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Opinión

Un país berlanguiano

Forma parte de nuestra industria autóctona, casi se diría que autárquica, como lo fueron los toros, el humor escatológico, las genialidades que aportaba la borrachera de zarzaparrilla o la mortal de anís “Machaquito”

Sánchez Biden
Pedro Sánchez y Joe Biden en la última cumbre de la OTAN EFE

La Real Academia de la Lengua siempre se ha distinguido por su lentitud, sentido corporativo y un conservadurismo que bebe de sus esencias y sus pestilencias. Sin embargo, ha corrido para incorporar el palabro “berlanguiano” a su arraigado patrimonio, y es lógico. Por encima de aniversarios y loores patrios parece como si de pronto se hubiera decidido marchar por la senda que marca el “todos somos berlanguianos”. Digan lo que quieran sus beatificadores era un tipo normal, tirando a soso, con salidas de pata de banco que revelaban un fondo de tristeza y esa sensación de estar de paso, sin esforzarse por llamar la atención. Sus películas no son geniales sino genialoides, que no es lo mismo, y al verlas uno se queda siempre con la impresión de que detrás de la risa que despiertan está el drama que disimulan. Y un poso que advierte sobre nuestra condición de imbéciles sin apenas darnos cuenta del ridículo que destilamos. Es Berlanga el valenciano, pero también Rafael Azcona, su guionista riojano. Una pareja infeliz llamada a entenderse.

Difícil de traducir a un idioma no carpetovetónico, por eso me pregunto cuál debió de ser la sensación de Moon Jae-in, nada menos que el presidente de Corea del Sur, representante de una de las economías más boyantes y competitivas del mundo. Si alguien conoce Corea y un poco de su turbulenta y difícil historia tendrá que preguntarse algo que nuestro espíritu berlanguiano ha desdeñado, porque el gran personaje del film de Berlanga-Azcona era el presidente Moon Jae-in, pero nosotros seguíamos sonriéndonos ante las imágenes que nos regalaba la pantalla.

El presidente Moon de Corea en visita a Cataluña. Fue el protagonista, pero apenas le dedicamos una columna. Todos perdiendo el culo, literalmente, por quedar bien y sobre todo porque dejará caer sus inversiones en este país abundoso en grandes eventos, barretinas, butifarras y porteros automáticos de “La escopeta nacional”. El lobby ya posmoderno del Círculo de Economía de Barcelona, ¿o es de Cataluña?, había preparado todo el festejo para seducir a Moon “el Coreano” –lo que es la vida: “coreanos” se apodaba con desprecio a los emigrantes autóctonos en nuestros años cincuenta- pero el escenario exigía al Rey y al Presidente honorífico de la Generalidad y a la alcaldesa Colau.

Si el Rey lo pasó berlanguianamente bien o mal no es mi problema porque va incluido en sus emolumentos -la humillación no- pero los demás actores también cobran e incluso los extras, ya sea con frase o mudos. El conjunto fue patético en los ensayos de la representación; cada cual iba, como Sazatornil en la película, a vender sus porteros automáticos, pero todo tenía un aire cutre de gentes a lo Rufián, gañanes rufianescos que han logrado salir de la nada y ganarse el pan con jamón gracias a hacer esos servicios que antaño ejercían las prostitutas, que como legalmente están prohibidas ahora lo ejercen los filibusteros en las redes: joder y que te jodan.

¿Cómo denominar a los 35 segundos de Sánchez con el presidente Biden? Un plano-secuencia que no habría logrado Berlanga

No es extraño que entre las últimas integraciones al lobby del Círculo de Economía esté el inveterado columnista Josep Ramoneda; alguien pensaría que es lo último que le quedaba, ser lobbysta  un par de años después de figurar en la candidatura indepe y anticapi de la CUP. Se equivocan: mientras haya territorio hay oportunidades y existe toda una tradición de la inteligencia local catalana, que alcanza cotas tan notables como Pilar Rahola o Ramoneda, que siempre sorprenden con el “no va más” en la mesa de apuestas. Josep Pla, una leyenda, prefería a Marcelo Caetano que a la Revolución de los Claveles de la libertad portuguesa; aún quedan muchos caminos por recorrer cuando uno se hace viejo. Además, los compatriotas se vuelven benévolos y hasta complacientes con los veteranos de alquiler.

Pero si berlanguiano fue lo del presidente Moon en Barcelona, ¿cómo denominar a los 35 segundos de Sánchez con el presidente Biden? Un plano-secuencia que no habría logrado Berlanga: el vendedor de porteros automáticos explicándole los beneficios del invento a un anciano que sigue su camino con gesto evidente de preguntarse “¿quién carajo es este tipo?”. Muy buena la salida de los hooligans presidenciales: ¡es que habla inglés!, justificaba el antiguo poeta pedestre Benjamín Prado, de la cosecha García Montero Asociados.

¿Y lo de poner la lavadora a las 3 de la madrugada, para ahorrar en el timo de la electricidad? Los tres tramos horarios alcanzan la sublimación del concepto de lo berlanguiano. Ni en el “Plácido” hubiera tenido su lugar, ahora que estamos abordando una economía de sensibilidad ambiental e imperiosa digitalización, aseguran. Eso sí, en un modelo federal, nos anima Javier Faus, presidente del Círculo de Economía de Barcelona, para que Madrid no sea una “aspiradora de recursos”; los que ellos han desdeñado con su silencio y su agobiante cobardía pero que ahora les ha llegado la hora de postular porque el maná europeo va a dar ocasiones dignas de las entregas navideñas en la “motocarro” de “Plácido”, la película que el franquismo prohibió en su título original, “Siente un pobre a su mesa”.

Uno entiende que el hijo del economista y promotor del nuevo mundo económico “hacia la independencia”, el que fuera indiscutible Andreu Mas-Colell, escriba una carta pidiendo para “mi papá”, en inglés claro, que no le toquen ni la pensión ni el patrimonio. Acusado con evidencia de “malversación de caudales públicos” hacia la fiesta que inauguró Artur Mas, helo ahora pidiendo piedad. “Oh capitán, mi capitán”, o “Papá, mi papá”, en lo que me toca yo la asumo, por más que la otra parte ni antes ni ahora asuma nada mientras contempla los despojos comunes.

Diga lo que diga la nueva Policía de las Ideas estamos en período berlanguiano y cometeríamos un error, otro, si creyéramos que Berlanga era más de lo que fue. Basta con eso, y de momento recomendar que no es buena idea la exportación de lo berlanguiano. Forma parte de nuestra industria autóctona, casi se diría que autárquica, como lo fueron los toros, el humor escatológico, las genialidades que aportaba la imposible borrachera de zarzaparrilla o la mortal de anís “Machaquito”. No debe aliviarnos que Colombia retire el monumento a Colón, el aventurero exitoso que da nombre al país. Berlanga al fin y a la postre con su desigual genio hizo de espejo cóncavo, pero sus imágenes no nos absuelven de nuestros comportamientos de enanitos un poco jorobados.  

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