Quantcast

Opinión

El verdadero rey del fango

Pedro Sánchez, en una imagen de archivo durante la campañas de las elecciones. EP

Mal empezamos. De arranque les confieso un inocente acto de autocensura. Había escrito un titular con la palabra pillo, y aunque no es un insulto porque la palabra define a una persona pícara y hábil para engañar a los demás, me he decidido por algo más descriptivo y cierto a tenor de su última entrevista en  El País. No dice ni una sola verdad. Y, cuando la va a decir, asegura que lo suyo no es un caso de salud mental -¡ay!-, y sí de salud democrática. Tampoco lo creo. Estoy más bien de acuerdo con Jorge Fernández Díaz, columnista argentino del diario La Nación, perseguido ayer -como tiene que ser- por el kirchnerismo y hoy por los de Milei: "Sánchez padece una sicopatía cada vez que intenta dividir entre demócratas y fascistas".

Haya paz. Se propone uno no caer en lo que ya es marca de la casa del avispado que nos gobierna. Y, además, verán ustedes, me he leído dos veces el último artículo de mi amigo Agustín Valladolid -"Decálogo contra la máquina del fango"-, que arranca pidiendo, exigiendo, la abolición del insulto y la descalificación gratuita en el debate público.

Primero insulta, luego miente

Agustín es un veterano periodista al que es muy difícil engañar a estas alturas, y por eso me encaja regular en su papel de ingenuo y soñador. Pensaba yo que había abandonado toda esperanza, más aún si el día después de escribir su decálogo nuestro enamorado presidente sostiene, en una estimable entrevista con Pepa Bueno, que "la máquina del fango viene de no reconocer al Gobierno". O sea, un insulto seguido de una mentira. Lo normal.

Valladolid sabe mejor que yo que el insulto es el argumento que sustenta a personalidades mediocres que, a falta de otros recursos, sobre todo de lecturas y reflexiones, embisten con baldones e improperios. Hay ministros, diputados, gente baja y sin clase a la que no les gusta que les interrumpan cuando están insultando. Y en eso están, con Óscar Puente de líder absoluto. Qué razón tiene Feijóo, y qué poco se han comentado sus palabras, cuando afirma que los españoles tenemos hoy la peor clase política de los últimos 45 años, incluida la del PP. Incluida la del PP. No sé si hay que tener mucho valor para mantener semejante verdad, o que llega ya un momento en el que no hay más remedio que reconocer lo que el resto de los españoles ven con tremenda facilidad: el desastre sin paliativos de aquellos que han decidido buscarse la vida con un escaño, un puesto de asesor o una concejalía que esté pensionada, claro está.

La concentración de fieles en Ferraz

Cinco días después de su desaparición, porque el presidente estaba pensando si valía la pena seguir, se sucedieron tres entrevistas que, como me grita un fervoroso socialista y buen amigo, confirma que el presidente se deja entrevistar. Cuando le digo que la primera fue en SER, la segunda en TVE y la tercera en El País, mi ardoroso amigo pone cara como de no entender nada, para terminar con que cada uno va donde le da la gana. Cuando intento hablarle de las obligaciones que tiene un presidente que dice ser él mismo la reencarnación de la democracia, el debate ya se había echado a perder.   

Ya les he dicho que mi amigo es apasionado y fervoroso, tanto como la enorme multitud que se congregó días atrás en la calle Ferraz para pedir a Sánchez que no los abandonara, lo que días después del evento hemos de entender con cierta piedad, sobre todo desde que Aristóteles nos enseñara que 'la multitud siempre obedece más a la necesidad que a la razón, y a los castigos más que al honor'.

En esa multitud están también aquellos ciudadanos a los que estos debates les aburren y sólo responden cuando hay que votar y lo hacen siempre con un criterio que se repite una y otra vez: lo que sea con tal de que no gobierne la derecha. Que luego el dueño del fango lo haga con el partido de Sabino Arana, Puigdemont u Otegi es lo de menos. Y es llegados a este punto en el que quizá tengamos que mirar menos a Sánchez y más a quienes le apoyan. Sin ellos, el gran embustero no sería nada. Nadie, con permiso de Odiseo y Polifemo, sería su nombre.

¿Son tan responsables los que dan su apoyo a quien miente, insulta y deteriora la democracia? Desde luego que lo son. Pero, aunque todos sean iguales, algunos son más iguales que otros.

