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Opinión

¡El virus lo ha creado Sánchez!

¡El virus lo ha creado Sánchez!

El taxista me lleva a cenar por una ciudad despoblada. Gran Vía, Alcalá, Cibeles, Paseo del Prado. Nadie. Un coche o dos. Algunos peatones que caminan deprisa y llevan cara de pánico, como de pedir perdón por andar por la calle. Yo no había visto Madrid así nunca. Pero el taxista (que fuma: el coche huele a tabaco) conduce, diríase, con mala leche. Va mascullando. Decido preguntarle:

–Qué, se está notando, ¿eh?

Me mira por el retrovisor. Transcribo la conversación eliminando los tacos, porque este hombre dice muchos tacos.

–Joé que si se está notando. Es que hay que j… ¡El p… Sánchez de los c…!

–Perdone, yo me refería al virus famoso.

–¡Y yo! ¡Y yo! ¿O es que usted no sabe que el virus es una cosa de laboratorio que han inventado los rojos? ¡El p… Sánchez!

Me quedo de piedra porque hacía años, pero años, que no me encontraba con un taxista de los que antes abundaban tanto, que estaban cabreados desde por la mañana hasta por la noche y que eran más fachas que el parche del ojo de Millán Astray.

–¿Y de dónde saca usted que Sánchez ha sido el…?

–¡Pero hombre, si lo lleva diciendo la radio todo el día! ¡Es que hay que saber informarse! ¡Que la gente se cree todo lo que le cuentan! ¡El virus lo ha inventado Sánchez, los servicios secretos de Sánchez! ¡Los militares traidores!

–Perdone, señor, pero el virus procede de China y…

–¡Ese será otro virus! ¡El de aquí lo han manipulado en la Moncloa! ¡Que es que no nos enteramos, caballero!

–A ver, dígame usted una cosa: ¿Para qué iba Sánchez a hacer…?

–¡Para acabar con Vox! ¿No ha visto que los que se ponen enfermos son los de Vox? ¡Pues ahí está, hombre, pues ahí está! ¡Los ha envenenao Sánchez!

–Pero señor: que Ana Pastor, que es del PP, también lo tiene. Y la ministra Irene Montero, que es de Podemos, también…

Ahí le pillo porque el hombre no lo sabía.

–¿La Montero? ¿La mujer del Coletas?

–Esa misma.

Se lo piensa un poco porque la cosa, está claro, no le encaja.

–Pues bueno, pues normal, ¿no? Habrán andado jugando con él mientras lo preparaban y se les habrá pegao. Merecido se lo tienen esos cabrones.

–Señor, no se obceque; quiero decir que no alucine. El virus viene de fuera y está en casi todo el mundo…

Los inmigrantes que trae Sánchez

–Ah, y eso ¿usted se lo ha creído? ¿Que sale de la nada, así, como por magia? ¡Venga ya, hombre, venga ya, que se lo creen ustedes todo! ¡Esto estaba preparado!

–Pero así es como aparecen las enfermedades. Un virus que de pronto muta, como pasó con el ébola en África…

–¿Ve? ¿Lo ve? ¡Ahí está, si me da usted la razón, c…nes! ¡Los inmigrantes! ¡Los inmigrantes que nos trae Sánchez en la patera todos los días! ¡Esos son los que tienen la culpa de todo!

Hace una pausa para resollar y, como no le contesto (qué le voy a contestar, es inútil) añade, siempre a voces:

–¡Los inmigrantes y los periodistas! ¡Porque hay que ver, los periodistas, qué manera de mentir! ¡Se podían meter la lengua en el c…! ¡Toda la mañana en la tele, dale que dale, raja, raja, raja, diciendo mentiras y asustando a la gente, que parece que no saben hacer otra cosa!

–Pues mire, ahí sí le doy parte de razón, qué quiere que le diga. Y sé de lo que hablo porque resulta que yo soy periodista, ¿sabe usted?

Ahí el hombre me mira por el retrovisor con los ojos muy abiertos y luego estalla en una carcajada tremenda. “¡Periodista!”, dice, hipando de la risa, “¡Tenía que haberlo adivinado porque no tiene usted ni idea de nada, pero qué gracia tiene! ¡Yo, llevando a un periodista! ¡Me ha caído usted bien, coño!”.

Cuando me bajo ante la puerta de Zerain (una sola mesa ocupada en todo el local, también eso es nuevo) Isaías todavía no ha llegado y me da por pensar, como tantas veces, que me ha tocado una excepción, un chalado, un desquiciado, pero que la mayoría de la gente no es así.

Probablemente es verdad, cómo saberlo. No hay forma de estar seguro porque en Estados Unidos, por ejemplo, una multitud de personas como este taxista fueron los que hicieron presidente a Trump (un rato después me dirá Isaías, que vive en Chicago, que no nos hagamos ilusiones, que Trump volverá a ganar y esta vez por goleada). Pero quisiera saber qué se toman para conciliar el sueño los hijos de su madre que no tienen el menor escrúpulo en usar la propagación del coronavirus para segregar veneno contra Sánchez, o contra los inmigrantes, o contra cualquiera que se les ocurra. Esa gentuza que no duda en mentir de la manera más ruin no ya para hacer política, sino para encabronar al personal. Sobre todo a la gente ignorante que, como mi taxista de anoche, está dispuesta a creerse todos los disparates que le cuenten, todas las conspiranderías imaginables, si se los cuenta quien ellos quieren y como ellos quieren.

El taxista me dijo qué emisora escuchaba y a quién oyó toda esa porquería. No lo voy a mencionar aquí porque me da vergüenza, así de claro. Yo no sé si el Gobierno está gestionando bien o mal el asunto del virus. No puedo saberlo. No soy un experto en sanidad, como sin duda lo son todos los tertulianos de las mañanas televisivas, no hay más que oírles. Creo que el Gobierno está actuando de una manera muy parecida a como actúan los gobiernos de otros países también seriamente afectados por esto (desdichadamente, no de todos). Pero usar una epidemia que ahora mismo parece incontenible para agredir o calumniar a quien ha tenido la mala suerte de que le toque en su mandato es de una mezquindad intolerable. Sobre todo porque la batalla contra el virus la están dando equipos de gobierno de todos los colores políticos, ya sea en los ministerios, en las comunidades autónomas o en los ayuntamientos. Esto nos ha tocado a todos.

Volví a casa caminando después de la cena, en medio de una ciudad vacía y aterrada, y pensaba que lo peor de todo esto no es el virus. Lo peor es el miedo. Y ahí tenemos una responsabilidad directa los medios de comunicación. Cuándo aprenderemos que mentir está mal, aunque suba la audiencia, aunque te paguen por ello.

Venga, cuídense.

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