Opinión

Una monarquía sin monárquicos

Somos una sociedad repentista, que obra más con las tripas que con la cabeza, y lo mismo nos levantamos monárquicos que nos vamos a dormir republicanos

  • La Princesa Leonor se embarca en el buque escuela -

Una anécdota: entraba Don Alfonso XII triunfante por las calles de Madrid tras una época turbulenta de repúblicas fallidas, monarcas importados y espadones varios cuando, de repente, vio como al paso de su corcel iba un arrapiezo desgañitándose: “¡Viva el Rey! ¡Viva Don Alfonso! ¡Viva la monarquía!”. Conmovido, Su Majestad se dirigió al chavalillo en tono paternal diciéndole “No grites tanto, muchacho, que te vas a quedar afónico” a lo que el pillastre respondió con desparpajo “No se apure Su Majestad, que más grité cuando echamos a la puta de su madre y no me pasó nada”. Dejemos aquí el sucedido, que recogen tanto el Duque de Sesto que iba al lado del Rey a la par que otros cronistas, y analicemos lo poco que hemos cambiado los españoles con respecto a nuestros reyes.

Lo pudimos ver el sábado cuando Doña Leonor embarcaba en el Juan Sebastián Elcano en medio de una apoteosis popular. Los gritos de “¡Viva el Rey, viva la Reina, viva la Princesa!” fueron parejos a los abucheos que recibió la ministra de Defensa, Margarita Robles. A alguien que no conociese a los españoles podría parecerle que el pueblo apoya a la Corona y denuesta el gobierno, pero se equivocaría de medio a medio. Somos una sociedad repentista, que obra más con las tripas que con la cabeza, y lo mismo nos levantamos monárquicos que nos vamos a dormir republicanos. En España no hay más rey que uno mismo, señores, y nos cuesta aceptar a otro que esté por encima de nosotros. Lo mismo pasaba con Don Juan Carlos, que siempre fue recibido con un entusiasmo enorme pero cuando de apoyarlo se trató, la mayoría de la gente se puso en su contra incluidos aquellos que más le debían agradecimiento y lealtad.

En España no hay más rey que uno mismo, señores, y nos cuesta aceptar a otro que esté por encima de nosotros

Con Don Felipe hemos pasado por situaciones relativamente similares. Del “¡Cómo un hijo ha podido llegar a echar a su padre!” o “Si el Rey no hace nada contra Sánchez, para qué carajo lo necesitamos” - obviando a comunistas y demás ralea que ven en la Corona uno de los impedimentos, si no el más importante, para lograr sus fines - hemos pasado al “¡Como se emociona el Rey al despedir a su hija!”. O cuando Sánchez huyó de manera cobarde en Paiporta mientras que el Rey y Doña Letizia aguantaron como jabatos y la gente decía “¡Eso es un Rey, con un par!”. Porque debemos añadir que la unidad de medida española para valorar a alguien es la testicular.

Don Felipe ha rayado a gran altura en la crisis, terrible crisis, que ha afectado y todavía afecta a nuestros hermanos valencianos para eterno baldón y escarnio de Sánchez. Ahí estaba el Jefe del Estado capaz de pedir perdón, abrazar a la gente, poner todo lo que puede a disposición de las víctimas. Y el Rey del sábado es también un padre al que se le quiebra la voz arengando a los guardiamarinas en una alocución que intuí dirigida especialmente a su hija, la Princesa de Asturias. Una Princesa que paseó por Cádiz con sus compañeros, siendo recibida en triunfo en todas partes. ¿Es el mismo Cádiz que llegó a votar a Kichi como alcalde? Lo es. ¿Es el mismo pueblo que aclama con fervor a los reyes el mismo que vota a Sánchez, unos cuantos millones de compatriotas? Lo es. Y es que España es una nación sin monárquicos ni republicanos; si me apuran, sin derechas ni izquierdas. Me parece estupendo que se vitoree a Su Majestad, porque la Corona es el dique de contención de la volatilidad ideológica atávica que sufrimos. Pero este es un reino sin monárquicos, a lo sumo, puede tener felipistas igual que en su día tuvo juancarlistas. Claro que, a poco que la gente se fije en el Rey y Sánchez, la elección está más clara que escoger entre un ordenador de última generación y un chubesqui.

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