tres décadas, al que arribó desde el sector democristiano de la UCD. El 'joven Arenas', como lo bautizó FJL, era el incombustible, insumergible, imbatible y eterno dirigente de los populares. Supo hacerse el imprescindible con Aznar y lo siguió siendo con Rajoy. Casado no cuenta con él. 

Un mero espejismo

Con el apoyo de Fernando Martínez Maíllo, el más marianista de los marianistas, coordinador general del partido, pusieron el aparato de Génova al servicio de la candidatura de la exvicepresidenta. Arenas logró una sola victoria en la primera vuelta de las primarias. Consiguió 1.500 votos más que su contrincante. "Me han votado las bases", repetía una y otra vez Soraya. La militancia andaluza se inclinó por ella y, salvo Almería, Córdoba y Jaén, la respaldó en bloque y le otorgó el triunfo en el primer asalto. Un espejismo. 

Se le fue la mano. Arenas, secundado por Antonio Sanz, quien fuera secretario general del PP andaluz, persiguió con ahínco a barones y militantes, a concejales y diputados autonómicos, a compromisarios y concejales. "Una presión insoportable, les mandé a freír espárragos", comentaba un delegado andaluz mientras se procedía al recuento.

Arenas seguirá formando parte de la Ejecutiva en su condición de secretario general del grupo popular en el Senado. Un sillón transitorio. "No puede seguir con nosotros", comenta un 'pablista'. La militancia ha hablado y Arenas ha sido derrotado. De no haberse llevado a cabo las primarias, quizás seguiría en el puente de mando del partido, a la derecha del presidente, como hasta ahora, como siempre. Dolores Cospedal ha consumado, al fin, su esperada venganza. 

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