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País Vasco

Historia y memoria de ETA frente a la falsa lucha entre relatos sobre el terrorismo

Un empleado del Ayuntamiento de Pamplona borra una pintada callejera de apoyo a ETA.

ETA ya se acabó. Pero escribir y comprender su historia es uno de los principales retos que afronta la sociedad vasca. Hay una lucha de relatos, que es ideológica y política, sobre qué fue el terrorismo. El profesor Antonio Rivera, catedrático de Historia en la Universidad del País Vasco, edita un libro que pretende contribuir a acabar con esa lucha. Con argumentos y datos historiográficos. Con hechos incontrovertibles y no con recuerdos personales. Con Historia (con mayúsculas) y no solo con memoria. En 'Naturaleza muerta. Usos del pasado en Euskadi después del terrorismo' (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2018), él y un grupo de historiadores de varias generaciones analizan la historia del terrorismo y la forma en que se cuenta hoy.  

Quizás lo más cómodo sea el olvido. De hecho, Rivera denuncia en el libro que la sociedad vasca apuesta por olvidar por encima de todo. "La voluntad más decidida, puede que hasta mayoritaria, es pasar página, recomponer la sociedad rota, volver al lenguaje comunitario dentro-fuera, mantener la nebulosa sobre lo que pasó -ese derecho de cada cual a su memoria-, evitarse responsabilidades y no poner en peligro el valor que se considera más importante: la paz y su continuidad. (...) Se prefiere el olvido y el "mirar hacia adelante", la hoja en blanco sobre la que escribir el futuro juntos". Pero, recuerda el profesor, "el olvido no supera el pasado, sino que lo convierte en fantasma que vaga entre los vivos hasta que alguno lo reclama para su desactivación". 

De olvidos y falsificaciones

Contra ese olvido y contra las "falsificaciones" de lo que pasó, estos historiadores, que trabajan juntos en el Instituto Valentín de Foronda, decidieron escribir esta obra. A lo largo de ocho capítulos, abordan "la teoría del conflicto" (esa según la cual existe un "conflicto político" con dos bandos enfrentados, ETA y el Estado, que producen dos tipos de violencia), las posibilidades y los riesgos de que las víctimas sean el centro del relato sobre el terrorismo, la represión franquista en el País Vasco o la forma en que la izquierda abertzale narra qué fue ETA. Su intención es alejarse de "esos historiadores partisanos que trababan al servicio de una causa determinada", para lo que siguen la máxima kantiana de "la verdad os hará libres". 

Este grupo de historiadores remarca en la obra que uno de sus principales objetivos es ayudar a evitar cualquier repetición de lo sucedido. No olvidan el viejo aserto según el que un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Recordar el pasado para entender el presente y vacunarse para el futuro. No en vano, el editor del libro afirma en sus páginas que "el modo en que una sociedad quiere contar su historia de ayer dice mucho sobre cómo quiere configurar su futuro de mañana". Rivera charla con 'Vozpópuli sobre algunos aspectos de la obra. 

En el libro, usted dice, partiendo de Todorov, que memoria e historia juegan en ligas diferentes, pero otro de los autores viene a decir que son dos cosas complementarias. 

El material con el que trabaja el historiador está formado por los restos del pasado, entre ellos los propios testimonios. La memoria o el testimonio de alguien que ha sido testigo es material de primera mano para la producción historiográfica. Pero también tenemos que hacer un análisis crítico cuando le ponemos un micro a un testigo, cuyo testimonio puede estar mediatizada por el presente. Memoria e historia son dos elementos íntimamente relacionados pero hay que tener en cuenta que son distintos. Hay otra dimensión distinta que abordamos en el libro, que son las políticas públicas de memoria, que normalmente son gestadas por entidades públicas o privadas. Hay una disputa de los agentes públicos y privados por sacar adelante el recuerdo de la propia experiencia; y hay intenciones nobles e innobles.

En el libro aseguran que la sociedad vasca ha elegido el olvido. ¿Por qué?

Porque todas las sociedades hacen eso. Cuando se nos muere un ser querido, pasamos el duelo. No se puede vivir en el duelo porque te conviertes en un enfermo; cuando lo has metabolizado, intentas fijarlo y enfriarlo, que no sea doliente. La sociedad vasca ha actuado como otras sociedades al salir de un trauma, sobre todo teniendo en cuenta que en la sociedad vasca, cuando se pone a pensar sobre el terrorismo, cada uno se tiene que poner ante el espejo y preguntarse dónde estaba yo. Eso nos hace a todos una fotografía un tanto penosa. Nadie quiere recordarlo.

