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Opinión

Frenazo a Irán y palo a Europa

El presidente estadounidense, Donald Trump, muestra un memorándum presidencial firmado durante la rueda de prensa ofrecida en la Casa Blanca, Washington

Donald Trump no debiera sorprender. Sus amenazas estaban en su programa, de manera que, con más o menos estridencias, cumple aquella hoja de ruta. De todo el legado de su antecesor, Barack Obama, que él se empeña en demoler, su retirada del acuerdo nuclear con Irán entraña consecuencias globales tanto o más graves que su rechazo al acuerdo mundial sobre el cambio climático.

Trump refuerza su alianza de hierro con Israel, el más encarnizado adversario de aquel Plan de Acción Conjunto (así se llama oficialmente el acuerdo), firmado en julio de 2015 por los cinco estados miembros del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania y el propio Irán, y la adhesión institucional de la propia Unión Europea.

Lo esencial del pacto era el levantamiento de las duras sanciones económicas impuestas a Irán, a cambio de la renuncia temporal por parte de Teherán -hasta 2025- a fabricar armas nucleares. Un pacto, calificado de “desastre” por Trump cuando él aún estaba en la oposición. Recogía ya en esa queja la mayor parte de la argumentación israelí, que alertaba sobre los grandes flecos que se habían dejado sueltos: la no renuncia al expansionismo iraní, basada en la intervención a través de grupos y organizaciones terroristas en Líbano, Siria, Irak y Yemen, a los que nutre del correspondiente armamento convencional, algo no contemplado tampoco en el acuerdo.

La UE es una de las grandes damnificadas de una maniobra que tiene consecuencias globales tanto o más graves que el rechazo de Trump al acuerdo mundial sobre el cambio climático

Cuando Israel consideró que sus denuncias no encontraban más atención que la del presidente norteamericano y la del nuevo hombre fuerte de Arabia Saudí, el príncipe Mohamed Bin Salman, inició una escalada verbal advirtiendo de que “nunca consentirá que tales grupos terroristas, teledirigidos por Irán, amenacen la seguridad e integridad de Israel”.

La retirada de Trump del acuerdo nuclear y la correspondiente reinstauración de las sanciones económicas, “a su más alto nivel”, provocará en lo inmediato un endurecimiento del régimen islámico iraní. Los aperturistas serán arrinconados por los más extremistas, que exhibirán el pretexto habitual de la amenaza exterior para acentuar la represión, aplastar la disidencia y reducir al silencio a los más tibios.

Arabia Saudí constata también que, en su guerra con el chiismo iraní por la supremacía de la legitimidad del Islam, cuenta con el respaldo americano e israelí. Queda por ver, sin embargo, hasta dónde llegaría el régimen de los ayatolás en esta escalada en Oriente Medio. Destruir a Irán no es una empresa fácil. El último ejemplo de intervención directa fue la guerra de diez años y un millón de muertos, que sostuvo con el Irak de Sadam Husein, alentado entonces tanto por Estados Unidos como por las potencias europeas.

La UE precisamente es la otra gran damnificada de esta maniobra de Trump. En primer lugar, porque ha evidenciado la fragilidad de su poder, como lo prueban los sucesivos fracasos del francés Macron, la alemana Merkel y el británico Johnson en convencer al inquilino de la Casa Blanca de la falta de justificaciones reales para romper el acuerdo. Las supuestas violaciones al mismo por parte de Irán se asemejan en su consistencia a las armas de destrucción masiva, nunca halladas, pero cuya supuesta existencia sirvió de pretexto para “retrotraer a Irak a la Edad de Piedra”.

Trump ha anunciado también castigos a “cualquiera que ayude a que Irán se dote de armas nucleares”. Esa advertencia tan genérica previene sin duda sobre cualquier tipo de negocio, ya que la interpretación corre a cargo del “castigador”, de modo que pocos, por no decir nadie, se arriesgarán a ser perseguidos por Estados Unidos por concluir un contrato con Irán o empresas iraníes, lo que frena en seco los proyectos conjuntos que ya habían iniciado con Teherán numerosas empresas europeas.

Sería, pues, ésta una buena ocasión para que la UE pudiera establecer una política exterior genuina, y encontrar por lo tanto su propio lugar en el rediseño estratégico del mundo, que se está produciendo a marchas forzadas.

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