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Opinión

El virus vota separatista

Imagen de la Diada

Son como los terraplanistas, los partidarios de la teoría de la tierra hueca, los seguidores de la cosmogonía de Horbiger o los que defienden a capa y espada la existencia del monstruo del lago Ness. Los separatistas se ven a sí mismos imbuidos de virtudes casi sobrenaturales y por eso el provisional president ha dicho la estupidez de que el carácter catalán evitará contagios en esta Diada. Concentrar a la gente en la calle, por mucha mascarilla y distancia de seguridad que se mantenga – que ya se verá – y por mucho sentido común que se aplique – que también deberá verse – no entraña peligro alguno. Casi es superfluo. ¿Por qué? Ah, porque el catalán separatista tiene carácter, tiene Seny, tiene algo que impedirá que el covid roce siquiera un pliegue de la estelada.

Hay que ser inconsciente para permitir manifestarse con la que está cayendo, hay que tomarnos por imbéciles cuando se observa el diseño de las concentraciones previstas por la ANC y te dicen que no pasará nada. Por favor. El cruce entre Paseo de Gracia y Aragón acumulará a mucha gente que tiene que confluir por fuerza, con la consecuente aglomeración. Lo mismo puede decirse de otros puntos de Barcelona, en los que la proximidad acabará por ser inevitable, máxime en estos actos orgásmicos en los que las glándulas de Bartolino lazis acaban por chorrear consignas que les hacen estremecer de placer.

El virus revoloteando a sus anchas

Ni les cuento lo que sucederá cuando esos estupendos CDR acudan en tropel a la plaza Urquinaona a revivir su “triunfo”, con la más que posible quema de contenedores y aullidos guturales contra España, la Policía, el Ejército, el Rey, los partidos del 155, los tibios y, posiblemente, los chuletones de buey por aquello de que ser vegano mola entre los que van de rollo alternativo. Al tufillo a sobaquina habitual entre esos pájaros habrá que añadir el virus revoloteando a sus anchas aunque, miren por dónde, igual esa pestilencia consigue ahuyentarlo y descubrimos el método para combatir la pandemia.

Nada de lo que suceda en el mundo paralelo del separatismo puede considerarse serio

La cosa es que habrá Diada cuando se había dicho no que no habría, que se producirán manifestaciones cuando se prometió que no pasaría y que los radicales saldrán a dar por el saco que, aunque eso no se dijo, se presumía. Nada de lo que suceda en el mundo paralelo del separatismo puede considerarse serio. Es un universo volátil, mutante, sin ley de la gravedad ni parámetros lógicos. Por eso puede esperarse cualquier tontería de ellos, cualquier barbaridad, cualquier golpe de estado o cualquier intento de rebelión. Son más caprichosos que Escarlata O ’Hara, acostumbrados a que los criados les abrochen el corsé o los abaniquen mientras duermen la siesta. Uno se imagina a la señora Vilallonga, ex consellera de Cultura, diciendo “Oh, Ashley, deja a Melania, que es charnega, y vente conmigo, que hablo catalán incluso en sueños”.

En fin, esto es lo que hay y no le veo arreglo ni a corto ni a medio plazo, porque cuando tu adversario tiene de su parte al virus debido a su carácter, lo mejor es huir a las colinas, encerrarse en una cueva con un fusil Remington de repetición, abundante munición, una provisión notable de aguardiente y cecina, una Biblia y las obras completas de Pérez Reverte. Con eso se puede vivir magníficamente. El que tenga huevos, que llame a la puerta.

No puede hacerse más en una sociedad en la que el presidente del Gobierno da el pésame a Bildu porque un etarra se ha suicidado – coño, ¿ahora resulta que Bildu es ETA? -, Otegi es un hombre de paz, Arrimadas desayuna cada mañana dos docenas de sapos y un vicepresidente se mofa de alguien por tener acento murciano.

Lo dicho, que como el virus parece votar separata, y no siéndolo un servidor, a la colina que me voy y ya me avisarán si esta locura termina algún día. Por cierto, convendría tomar la filiación de los asistentes a la bobería inconsciente de mañana. Más que nada para, caso de que por desgracia contrajeran el virus, contagiasen a otros y precisasen atención médica urgente, poder decirles “¡Malparit!”. Es lo que Puigdemont llama a Iceta, aunque en este caso tenga yo mis reservas.

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