Estamos en un momento donde se hace una especie de borrón y cuenta nueva, con pocas fuerzas políticas interesadas en insistir en esa memoria; el nacionalismo está muy interesado en que se pierda de vista que era el terrorismo de ETA tenía una raíz etnonacionalista. Las pretensiones de ETA eran las mismas que las del nacionalismo. Hay existe una política pública de memoria tendente al olvido o a la difuminación de las responsabilidades. Es parecido a lo que hizo la sociedad española en la Transición, se trata de eliminar las posibilidades de que el recuerdo del pasado opere como un factor político.

Una de las cuestiones que llaman la atención del libro es que señalan que la Guerra Civil tuvo una escasa incidencia en la creación de ETA, pese a lo que suele decirse. 

En el libro señalamos que ETA sí le da importancia a la Guerra Civil, porque ellos consideran que su terrorismo es una continuidad de la lucha de los gudaris de ayer, como dicen, pero en realidad las cifras no acompañan. Los números sobre la represión en el País Vasco no demuestran que allí fuera donde podía surgir un activismo armado relacionado con la propia guerra. La mortandad en el País Vasco fue mucho menor que en otros muchísimos sitios de España. 

Insisten mucho en que la "teoría del conflicto" puede provocar que "se desvanezcan las responsabilidades" y que incluso en el futuro algunos otros "jóvenes románticos" pueden volver a apostar por coger las armas. Es decir, remarcan que la forma de contar qué fue ETA puede alentar que algo parecido se repita dentro de unos años.

Si no desmontamos de forma racional la teoría del conflicto, esta queda dormida, no eliminada, de manera que dentro de un tiempo, a un grupo de jovencitos, como aquellos de 1958 del grupo Ekin que dio lugar a ETA, se les puede pasar por la cabeza que esto es imposible de aguantar y vuelta otra vez la burra al trigo. Hay que desmontar la teoría del conflicto, hay que hacer un discurso laico: efectivamente hay un problema de inserción del País Vasco en España, como lo hay en otras partes o como tenemos problemas de orden social, pero no hay un solo problema, un conflicto con mayúscula que tenga la capacidad de subsumir todos los demás. Y desde luego no hay un pueblo vasco eterno que se pueda identificar desde hace cientos de años.

¿Por qué acabar con esa teoría es tan difícil?

El problema es que la teoría del conflicto da la base no solo al nacionalismo terrorista, sino a todo el nacionalismo en general. El nacionalismo no asesino vive también de esta teoría del conflicto, de que estamos inevitablemente abocados a que los vascos en su conjunto acaben en una confrontación histórica u ontológica con España; esa es la visión 'sabiniana' según la cual los vascos son los buenos y España es la representación de todo lo malo. Esto es un pensamiento absolutamente infantil pero que ha tenido unas consecuencias dramáticas. Ocurre como con el nazismo: si no desmontamos esas bases, dentro de 80 años alguien puede volver a pensar que los alemanes son superiores a otros pueblos vecinos y cosas por el estilo. La base es exactamente igual.

De ahí la necesidad de los historiadores de recoger todo el material para llegar a la conclusión de que no había ningún argumento ni lógica que explicase que ETA decidiera coger las armas. El País Vasco era la zona de España que presentaba las mejores condiciones económicas. No es cierto que la represión fuera desaforada en los 60 contra todo lo vasco, sino que pasó lo contrario: el activismo de ETA estimuló extraordinariamente una reacción en el tardofranquismo que recuerda los niveles de violencia y represión de la posguerra. 

Rivera se despide con la esperanza de que el libro sea útil. 'Naturaleza muerta' es, según sus autores, una aportación contra el olvido y la mentira. Una visión que parte de la historia y que también utiliza la memoria, que bebe de ella, pero no solo de ella. El espíritu de la obra queda resumido a la perfección en el capítulo escrito por Gaizka Fernández Soldevilla, autor de varios libros sobre esta cuestión poliédrica, resbaladiza y compleja. "No se trata de sustituir unos mitos por otros, ni de instrumentalizar los hechos, ni de adoctrinar, sino de hacer un eventualmente doloroso pero cauterizador examen crítico de nuestro pasado reciente: contar las verdades incómodas, todas ellas, para evitar que queden sepultadas por la desmemoria o por una lectura de la historia interesada y parcial".  

Portada del libro 'Naturaleza muerta'.

 

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