Opinión

Por qué los votos se van a Vox

Más del 60% de las cuestiones esenciales que hoy abandera el partido de Abascal como propias pertenecían a Ciudadanos hace unos años

El presidente de Vox, Santiago Abascal. Europa Press

Hace tiempo que el mercado político empezó a considerar al votante/cliente bajo patrones de consumidor arquetípico, a saber: el que siempre compra la misma marca, sin importarle que la calidad del producto que esta ofrece baje sensiblemente, o que aumente su precio para soportar los costes de producción y con ello la natural repercusión en su bolsillo de sufrido currante. A este votante/cliente le da igual González que Zapatero, Rubalcaba que Sánchez, Rajoy que Aznar, Casado que Feijoó. Desconfía de lo que el mercado le ofrece y por eso acude al tendero de toda la vida a comprar lo que tradicionalmente le ha servido, aunque ya no le funcione como antes. No se fía del resto de productos y las excusas que pone para votar (comprar) alternativas políticas son tan peregrinas como poco fiables.

Después tenemos al comprador compulsivo, que no atiende a razones, sino a eslóganes del producto, cuanto más populista y seductor, mejor. Vive a contracorriente y cambia con frecuencia de marcas alternativas con tal de no comprar lo tradicional, porque forman parte el sistema capitalista opresor o son marcas cooperativas de un empresario rojo. Este votante/consumidor es el más impredecible y a la vez, el más ingenioso a la hora de responder por qué compra lo que compra. Su fidelidad dura lo que una alternativa más populista en precio o eslogan ingenioso tarda en aparecer en el mercado.

Por último, consideramos al comprador/votante racional, que modifica su opción de compra por patrones que le exigen tiempo de mesura, pensamiento comparativo y respiración profunda antes de decidir qué va a hacer. Acaba por definir su fidelidad en función de la calidad del producto, aunque este sea más caro. Cuando llega la crisis, ni su raciocinio puede vencer al bolsillo y acaba por no comprar lo que siempre defendió comprar y acaba dejándose seducir por el producto populista de ingenioso eslogan.

En ese mercado sociológico, llegamos a las elecciones andaluzas, cuyas urnas se dispondrán próximamente y en las que los principales cambios que han colocado a la región en los mejores índices de desarrollo económico y avance social de España provienen de la gestión de un partido, Ciudadanos, mi partido, que según todos los sondeos, ha perdido la confianza del comprador/votante. Y la mayor parte del respaldo que obtuvimos en el pasado ahora se lo repartirán dos formaciones que obedecen al estadio uno y dos que describíamos antes: el producto de siempre o el que se rebela ante lo de siempre: PP o Vox.

La contundencia y la falta de complejos que nos caracterizó en el pasado se ha convertido ahora en patrimonio de otra formación creada ex novo por la España en crisis

Esto que voy a decir es impopular, sacrílego y hasta osado. Pero es una realidad que a muchos le está costando asumir y digerir. Dediqué las últimas semanas a cotejar la defensa que hace Vox de ciertos postulados, los mensajes que utiliza y dónde ancla sus denuncias. No se sorprendan si les digo que más del 60% de las cuestiones esenciales que hoy abandera Vox como propias pertenecían a Ciudadanos hace unos años. Pertinentes son, pues, las preguntas: ¿hay tantas diferencias como sus programas y direcciones plantean? ¿Son dos formaciones separadas por abismos ideológicos, como parecen decirnos? ¿Por qué hay tanto trasvase de votante entre ambos partidos e incluso gran parte de los dirigentes actuales de Vox reconocen que simpatizaron o votaron a Ciudadanos en sus inicios? La respuesta está en la propuesta que ofrecen al electorado: alternativa frente a alternancia, contestación frente a resignación e impugnación a una política de reparto del país que ha hecho a los españoles más pobres, más dependientes y menos libres con cada gobierno. La contundencia y la falta de complejos que nos caracterizó en el pasado se ha convertido ahora en patrimonio de otra formación creada ex novo por la España en crisis.

