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Opinión

Vox en Vic y la deriva catalana

Estamos invitados a votar para escoger entre la simplicidad populista y los matices de colores. En democracia y libertad, desde el respeto y sin violencia

Vox en Vic y la deriva catalana
Disturbios en Salt (Girona) tras un acto de Vox. Europa Press

"Vic es mi tierra y la quiero. Soy descendiente de vicenses y llevo la Plana en el corazón". Así empezaba el tuit por el que he recibido una tromba de elogios, y de insultos, en las redes. La ciudad ha sido el escenario de unos hechos que ensucian su imagen, atizados por los aplausos y soflamas de una determinada catalanidad. A pocos días de las elecciones, y aunque la reflexión pueda incomodar a algunos, es hora de hablar.

Mi padre era de Vic, y a mí me faltó poco por nacer allí. La ciudad del pensador Jaume Balmes y el poeta Verdaguer dio siempre la bienvenida, con simpatía y hospitalidad, a todos los visitantes que ahí he llevado tantas veces, fueren de donde fuesen; también aquellos visitantes internacionales que querían conocer la realidad del territorio, más allá de la Barcelona metropolitana.

Vic es al catalán lo que Valladolid al castellano, Oxford al inglés y Hanover al alemán. Sigue teniendo la energía integradora de país que en otros sitios se va perdiendo, y es a la vez ciudad universitaria e innovadora, a la par que sede de un dinámico tejido industrial. Es la tradición centenaria de una comarca abierta al mundo, solidaria y acogedora.

También en otros momentos difíciles, Vic supo reaccionar. Se cumplen treinta años del atentado de ETA de Mayo de 1991 —el más sangriento de la historia de la ciudad—, dirigido contra el Cuartel de la Guardia Civil. Desde el País Vasco, El Correo lo llamó "la bomba que arrasó un patio de juegos". La mitad de los diez muertos eran niños, como también la mayoría de heridos. El narró como Vic se volcaba en la solidaridad con las familias de los guardias civiles y demás víctimas. La colaboración de los vicenses fue clave en la rápida desarticulación del 'comando Barcelona' de ETA, y apenas veinticuatro horas después de la masacre, dos de sus principales activistas caían en un tiroteo.

"Acto electoral burbuja d eun grupo foráneo", tituló un diario comarcal la llegada a la ciudad de la campaña de Vox

El sábado pasado, el populismo de Vox llegaba a la Plaza Mayor, en lo que el periódico comarcal tildó de "acto electoral burbuja de un grupo foráneo", encabezado por Javier Ortega Smith e Ignacio Garriga. El artículo cita a una simpatizante del partido diciendo que "sabíamos a lo que veníamos", y habla de provocaciones entre los manifestantes de ambos lados.

Más allá de la discusión técnica sobre la idoneidad del lugar elegido o del dispositivo policial para separar a los manifestantes, más allá de la permisividad de las autoridades ante concentraciones masivas durante el pico de la pandemia, las abundantes imágenes de alborotadores exaltados, atacando violentamente a dos furgonetas oscuras de Vox a lo largo de las estrechas callejuelas del centro histórico de la ciudad —también en la Rambla del Passeig—, muestran que los daños hubieran podido ser mucho peores. Varios mossos resultaron heridos leves, Vox reportó lesiones menores de algunos simpatizantes, Ignacio Garriga tuiteó una foto de la parte trasera de una furgoneta destrozada, y la prensa reportó el lanzamiento de piedras, latas, huevos y petardos.

El linchamiento del oponente político era el objetivo de los jóvenes violentos, tanto en Vic como en otros lugares de Cataluña, y eso es absolutamente condenable»

Miles de mensajes en redes sociales han aclarado el sentir de la protesta contra los ‘foráneos’. El linchamiento del oponente político era el objetivo de los jóvenes violentos, tanto en Vic como en otros lugares de Cataluña, y eso es absolutamente condenable en democracia, digan lo que digan algunos independentistas y llamados ‘antifascistas’, estimulados por tertulianos mediáticos que viven de la televisión autonómica, guionistas de programas de humor de TV3, políticos varios y miembros de listas electorales.

Por otro lado, más allá de ser víctimas de los ataques, los líderes de Vox han logrado ser los protagonistas de una campaña que les augura buenos resultados en Cataluña, y más cuando Ciudadanos, con el colofón de la fallida campaña de los abrazos, junto a un Partido Popular con mucho ruido de fondo y ya de por sí minoritario en Cataluña, están en horas bajas. Además, lo sucedido atiza el mantra y la razón de ser de Vox, contribuyendo a sus índices de popularidad en toda España.