Los intereses de Begoña Gómez

En esto pensaba cuando escuchaba las entrevistas en la SER y en TVE. Pueden llevarlas a cualquiera Facultad de Periodismo para explicar a los alumnos lo que finalmente no resultó ser más que un encuentro en el que no hubo quien le recordara que El Confidencial, Vozpopuli y El Mundo, entre otros, han informado de hechos ciertos protagonizados por Begoña Gómez, una señora que pisa la universidad con una cátedra honoraria sin ser ni siquiera licenciada. No hubo quien le dijera que la dama en cuestión ha escrito cartas, -Sánchez las llama “declaración de interés”-, que los medios han publicado, en las que pide que se tenga en cuenta a empresas que figuran en un proceso de contratación pública ante el gobierno de España. O que pida fondos a empresas públicas que están bajo la regulación del gobierno de España. Son prácticas propias del fangal, del muladar o de la parte más siniestra de la política lo haga quien lo haga, pero peor si se trata de la esposa del presidente.

En Begoña Gómez nada es conjetural. Su trabajo responde a un guion escrito con mano de pendolista, y por eso entiende con pocas explicaciones.

¿Qué necesidad tienen quienes más allá de la política mantienen el pan asegurado? Claro, que tampoco podía imaginar a Emiliano García Page vestido de fámulo ante el último Comité Federal

Ya digo, todos igualmente responsables, pero algunos más iguales que otros. Por eso no dejo de pensar lo que, ante esta exhibición de la mentira y el cinismo, bulle ahora dentro de la cabeza de dirigentes respetables que han dado muestras de honorabilidad en muchos momentos de su vida. Por qué Margarita Robles, Luis Planas o Fernando Grande-Marlaska -si ya sé en lo que ha devenido, pero no siempre fue como ahora-, enmudecen ante el espectáculo que les hace tragar el rey del fango ¿Qué necesidad tienen quienes más allá de la política mantienen el pan asegurado? Claro, que tampoco podía imaginar a Emiliano García Page vestido de fámulo ante el último Comité Federal y preocupado porque el número de la dimisión iba en serio. Hombre, Emiliano, hombre, ¿en serio? ¿Lo decías en serio? Hoy el presidente de Castilla-La Mancha debe saber que del único lugar del que no se vuelve es del ridículo.

Si los más capaces no ven el ejercicio de la mentira y la vanidad de quien les manda, si no se creen, o les da miedo creer, que el amado líder padece un déficit de salud democrática acentuado con un fuerte trastorno de personalidad narcisista, entonces hemos de abandonar toda esperanza ante el triste amaneramiento que la actualidad nos sirve a diario. O esto, o admitir humildemente que los equivocados somos los demás. Y también lo pagaremos.

Puede que nos esté sucediendo lo que a los malos críticos, esos que entienden de aquello que no comprenden. Puede. Pero mientras tanto -y bien que lo siento Agustín, pero el guion lo exige-, desde las covachuelas de palacio, criaturas del fango tales como batracios, gusanos, anémonas, babosas y somormujos van haciendo su trabajo con la inestimable ayuda de un energúmeno metido a ministro. Tampoco los argentinos han leído tu artículo, Agustín.

Lo del rey del fango no es -eso dice él y lo repito-, un caso de salud mental sino un caso de salud democrática. Que se lo digan al presidente de Argentina, al que desde su Gobierno del progreso acaban de acusar de drogadicto. Agustín, mándales el decálogo y no te enfades si el servicio de limpieza lo coloca en el dispensador del papel higiénico del baño que usan los ministros cuando hay Consejo, y piensa en el partido de mañana, que la decimoquinta está al caer.        

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • S
    SonWeb

    Los bulos y la propaganda son las dos caras de la desinformación. El bulo busca un impacto rápido, mientras que la propaganda, lanzada por entidades políticas, usa estrategias de dominio social a largo plazo. Un bulo es una mentira que sorprende y refuerza sesgos, mientras que la propaganda manipula a la gente para conseguir apoyo político. En el ecosistema de las redes sociales y los medios pop más maliciosos se moldea la identidad política de sus fieles audiencias. Esto se combate con educación en alfabetización mediática, pero es difícil controlar esta fangocracia cuando las campañas de desinformación son tan lucrativas y demandadas por las masas. Bajo esta atmósfera tóxica de tribalismo político el periodista fangótico, sin aportar información valiosa, se dedica a disimular políticas inmorales o corruptas en lugar de ofrecer análisis imparciales de la realidad basados en la transparencia y la verdad. Este periodismo, la perioganda hegemónica, es una amenaza a la democracia.

    • J
      Juanmanuelito

      Los bulos y propaganda son ineficaces ante una mente medianamente preparada y amueblada. Los pescadores sabemos que ante un mal cebo, los peces no pican.

  • V
    vallecas

    Ya que a usted lo único que le interesa es el fútbol le pondré un ejemplo. Primero se ponen unas reglas universales de obligado cumplimiento. Sin complejos ni ataduras. No se respetan todas las opiniones. No se respetan todas las acciones. No se convence a quien las incumple. No se debate con el infractor.
    El que no cumple, Tarjeta Roja y a la "pu...........calle". .Me he explicado??