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Opinión

Las elecciones catalanas y la cifra mágica del 50%

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.

Si los acontecimientos en Cataluña discurren como está previsto, el 14 de Febrero de 2021 se celebrarán las decimoterceras elecciones autonómicas en esta Comunidad. El objetivo de los separatistas es que el número de votos obtenidos por siglas de esta tendencia supere el 50% de los emitidos. Además de JuntsxCat, ERC y CUP, los sufragios obtenidos por En Comú-Podem y algún nuevo pequeño partido nacionalista, como el PNC que lidera Marta Pascal, se sumarán también al bloque independentista a la hora de hacer la cuenta, por lo que la probabilidad de que alcancen esta cifra de indudable valor simbólico es en estos momentos muy alta. El planteamiento de los hasta hoy fracasados golpistas consiste en afirmar que si más de la mitad de las papeletas depositadas en las urnas son favorables a la separación de Cataluña de España y a su transformación en una República soberana, estarán democráticamente legitimados para o bien repetir el golpe o bien reclamar al Gobierno central la celebración de un referéndum de autodeterminación pactado y vinculante. La negativa de “Madrid” a convocarlo o la aplicación por segunda vez del artículo 155 de la Constitución en caso de nueva rebelión podrán ser presentados entonces ante el resto de España y ante la comunidad internacional como actos represivos propios de una tiranía que ahoga las ansias de libertad de un pueblo injustamente oprimido. Por tanto, la superación de este porcentaje reviste para el secesionismo una relevancia capital. Obviamente, el principio de que sin cumplimiento de la ley no hay democracia posible, les es ajeno.

Coqueteo con el nacionalismo

Los llamados 'constitucionalistas' acudirán a los colegios electorales en un estado de notoria debilidad. La absurda fuga de Inés Arrimadas a Madrid, malogrando su gran victoria de 2017, la fragmentación adicional de fuerzas que representa la entrada de Vox en el Parlament y el cese de Cayetana Álvarez de Toledo como Portavoz del PP en el Congreso, han sembrado las filas defensoras de la unidad nacional y del imperio de la ley de desmoralización y desánimo. Tras décadas de abandono a su suerte por parte del gran partido nacional del centro-derecha de su filial catalana y de coqueteo, cuando no de colaboracionismo apenas disimulado, del PSC con el independentismo, los héroes que todavía alzan el pabellón de la racionalidad, el pluralismo y la pertenencia de Cataluña a España recuerdan a los tercios que en la fase final de la batalla de Rocroi esperaban ensangrentados y exhaustos la carga definitiva de la caballería francesa confiados en la ayuda de unos refuerzos que no llegaban.

En el caso que nos ocupa, la amenaza totalitaria y existencial que representa el separatismo es comparable a la que significaría una invasión de una potencia extranjera

Ahora bien, asumida la desfavorable situación, surge la pregunta de cuál es la fórmula electoral más eficaz para maximizar, motivar y optimizar el voto constitucionalista. Entre la candidatura única de C´s, PP y Vox -con el PSC no se puede contar porque su meta es un tripartito de izquierdas sin Puigdemont- y el pacto de no agresión, pasando por la renuncia a presentar lista en Gerona y Lérida de los que sepan que no van a conseguir escaño, existe un amplio abanico de operaciones que se puede explorar. Por supuesto, es sabido que en las elecciones la suma aritmética a menudo no coincide con la suma política y que determinadas candidaturas unitarias pueden recibir menos apoyo que las integrantes por separado. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la amenaza totalitaria y existencial que representa el separatismo es comparable a la que significaría una invasión de una potencia extranjera. En una guerra contra un enemigo foráneo, todo el arco ideológico forma una piña hasta derrotar al atacante. Pues bien, hay enemigos internos cuyas letalidad y malignidad pueden superar a las de un agresor venido de más allá de las fronteras.

Las bases sociales de los tres partidos constitucionalistas son distintas y, aunque no incompatibles, tienen franjas que se profesan mutuo rechazo. Una candidatura unitaria correría pues el riesgo de restar en lugar de aglutinar. Pese a ello, en una disyuntiva tan dramática como la que se dilucidará en estas autonómicas catalanas y con una adecuada labor de concienciación de los ciudadanos a cargo de los respectivos liderazgos, no hay que descartar que al final una opción unitaria frente al separatismo fuese un incentivo movilizador, como sucedió en la masiva manifestación del 8 de Octubre de 2017, en la que se fundieron en las calles de Barcelona en un solo y caudaloso cauce todas las corrientes opuestas a la liquidación de España como Nación. Si este movimiento de opinión se produjese, no cabe duda de que sus efectos serían positivos porque en nuestro sistema de asignación de escaños la división es castigada y la unión recompensada.

Sería conveniente y oportuno, en consecuencia, que se pusiese en marcha un proceso de reflexión conjunta, de manera abierta y sincera, de las tres formaciones constitucionalistas, con participación activa de la sociedad civil, para estudiar la viabilidad y los eventuales beneficios de una coalición electoral o, en su defecto, de alguna modalidad de colaboración, que permitiese sacar el máximo rendimiento a estos comicios tan trascendentales para Cataluña y para toda España. Seguramente esta es la última oportunidad del lado de la racionalidad, la ilustración y la libertad de evitar el triunfo definitivo en mi querida tierra natal de los bajos instintos, el tribalismo y la intolerancia.

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