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Opinión

Viva lo simbólico

Quim Torra

No se rían, que estos cupaires igual han acertado ni que sea de carambola, porque lo simbólico tiene mucho que ver con Torra, Puigdemont y el proceso. Vamos por partes, que decía Jack el Destripador. Como sabe mucha gente con el Bachillerato, el movimiento denominado simbolismo tuvo un gran peso en el mundo del arte a finales del siglo XIX. Igual que el nacionalismo catalán, inventado en aquellos tiempos, a ver si así se resarcían lo burgueses de la pérdida de las colonias y sus pingües negocios a base de azúcar y esclavos.

Ítem más, el simbolismo como movimiento coge cuerpo inicialmente en Francia… ¡y en Bélgica! ¿Casualidad? No lo creo, que diría Cárdenas. Porque en la tierra de las coles de Bruselas habita su majestad el emperador Napoleón Puigdemont, rumiando su vuelta al trono como el corso. Pero la cosa no acaba ahí. Como también sabrán todas aquellas personas humanas que se han entregado al vicio solitario de la poesía, el simbolismo tiene su pistoletazo de salida en el libro de Baudelaire “Las flores del mal”, lo que no precisa de mayor interpretación si lo consideramos como figura del golpismo separata. Flores, capullos y mal, he ahí la suma.

Hay más, como que los simbolistas despreciaban la descripción objetiva, y ahí si que debemos decir que Torra y su corte de Faraón han seguido al pie de la letra el canon simbólico. A la objetividad ni está ni se le espera en sus filas. Acaso alguna persona que se denomina equidistante y que en mi instituto llamábamos cobardones, pelotas o chivatos, diga que el movimiento simbolista se nutrió de poetas como Mallarmé o Verlaine, el que no sabía escribir sin ingerir dosis enormes de absenta, gente sensible que se hallaba literalmente abrumada por el racionalismo científico de su época, y que huían como de la peste de los movimientos realistas. Que digan lo que quieran. La sinestesia, recurso utilizado por Baudelaire, que combina con no poco mérito intelectual impresiones de dos o más sentidos, se encontraría de molde en los ámbitos separatas. Ah, esa combinación de olor a butifarra a la brasa fabricada bastardamente con pellejo de plástico y carne de dudoso origen, mezclado con el sonido de una canción de Nuria Feliu, chirriante y obsesiva, mientras acaricias subrepticiamente el pañuelo palestino de un okupa, he ahí la metáfora sinérgica del lacito cursi de metal en la solapa y IPhone de ultimísima generación.

El separatismo siempre ha sido símbolo huero, nada siquiera, multi interpretable y, por tanto, mendaz

Podríamos extendernos más, pero no quisiéramos aburrir, porque creemos que el separatismo siempre ha sido símbolo huero, nada siquiera, multi interpretable y, por tanto, mendaz. Cada uno ha visto lo que quería ver, como si de un enorme y gigantesco efecto óptico en medio del desierto se tratase, puro espejismo de una sociedad que no sabía entender que su felicidad estaba en los libros de caja, en levantarse pronto para estar a las siete en la fábrica, que el paradigma del progreso radica en el trabajo y no en la ensoñación, en las empresas y no en la burocracia, en el que arriesga el capital al servicio de su talento y de su nación y no el de quien no tiene talento que arriesgar y solo se mueve a golpe de subvención.

Bien pudiera suceder que esa última humorada de las CUP, a las que por otra parte Torra es tan afecto, acabase sucediendo. Tendríamos entonces, según ellos, al presidente legítimo, Puigdemont, al simbólico, Torra, y al que se eligiese en el Parlament después de unas elecciones que, por más que estos chicos intenten retrasar, acabarán por llegar. Servidor, humildemente, sugeriría que los sueldos también fuesen simbólicos junto a los coches oficiales, los Mossos que les dan escolta, las pensiones fabulosas que les quedarán y todas las ventajas que comparta disfrutar de puestos a cargo de un estado, España, al que odian con todas sus fuerzas.

Ya comprendo que eso no sería simbólico, más bien sería utópico, porque estos trabajar, lo que se dice trabajar, ni simbólicamente, ni figuradamente, ni forzadamente. Viva lo simbólico.

Hay que tener cuajo.

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