Llueve sobre mojado

Se da la circunstancia que en Vic, como en otros municipios catalanes, la ultraderecha no es foránea. El líder de la hoy extinta Plataforma per Catalunya, Josep Anglada, es oriundo de la localidad. En las elecciones municipales de 2011 consiguió ser la segunda fuerza política en el consistorio, con cinco ediles y rozando el 20% de los votos. En esos comicios, sus listas consiguieron representación en las cuatro demarcaciones catalanas, con un total de 67 concejales en municipios que van desde Tortosa hasta Ripoll, desde Tàrrega hasta Salt o Hospitalet de Llobregat. En 2019, el partido se disolvió y sus miembros se integraron en Vox.

En Vic y según su alcaldesa, "hay personas que por su aspecto físico o por su nombre no parecen catalanas". Las desafortunadas declaraciones de Anna Erra son de hace un año y en sede parlamentaria, y se suman al ‘toque a somatén’ de 2018, el toque de campanas que precedía la megafonía que pedía a la población que no se desviara «del objetivo» de la independencia de Cataluña, reclamando "no normalizar una situación de excepcionalidad y de urgencia nacional". Esos días, se plantaron centenares de cruces amarillas en la Plaza Mayor. Una falta de respeto hacia las víctimas de otros conflictos, porque del procés no murió nadie. A día de hoy una frivolidad en toda regla, a la vista de los casi 20.000 catalanes fallecidos por la covid.

La Generalitat no ha sabido promulgar decretos suficientemente bien escritos como para permitir el aplazamiento de los comicios por unos meses

En Cataluña, algunos dirigentes políticos viven en una realidad paralela desde hace más de tres años; donde la ley, la justicia y el Estado de derecho son constantemente desprestigiados y sirven de excusa para disimular los propios errores, como por ejemplo cuando en todo un año el Parlamento de Cataluña no ha sido capaz de legislar para prever las excepcionalidades de unas elecciones en plena pandemia, o cuando la Generalitat no ha sabido promulgar decretos suficientemente bien escritos como para permitir el atraso de los comicios. Ningún Estado es perfecto, tampoco España, y la democracia prevé vías de participación para los ciudadanos, llamadas a contribuir a la mejora de las Instituciones y las Estructuras de gobernabilidad, incluso a su reforma. Caminos que quedan muy lejos del cogerse cada uno la ley por su lado y decidir quién debe ser ajusticiado en plaza pública, como hubiera podido suceder en Vic. Las redes sociales están llenas de llamados a liberar Cataluña "de fachas", seguidos por "los del 155", como si estuviéramos en el lejano oeste.

¿Quién puede permitirse escoger entre buenos catalanes y traidores, sino los que aspiran a la pureza de la raza (sic)? En un mundo de vigatans y botiflers, de héroes y villanos, en un mundo simplista donde sólo hay blanco o negro, se pierden los matices de millones de colores y tonalidades.

Un país muy polarizado

El imaginario separatista no ha superado la derrota de 1714, a la que se le niega el marco real, una guerra de sucesión española. Originariamente, los vigatans eran los catalanes austriacistas, y los botiflers eran los partidarios de los borbones. En 1878, María de Bell-lloc revivió esa denominación desde el movimiento de la ‘Renaixença’ (el renacimiento), y así hasta hoy. De vuelta de Ljubljana en 2018, Quim Torra reclamaba el "estar dispuestos a todo para vivir libres", en alusión a los conflictos armados en la antigua Yugoslavia. Estos días, Marta Rovira, también de Vic, no habló del papel de Arnaldo Otegi en la disolución de ETA, sino que alabó "sus años de lucha, de mili, de combate" para saber "cómo llegar hasta el final".

En los matices están personas como el expresidente de Sociedad Civil Catalana, Josep Ramon Bosch, desde su enardecida defensa del indulto a los políticos presos, entre otras cosas para no crear mártires. También para evitar ofrecer flancos de debilidad en la geoestrategia internacional, como se puso de manifiesto en la reciente visita de Josep Borrell a Moscú, así como en las posteriores reacciones de la prensa centroeuropea a las declaraciones del Ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov. Estos días, Bosch me contaba cómo hace cuatro años le agredieron en Vic.

Y entonces pensé en el artículo de Ignasi Aragay, cuando reclamaba que "debemos estar atentos a no expulsar a nadie por la lengua". De ninguna de nuestras lenguas. Ni tampoco del ejercicio de una catalanidad responsable, o de una españolidad responsable.

Este otoño, el Centro de Políticas Económicas y Economía de ESADE publicaba un estudio de Luis Miller, investigador del CSIC, que concluye que España es uno de los países más polarizados del mundo. Porque Vic es mi tierra y la quiero, he escrito estas líneas. Para "hacer pensar" y contribuir al debate. A pesar del virus, estamos invitados a votar para escoger entre la simplicidad populista y los matices de colores. En democracia y libertad, desde el respeto y sin violencia, cada uno es libre de hacerlo y escoger a quien quiera, como más le plazca.

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