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Opinión

Cuando Boris Johnson recitaba la 'Ilíada' en griego

El primer ministro británico, Boris Johnson

Días atrás fallecía don Francisco Rodríguez Adrados. Le faltaban menos de dos años para llegar a los cien, que sí alcanzaron otros grandes sabios como don Manuel Gómez Moreno o don Vicente García de Diego y casi don Ramón Menéndez Pidal. Puede que el mucho estudio sea un factor importante para la longevidad.

Aunque filólogo, no tuve las agallas para serlo de Clásicas y eso me impidió ser su alumno y apreciar en toda su dimensión la importancia de su labor filológica. Pero sí he podido seguir su trayectoria intelectual y, sobre todo, cívica de sus últimos años. Porque Adrados, un auténtico sabio y un maestro de helenistas, no se encerró nunca en la torre de marfil de sus estudios sobre el griego, el indoeuropeo y todos los aspectos de la cultura clásica, sino que fue un batallador incansable para impedir que el latín, el griego y la filosofía, es decir, el núcleo de las Humanidades, desaparecieran de los planes de estudios de nuestra enseñanza secundaria. Consciente de que el bachillerato es la columna vertebral de la cultura de un país, Adrados luchó para conseguir que nuestros bachilleres, tanto los de ciencias como los de letras –división que a él no le gustaba nada-, llegaran a la Universidad con una formación integral, para la que un cierto conocimiento de las lenguas clásicas es imprescindible.

La izquierda y los nacionalistas

Una batalla en la que ha tenido enfrente a los políticos de todos los colores. Empezando por el ínclito Solís Ruiz y su “¿para qué sirve el latín?” en las Cortes franquistas, hasta la sectaria Isabel Celáa y su proyecto de nueva Ley que, con los dogmas igualitaristas, deja las lenguas clásicas prácticamente erradicadas de nuestra secundaria. Sólo Esperanza Aguirre con su fallido Plan de Humanidades esbozó un intento, en contacto precisamente con don Francisco, para que las lenguas clásicas empezaran a recuperarse en nuestro bachillerato, pero todos sabemos cómo acabó aquello por la oposición de la izquierda y de los nacionalistas.

Estuve en aquella batalla y eso me hizo tratar un poco al sabio helenista, con el que un día mantuve una conversación que creo que merece la pena recordar. Un tanto pedante, le dije que a mí Unamuno me parecía un genio gigantesco por sus ensayos, por sus novelas, por sus infinitos artículos y por sus casi infinitos poemas que cada vez me gustan más, pero que me llamaba la atención que, a pesar de ser catedrático de Griego, no hubiera creado escuela de helenistas en Salamanca ni hubiera producido una obra significativa en esa materia. Don Francisco no quiso ahondar en mi crítica al Unamuno helenista, aunque me parece que me quería dar la razón, y lo que hizo fue decirme que él había conocido en persona a Unamuno y había hablado y comido con él.

Así que con la muerte de Adrados quizás haya desaparecido una de las últimas personas que podía decir que había comido y hablado con el gran don Miguel de Unamuno

Ante mi sorpresa, me explicó que provenía de una familia con raíces en la episcopal villa de Turégano, en Segovia. En ella alguno de sus ancestros, no sé si abuelo o tío, llegó a ser alcalde, y en los años treinta un día invitó a don Miguel a comer con la familia. Allí fue donde el adolescente Adrados lo conoció y habló con él. Incluso me dijo que fue el encargado de acompañarle al coche que había venido a recogerle. Así que con la muerte de Adrados quizás haya desaparecido una de las últimas personas que podía decir que había comido y hablado con el gran don Miguel.

La batalla por las Humanidades es una batalla que sirve, en primer lugar, para identificar el nivel intelectual de los políticos cuando tienen que manifestarse sobre ese asunto. Como me contaba un profesor de Secundaria en un colegio de la alta burguesía, que, harto de que los padres de los alumnos, todos altos ejecutivos, le preguntaran, como Solís, para qué sirve el latín, un día les contestó “para identificar a los padres que preguntan para qué sirve el latín”. Cuando en youtube vemos y escuchamos cómo Boris Johnson, que en la Universidad de Oxford estudió Clásicas, recita y dramatiza durante cinco minutos el principio de la Ilíada en griego, nos quedamos con la boca abierta, y no podemos por menos de admirar un país y una cultura, la británica, que cuida los estudios clásicos con esmero hasta el punto de buscar entre sus cultivadores a los políticos que tienen que dirigir el país y la cultura.

Claro que Adrados sabía que llegar a recitar la Ilíada en griego no está al alcance de todos, pero ni él ni muchos otros entendemos por qué se impide que a esos chicos –y chicas, claro- que sí pueden alcanzar esos niveles de estudio y de conocimientos se les cierre estudiar un bachillerato de especial exigencia y esfuerzo. Continuar la batalla para que el latín y el griego tengan en la enseñanza secundaria el lugar que se merecen y que la cultura española requiere es el mejor homenaje que podemos hacer a su memoria.

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