Vox le arrebató a Ciudadanos 317.000 votantes en las elecciones de abril de 2019. Y casi 400.000 en el impasse que hubo desde esa fecha hasta la repetición en noviembre. En total, más de 700.000 votos. Otro millón fue a la abstención y una cifra similar al Partido Popular. La pérdida de confianza ciudadana en el partido que más se parecía a los españoles aún no ha sido analizada en clave interna, ni sometido al escrutinio de la lógica. De ahí que se trate, de forma desquiciada y sin mesura, a los votantes de Vox como una jauría de hormonados envueltos en principios pretéritos: la bandera, la familia, las tradiciones populares, etc. Causas políticas que antes defendíamos en Ciudadanos de manera desacomplejada y firme. Guste o no, el voto contestatario sigue siendo en España el voto que más se traduce en crecimiento en las urnas.

Por su discurso transversal (que fue patrimonio de Ciudadanos) le empiezan a llegar a Vox votos de diferentes electores que tradicionalmente confiaron su papeleta a formaciones de izquierdas

Sin embargo, Vox ya no debe su crecimiento sociológico sólo a lo que el mercado de la derecha le ofrece, sino que, por su discurso transversal (que fue patrimonio de Ciudadanos desde que nació) le empiezan a llegar votos de diferentes electores que tradicionalmente confiaron su papeleta a formaciones de izquierdas, sobre todo en el ámbito rural, campo cautivo del socialismo clientelar en el caso andaluz. Es paradójico que quien desalojara al socialismo corrupto de su poltrona tras cuarenta años de cortijo en la Junta controlado fuera Ciudadanos y quien saque réditos de esa acción sea otra formación política cuya forma de denunciar y actuar replica muchos de los esquemas que nos impulsaron a los liberales en estos pasados años. Pero la historia no se escribe en línea recta ni centrada.

Hoy, la lucha política no es entre ideologías, ni entre etiquetas, ni entre espacios programáticos. La batalla enfrenta por un lado a políticas y políticos que defienden, amparan y protegen espacios de libertad individual y económica y por el otro a políticas y políticos que conculcan, limitan o prohíben esos mismos espacios. La libertad en cuanto a la extensión y protección de derechos, es posible cuando se defienda el mismo derecho del otro a disfrutarlas, en lo concerniente a su ámbito de decisión privada, sin que la moral o un ente superior, véase Estado, dicte como debe hacerlo, salvo contrato entre las partes donde quede establecido las condiciones del acuerdo. Aquí hay diferencias evidente que los liberales debemos hacer constar respecto a otras formaciones políticas. En Andalucía no hemos sabido explicarlas con la suficiente inteligencia como para que el electorado nos otorgue su confianza. De momento son sondeos, pero son malos sondeos. El mal augurio es la antesala del peor resultado.

En mucho votante prototipo, el centro, como lugar de encuentro y no como punto de partida, sigue siendo virtuoso, donde la mesa sustituye a la trinchera y la palabra al disparo

La defensa de las ideas liberales no admite equidistancias superfluas y abstractas. Cuando entendamos esto ya será tarde. El centrismo no es la mitad de nada, mientras que la defensa de la libertad es el centro de todo. El centro fue en su momento la superación de un desgarro histórico. En mucho votante prototipo, el centro, como lugar de encuentro y no como punto de partida, sigue siendo virtuoso, donde la mesa sustituye a la trinchera y la palabra al disparo. Pero en escenarios movedizos no hay lugar ya para ideologías fijas. Asistimos a la madurez sociológica de un país que ya no cree en las dimensiones arquetípicas del pasado, que ya no desea ubicarse en etiquetas, sino transitar por la crítica constante y que prefiere cuestionar las imposiciones morales y los dogmas culturales antes que asumir que algo es bueno o malo por tradición o porque lo diga la izquierda.

Los politólogos de excel, que analizan desde el ordenador de su casa sin pisar la realidad de Andalucía, negarán esto último hasta la saciedad, estableciendo paralelismos fuera de contexto con lo que, por ejemplo, ha acontecido en Francia. Olvidan los expertos de plató que Le Pen y Melenchon ya no son un síntoma, sino una realidad contagiosa. Si el diagnóstico sigue siendo, “cuidado, que viene el extremismo”, el extremismo seguirá creciendo. Y aquí podríamos debatir qué es extremo y qué no. Lo que nos dice la realidad a todos los políticos es que debemos salir de la complaciente burbuja de cristal, hablarle a los ciudadanos como adultos y ocuparnos de lo que les atañe. O el bucle del lamento ante supuestos o reales peligros populistas no dejará de aumentar.