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Opinión

De bodas, bautizos y comuniones

Muchas bodas fueron canceladas por el coronavirus.

En esta existencia dividida en fases numéricas y cambiantes se habla mucho de las aglomeraciones en las playas y las terrazas, de las barbacoas que vuelven por sus fueros o de esos botellones clandestinos. Pero poco se está hablando, por no decir nada, del verdadero cambio que llegará en unas semanas, cuando alcancemos esa nueva Ítaca a la que han llamado "nueva normalidad". Porque por fin volverá la trilogía sagrada de las fiestas familiares: bodas, bautizos y comuniones

¿Quién no ha padecido durante estas tristes semanas alguna cancelación de uno de estos tres eventos? ¿O de varios de ellos? Durante el tiempo en que aún éramos unos incautos sobre el virus nos corroyó la duda de si los aquelarres familiares podrían celebrarse en esa fecha que teníamos marcada en rojo en el calendario. De alguna manera avivábamos la esperanza de que finalmente hubiera celebración, aunque quizás en el fondo sabíamos que no sería posible.

Por lo general todo acababa con una llamada o, todavía peor, con una de esas tenebrosas notas de voz de WhatsApp que soltaban la mala noticia que caía como una losa. Inevitable y esperada, pero losa al cabo. "Chicos, hemos decidido cancelar". Zasca. "Todo esto es una mierda", nos decíamos. Pero nos consolaba otra vez la frase mágica, porque pensábamos que habría mejor ocasión para la fiesta "cuando esto pase".   

En estos días primaverales que saben a verano ese "cuando esto pase" parece más cerca. Y esperamos, naturalmente, otra llamada o nota de voz luminosa que nos diga cuándo tendremos que ponernos el traje que está cogiendo polvo en el armario

La pregunta que nos asaltaba a continuación de la mala noticia era el cuándo. Es decir, qué fecha sería la elegida para la boda, el bautizo o la comunión extraviados. No era posible asegurarlo porque había demasiada incertidumbre como para aventurarse. Pero ahora, en estos días primaverales que saben a verano, ese "cuando esto pase" parece más cerca que nunca. Y esperamos, natura y legítimamente, otra llamada o nota de voz luminosa que nos diga cuándo tendremos que ponernos el traje que está cogiendo polvo en el armario. 

Imagino que la fecha elegida dependerá de la disponibilidad de los restaurantes, claro. Porque se han cancelado tantas celebraciones familiares, sobre todo tantas y tantas bodas, que es de imaginar que la cosa estará apretada para encontrar hueco. Quizás a alguna que otra pareja le haya servido esta temporada para darse cuenta de que, pese a lo que creían, no estaban hechos el uno para el otro. Eso sí, es de esperar, por el bien de la felicidad general, que esos casos sean la excepción que confirma la regla. 

Queremos bautizos y comuniones. Pero sobre todo queremos bodas otra vez. Las necesitamos. Y, puestos a pedir, mejor que sean como las de antes. A lo grande

Queremos bautizos y comuniones. Pero sobre todo queremos bodas otra vez. Las necesitamos. Y, puestos a pedir, mejor que sean como las de antes. A lo grande. Aunque ahora no parece que eso vaya a ser posible porque aún hay bicho para rato, tal vez el futuro no sea tan oscuro. O tal vez las cosas sean aún peores, en cuyo caso habrá que esperar más tiempo para el aviso de la nueva fecha. 

No habrá verdadera normalidad hasta que volvamos a disfrutar de ese padrino que se viene arriba con el discurso, esa vestimenta impoluta, esa música nupcial, esas lágrimas de emoción, esa cantidad demencial de comida, esas sorpresas esperadísimas, ese vals mal bailado y, sobre todo, esa barra libre donde culmina la enajenación colectiva. Lo mejor, al menos para mí, llega ahí, cuando observas el desparrame de esos seres a los que nunca imaginaste bailando una conga. 

Dejo ya de transitar por los cerros de Úbeda. La cosa es que esos ritos familiares tienen que volver pronto, aunque sea con distancias absurdas y con máscaras aún más absurdas. No todo van a ser miedos, desinfectantes y tristezas. 

 

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