Opinión

El verano en que la derecha comprendió que no volvería a gobernar

Consigna del PP a los militantes para el domingo: evitar otro "¡Ayuso, Ayuso"! como el 23-J en Génova
Alberto Núñez Feijóo, Cuca Gamarra e Isabel Díaz Ayuso en el balcón de Génova celebrando los resultados del 23-J Alberto Ortega / Europa Press

Cuando Sánchez se asoció con Podemos y toda la patulea separatista pensé que, una vez que se había abierto esa puerta, en España no volvería a gobernar la derecha. Algún tiempo después, Pablo Iglesias lo dijo abiertamente y Yolanda Díaz aseguró que,  en caso de que la derecha llegara al poder, tendría que enfrentarse a huelgas y movilizaciones masivas. Por desgracia, no era mera retórica parlamentaria: tres días después de la derrota en las elecciones municipales y autonómicas, y tras haber adelantado las generales, un Sánchez muy sobreactuado avisaba de que “la extrema derecha y la derecha extrema” le acusarían de pucherazo y lo meterían en la cárcel.

A pesar de que PP y Vox iban a quitarnos todos los derechos, ganaron las elecciones; pero la noche del recuento sólo había que ver la estupefaciente euforia de Marisú Montero para saber que eso no es un problema para Sánchez: gobernará España hasta que el juguete le aburra. Y lo más triste es que hay que quitarse el sombrero ante él, que tal vez sea el único político español que comprende que la democracia está muerta en todo el mundo y que esta es la época de la autocracia. Y, como muy bien explican algunos viejos socialistas en este documental, censurado por el ministro bailarín, Sánchez es el autócrata perfecto.

No, señores del PP, apelar al voto  útil no es suficiente. Y lo de prometer derogar el sanchismo a la vez que se le tiende la mano entra en la categoría del surrealismo

Mientras, los dos partidos de derecha, que muy listos no parecen, siguen peleándose entre ellos y echándose la culpa el uno al otro del resultado electoral. En el PP no entienden por qué la gente vota a VOX. Se les ha olvidado que, aunque muchos españoles votaron a Rajoy para que echara a Zapatero y aflojara la soga fiscal, el gallego no sólo no eliminó gasto improductivo, sino que, además, lanzó a Cristóbal Montoro contra ellos. Muchos autónomos no olvidaremos nunca la sonrisita de mala persona con la que nos anunciaba cada nueva vuelta de tuerca. No, señores del PP, apelar al voto  útil no es suficiente. Y lo de prometer derogar el sanchismo a la vez que se le tiende la mano entra en la categoría del surrealismo. Y todo ello, con el pin de colorines en la solapa.

Vox tampoco puede tirar la primera piedra. Aupar a Buxadé —que de buena gana nos pondría una penitencia a nosotros, pecadores— y echar a los liberales no ha sido buena idea. Dar mal rollo, tampoco. Ya les pasó antes al revolucionario emérito y su consorte, que de tanto gritar y patalear han acabado resultando antipáticos hasta a los suyos; los de Vox sólo tienen que mirarse en el espejo de Podemos para ver lo que no hay que hacer. Además, ese radicalismo les impide hacer una lectura correcta de la sociedad: una cosa es que estemos en contra de la Agenda 2030 y otra, muy distinta, que vayamos a votar nacionalcatolicismo. La famosa lona de la papelera, en la que una mano tira a la basura la nueva bandera LGTBI, la feminista, la estelada y alguna otra más, demuestra que no han entendido el escenario actual.

Le guste o no a Buxadé, todos hemos nacido de una mujer y todos tenemos amigos, primos o hermanos gays; incluso catalanes, vascos o socialistas

En cuanto la vi, supe que era un error: no estaba pensada para captar nuevos votantes, sino para repelerlos. El ciudadano medio está muy liado con sus cosas y muchos ni siquiera son conscientes del elefantiásico negocio que hay tras los activismos y sus oenegés; al contrario, creen que son algo positivo. Y esas personas, que podrían estar de acuerdo con Vox en muchas cosas, no entienden que esa lona promete acabar con los chiringuitos que están desangrando España; sino que Vox va a perseguir a las mujeres, a los gays, a los catalanes y a los rojos. Y, le guste o no a Buxadé, todos hemos nacido de una mujer y todos tenemos amigos, primos o hermanos gays; incluso catalanes, vascos o socialistas. Tu propuesta no puede ser que vas a gobernar contra gran parte de la población mientras otros prometen herencias universales; habría sido mucho más efectivo mostrar las cuentas de lo que se podría hacer con el dinero que nos cuestan las redes clientelares.

Nuestra Constitución parece llevar incorporada una bomba de relojería que, tarde o temprano, explotará. En un mundo ideal, PP y PSOE harían una gran coalición y modificarían la ley electoral de modo que para entrar en el Parlamento fuera necesario el 5% del total de los votos; así no estaríamos sometidos a la tiranía de las minorías que nos parasitan. Pero sabemos que eso es imposible. El presidente está tan preocupado por la reacción de las peligrosísimas extrema derecha y derecha extrema que ha hecho lo mismo que ellas: marcharse tranquilamente a la playa. Y eso deberíamos hacer todos. Después, veremos. Si no convoca elecciones, Sánchez tendrá que ejecutar los recortes impuestos por la UE y administrar las exigencias independentistas. No olvidemos que es un animal político y vengativo —no creo que vaya a pasar por alto la humillación a la que los indepes quieren someterle— ni que las urnas le han autorizado para cambiar de opinión cuantas veces desee. Si ha llegado el momento de que todo salte por los aires, ¿quién mejor que él para hacerlo estallar?