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Opinión

Los tres padres no independentistas del independentismo catalán

José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy

La ciencia médica distingue cuatro partes a la hora de tratar una patología: la etiología u origen y causas de la enfermedad, el diagnóstico de la misma, el pronóstico sobre su futura evolución y la terapia a aplicar para superarla. Este mismo esquema conceptual se puede aplicar al profundo mal que hoy aqueja a Cataluña y por extensión al conjunto de España, a saber, la práctica inexistencia del Estado en esa Comunidad, sometida a los vaivenes de un separatismo golpista que desprecia la ley, divide a la sociedad y la arrastra a la ruina económica. Muchas veces se ha recordado, cuando se produce en un país un desastre de gran magnitud, que ha sido fruto de un largo proceso, la frase que uno de los protagonistas de la extraordinaria novela de Mario Vargas Llosa Conversación en la catedral pronuncia angustiado: “¿En qué momento se j…ió el Perú?”. Un interrogante análogo resulta pertinente en relación al malhadado procés, cuando todo indica que se encuentra prácticamente fuera de control. Es decir, sin negar la relevancia de acertar en el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento adecuado, y poniendo las cosas en su orden lógico, parece interesante elucidar el desarrollo de semejante delirio colectivo y comprender los factores que lo han generado, mantenido y exacerbado durante cuatro décadas hasta la destructiva eclosión presente. Este ejercicio es pertinente sobre todo para identificar a los responsables, para poner rostro, nombre y apellidos a aquellos que, debido a sus decisiones, sus estrategias, sus tácticas, sus acciones o sus omisiones, deben responder por los tremendos errores que nos han traído hasta aquí.

Si nos remontamos a épocas aún más pretéritas, el grupo de tres debería ampliarse a dos más, Felipe González y José María Aznar

Paradójicamente, los tres máximos colaboradores necesarios para la agudización extrema de la cuestión separatista en Cataluña no son independentistas, sino muy destacados dirigentes de los dos principales partidos nacionales, el Partido Popular y el Partido Socialista, tres figuras muy sobresalientes que por sus elevadas funciones en ambas formaciones hubieran debido, al contrario de lo que hicieron, velar por los derechos y libertades de los ciudadanos catalanes, por el respeto al orden constitucional y por la eficaz y contundente neutralización del intento subversivo iniciado por Artur Mas, continuado por Carles Puigdemont y sostenido contra toda racionalidad y mínima consideración al interés general por el presidente marioneta y racista Joaquim Torra. Si nos remontamos a épocas aún más pretéritas que los últimos quince años, ese grupo de tres debería ampliarse a dos más, Felipe González y José María Aznar, Hay que decir en su descargo que en su tiempo se les pudo haber reprochado falta de visión a largo plazo, pero no, como a la terna subsiguiente, la facilitación consciente de la labor de demolición de los secesionistas.

El primero de este trío de la infamia fue Pasqual Maragall. Tras su victoria en las elecciones autonómicas de 2003, formó gobierno con una fuerza marcadamente separatista, Esquerra Republicana de Cataluña, y se lanzó a una agenda intensamente nacionalista impulsando un nuevo Estatuto de Autonomía que desbordó peligrosamente el marco constitucional cuando no existía demanda social para una reforma de este calado, de hecho, menos del 1% de los catalanes la consideraban necesaria en 2005. Traicionando a sus votantes, a su partido matriz, el PSOE, y al pacto de la Transición, Maragall despertó a un monstruo hasta entonces más o menos contenido que a partir de su nefasto mandato al frente de la Generalitat ya nadie quiso ni pudo domeñar.

Quedarán registrados en los anales de la Historia como tres redomados villanos en este drama terrible de deslealtades, bajezas y felonías

El segundo, José Luis Rodríguez Zapatero, se adentró suicidamente en la senda hacia el precipicio abierta por Maragall y pactó, en una noche nicotínica en la Moncloa con Mas, una redacción del Estatuto que rasgaba las costuras de la Constitución de 1978 después de haber prometido alocadamente que se sumaría a cualquier propuesta de reforma estatutaria que aprobase el Parlamento de Cataluña. Como lo que salió de un hemiciclo de mayoría independentista era flagrantemente inconstitucional, tuvo que ser corregido por el Congreso y posteriormente por el Tribunal Constitucional. Estos sucesos prendieron la mecha del agravio que, debidamente explotado por los independentistas, hizo arder a la sociedad catalana como un haz de leña seca.

El tercero, que remató esta faena de errores garrafales de juicio, cesiones, oportunismos y cobardías, fue Mariano Rajoy. Su indolente pasividad y su pusilánime carencia de coraje permitieron que la marea separatista alcanzase cotas alarmantes hasta desembocar en el golpe parlamentario de Septiembre de 2017 y el referéndum ilegal e inconstitucional del 1 de Octubre de 2018, episodios en los que se vulneró descaradamente la legalidad, el Reglamento del Parlamento de Cataluña y se dinamitó nuestra Carta Magna.

La conclusión es que a la hora de identificar a los autores de este pavoroso desaguisado no hay que acusar tanto a sus promotores directos, los independentistas, que al fin y al cabo, como el escorpión sobre el lomo de la ingenua rana, obedecen a su perversa naturaleza, como a los gobernantes de la Nación que, faltando a su deber y ensuciando su conciencia, ni supieron ni quisieron tomar las medidas requeridas para evitar la catástrofe. La Historia un día les pedirá cuentas y quedarán registrados en sus anales como tres redomados villanos en este drama terrible de deslealtades, bajezas y felonías.

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