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Opinión

La Zarzuela, el teatro devorado

La Zarzuela, el teatro devorado

Hace muy pocos días se presentaron en las oficinas el Teatro de la Zarzuela el presidente del Patronato del Teatro Real, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis; el director general, Ignacio García-Belenguer, y el director artístico, Joan Matabosch. ¿Qué iban a hacer allí? Pues más o menos lo mismo que hizo mi señorito Augusto cuando visitó Germania: contemplar, con su mejor sonrisa, las nuevas posesiones que le habían conquistado Druso, Marco Vinicio, Tiberio (ay, Tiberio) y sobre todo Germánico. Ver la finca, por así decir.

Desde el viernes 20 de abril, el Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela constituyen una sola y nueva entidad, como bien se encargó de explicar el ministro Méndez de Vigo. Se llama Fundación Nacional del Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela. Es una FSP, esto es, Fundación de Servicio Público. Tan largo y debatido nombre (hubo quien pretendió eliminar el término Real, que lleva ahí desde que se inauguró en 1850, para afrentar a la Corona) no oculta la realidad: estamos ante un hecho de conquista.

El Teatro Real nació en 1850 (y no en 1818) como lugar destinado a la Ópera, fundamentalmente italiana, que era lo que se llevaba entonces. El Teatro de la Zarzuela abrió poco después, en octubre de 1856, como bastión del género lírico fundamentalmente español, la zarzuela. Esto pasa en muchos países. En Francia están la Ópera de París (La Bastille) y la Opéra Comique; en Austria, la Ópera Estatal (la Staatsoper) y la Volksoper, que se dedica preferentemente a la opereta; en el Reino Unido, puedes ir a la Royal Opera House (Covent Garden) o a la English National Opera, donde todas las producciones se cantan en inglés. ¿Ha habido algún problema? Sí, claro que los ha habido, pero ninguno insalvable. Y nadie ha devorado a nadie, que es lo que ha pasado aquí.

Entre los nuevos y flamantes responsables del invento hay quien propuso crear una maravillosa escuela de voces en el Real y poner como profesora a la legendaria Pilar Lorengar, que ya llevaba unos cuantos años muerta

¿Cabe pensar que, después de la conquista de la Zarzuela, todo va a seguir igual que hasta ahora y que solo se trata de mejorar un servicio público? No. No cabe. En la visita de hace unos días, los nuevos emperadores llegaron mandando. Hubo a quien le dijeron que no se preocupase, que seguiría cobrando su sueldo hasta la extinción del contrato, pero que no hacía falta que volviese por el teatro. Hubo quien salió llorando de allí y mirando al cielo, por si acaso veía más buitres volando en círculos sobre la calle de Jovellanos. Esto no va a seguir igual.

Los nuevos emperadores, o por lo menos alguno de ellos, son los que lograron que se volviese a ir de España el hombre que puso de nuevo en lo más alto a la Orquesta Sinfónica de Madrid, titular del foso del Real; uno de los mejores directores de nuestra historia, el recién fallecido Jesús López Cobos. Los nuevos emperadores han hecho patrono del Teatro Real a un personaje tan vinculado al mundo del canto lírico como Miguel Bosé, hombre admirable por muchos conceptos pero al que, ya puestos, bien podrían nombrar director del Instituto de Astrofísica, pongo por caso. Los nuevos emperadores pretendían hacer una maravillosa escuela de voces en el Teatro Real (muy bien) y poner como profesora a la legendaria Pilar Lorengar, sin tener en cuenta un inconveniente muy menor: que la gran soprano llevaba muchos años muerta, desde 1996. Los nuevos emperadores tienen muchas cosas que callar.

Una de ellas son sus intenciones. Lo que en realidad se pretende con esta conquista o devoración de la Zarzuela por el Real podría haberlo dicho don Fernando VII (que puso el 1818 la primera piedra del Real) (pero se inauguró en 1850 con la ópera La Favorita de Donizetti, a ver si se enteran los del cumpleaños felí  de ahora mismo) con su más célebre frase: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda de la privatización y la precariedad”. Eso es lo que sucede en el Real, y si no que se lo pregunten a los del coro (que ya no existe, es un coro subcontradado que se llama Intermezzo), a los de la orquesta y a muchos, muchos más.

Los trabajadores del Teatro de la Zarzuela están temblando. Sus condiciones laborales van a desaparecer y lo saben todos. Es verdad que hay convenios leoninos, como sucede siempre que se abusa de lo público: cada vez que la Zarzuela vende o alquila una de sus producciones a otro teatro, cobra hasta la taquillera, porque así está estipulado; de ahí que muy pocos teatros españoles (el Campoamor de Oviedo, el Villamarta de Jerez y muy pocos más) tengan posibilidad de presentar producciones de la Zarzuela, porque les sale más caro que la campaña de Germania del año 9, la de Varo, al que los germanos le masacraron tres legiones. Y él se tuvo que suicidar.

El utilísimo Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) está al borde de la desaparición, y es fácil que ese sea el siguiente paso

En realidad se trata de lo de siempre: forzar la resistencia de los materiales (en este caso humanos) y tratar de obtener más rendimiento por menos dinero. Y el que diga que no, se va a la calle y se acabó. Otro habrá que le sustituya cobrando la mitad. Y si el nuevo es un tuercebotas que no sabe dónde tiene la mano derecha, pues tampoco se va a notar tanto, que allí hay mucha gente. Eso tiene un nombre: reforma laboral de Mariano Rajoy.

El “real decreto de conquista”, que no era “necesario pero sí conveniente”, se ha acelerado todo lo posible para eliminar posibles resistencias mediante la política de hechos consumados, como dice un informe interior del Ministerio de Cultura. Se habla con toda claridad de “optimización de recursos”, siniestra frase que ya sabemos todos lo que quiere decir, sobre todo cuando los recursos tienen nombre, apellidos, familia y un contrato. El utilísimo Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) está al borde de la desaparición, y es fácil que ese sea el siguiente paso. Y los trabajadores de la Zarzuela se niegan a reunirse con los conquistadores. Para qué.

Y sobre eso de que “todo va a seguir igual, pero mejor”, como dice el ministro Méndez de Vigo… De momento, La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal, no se estrenará el 5 de mayo, porque hay paros convocados en todas las funciones, del 5 al 20. Con las entradas vendidas. De momento, y a fecha de hoy, ya son más de mil las firmas que hay al pie del “manifiesto de notables” (hombres y mujeres de la cultura de toda Europa) en contra de la devoración. Y de momento, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una de las más respetadas instituciones culturales de España, ya ha puesto el grito en el cielo contra la maniobra de los conquistadores y privatizadores.

Quizá más temprano que tarde lleguen nuevos gestores culturales a este país que, viendo la que han preparado estos listos, giman como gimió mi señorito Augusto: “Varo, devuélveme mis legiones…”.

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