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Opinión

De Podemos a Vox: anatomía del trumpismo español

Santiago Abascal (d) pasa delante del escaño de Pablo Iglesias.

Supongo que a muchos de ustedes les habrá sorprendido, como a mi, la virulencia del descarnado y vociferante apoyo de Vox al felizmente derrotado Donald Trump, un presidente norteamericano cuya relación con España ha sido básicamente la de poner multas y elevar los aranceles a los productos españoles, especialmente a los agroalimentarios.

¿A qué viene este evidente error estratégico?

Hagamos un poco de historia. Desde el primer éxito electoral de Vox en las elecciones autonómicas andaluzas de 2018, su nexos con Steve Bannon, estratega de la primera campaña de Trump, no han dejado de crecer, convirtiendo de hecho a la formación liderada por Santiago Abascal en la sede provincial de la internacional nacionalpopulista capitaneada por este tipo.

Pero no piensen ni por un segundo que Vox fue la primera opción de Bannon para establecer su cabeza de puente en España. Hasta en esto son unos segundones, el primogénito de esta estrategia de establecer acciones conjuntas con partidos nacionalpopulistas de la Unión Europea no fue otro que… ¡¡Podemos!!

Sí, sí, como lo oyen: Podemos

Hace cuatro años por estas fechas, mientras decenas de miles de 'bots', webs y blogs pagados por el Kremlin hacían campaña a favor de Donald Trump subvirtiendo el sistema electoral nortemericano tras haberlo hecho previamente en el referéndum del Brexit y haber fallado por los pelos en las elecciones presidenciales francesas, los medios y pundits más influyentes de la berdadera hizkierda (marca registrada) española, especialmente los del entorno de Podemos se alineaban también con el candidato nacionalpopulista norteamericano con el sorprendente argumento de que “Hillary era peor que Trump”

Colusión de intereses

Liderados desde el punto de vista discursivo por el filósofo esloveno Slavoj Žižek, una rutilante estrella de la filosofía fast food que mezcla en sus libros postmarxismo de garrafón con imaginería de la cultura popular procedente del cine o del cómic y moralina sexual propia de una monja preconciliar, la mayoría de medios del entorno podemita, incluida la televisión de capital iraní en la que tenía su programa Pablo Iglesias Turrión, se mostraron franca y sorprendentemente partidarios del millonario nacionalpopulista Donald Trump en un adelanto de la colusión de intereses e influencias que han marcado el debate público internacional desde ese momento.

Hoy, con Podemos en el Gobierno de España, los nexos con esa incipiente internacional nacionalpopulista y a la que la mano derecha de Vlaldimir Putin, Aleksandr Duguin, dedicó ímprobos esfuerzos e innumerables visitas que incluyeron desde a influyentes políticos griegos del entorno de Tsipras hasta a diversos líderes del Rassemblement national (el antiguo Frente Nacional) se han debilitado, pero su hueco ha sido ocupado por Vox, un partido igual de perteneciente al espacio nacionalpopulista que Podemos, su imagen especular al otro lado del espectro ideológico.

El problema es que, tras la fehaciente demostración por parte de los servicios de investigación británicos, franceses y norteamericanos de la implicación rusa en los intentos de subversión de sus elecciones, el encarcelamiento de Steve Bannon por meter la mano en la caja y la derrota de Trump en las elecciones norteamericanas, todo este entramado de mentiras, falsedades y engaños queda tremendamente tocado.

Y lo de Vox es aún peor, porque si a todo esto añadimos el desastre de su moción de censura y la torpeza de unir su suerte a un candidato perdedor como Trump (que ya no va a poder ejercer como faro, guía y financiador de este movimiento), no es que queden tocados, quedan hundidos.

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