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Opinión

Daño irreversible o la vuelta al Lysenkoísmo

Trofim Lysenko

De la noche a la mañana, el libro de la periodista del Wall Street Journal Abigail Shrier fue retirado del catálogo de una de las más grandes cadenas de almacenes de Estados Unidos tras una sola queja por redes sociales. El twittero en cuestión era un trans activista que les exigía una explicación por vender en sus tiendas un libro sobre “la epidemia transgénero que estaba barriendo el país”. 

Aunque esto sólo sería algo temporal, reflejaba la inmerecida controversia que rodeaba la historia que la periodista del Journal había tratado modestamente de alumbrar después de que todos sus compañeros de profesión hubiesen decidido evitar el tema por considerarlo “un campo minado”. Entre otras cosas, contaba el testimonio de la investigadora de la salud pública Lisa Littman, una mujer liberal y poco sospechosa de transfobia, que se habría convertido en el objeto del tristemente común acoso que reciben todos aquellos científicos que deciden meter las narices en temas opacados deliberadamente por ideologías rígidas y totalitarias.

Era el año 2016 cuando la investigadora andaba por sus redes sociales y se dio cuenta de una extraña peculiaridad estadística a partir de que un grupo de chicas adolescentes de su pequeño pueblo en Rhode Island decidieran salir del armario como personas trans…  La propia Lisa Littman declaró que ella misma se había alegrado al ver a la primera incluso a la segunda chica dar este paso valiente. Pero en el momento en que apareció una tercera, y luego una cuarta y luego una quinta pertenecientes todas al mismo grupo de amigas, la doctora Littman empezó a sospechar. Ella no sabía demasiado de disforia de género pero sabía lo suficiente para reconocer que esos números y la probabilidad de que ese promedio de gente trans se diera en un grupo tan cerrado era extremadamente baja de acuerdo al diagnóstico clásico de disforia de género.

Para que os hagáis una idea, el DSM -5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) reporta una incidencia estimada de disforia de género sobre el 0,005 y el 0,14 para varones y mucho menor (0,002 y 0,003) para nacidas mujeres. Esto para que nos entendamos es una incidencia aproximada de 1 por cada 10.000 habitantes. Que en un mismo grupo de amigas aparecieran seis personas de golpe que se declaran trans era algo extremadamente raro.

En prácticamente todo el mundo Occidental se estaba reportando una súbita subida estadística entre los adolescentes con disforia de género sin que nadie diese la mínima voz de alarma

En prácticamente todo el mundo Occidental se estaba reportando una súbita subida estadística entre los adolescentes con disforia de género sin que nadie diese la mínima voz de alarma. En 2018 el Reino Unido, en lo que respecta a chicas adolescentes que demandaban tratamientos de cambio de género, reportó un incremento de 4.400% con respecto a la década anterior. En Estados Unidos la prevalencia había aumentado un 1000%.

Lo que estaba sucediendo era una obviedad que una parte importante de la comunidad científica había decidido ignorar por miedo a reprimendas y cancelaciones. Había una ola de chicas adolescentes, que en una gran mayoría arrastraban diversos problemas mentales como depresiones y ansiedades, que nunca habían mostrado signos de la disforia de género clásica, y que tras un periodo de inmersión prolongado en redes sociales de la noche a la mañana habían llegado a la conclusión que el problema que llevaban años arrastrando es que sufrían disforia de género. Esto, traducido al cristiano, significaba que un grupo de chicas adolescentes habían decidido autodiagnosticarse y recetarse a sí mismas un tratamiento hiper-intrusivo sin ningún tipo de fiscalización externa, excusadas en la irreprochabilidad de la autodeterminación de género. 

Un grupo de chicas adolescentes habían decidido autodiagnosticarse y recetarse a sí mismas un tratamiento hiper-intrusivo sin ningún tipo de fiscalización externa

Y la comunidad científica permanecía -y permanece- callada

La doctora Littman fue descrita como una abusona de colegio, tránsfoba y conservadora de extrema derecha. Sus hallazgos fueron desmerecidos y señalados sin que nadie propusiera una explicación alternativa sobre la peligrosa realidad a la que apuntaban los crudos y certeros datos. Los activistas siguieron la pista de Lisa Littman hasta el Departamento de Salud de Rhode Island, donde trabajaba a tiempo parcial como consultante en temas relacionados con la salud de mujeres embarazadas y niños neonatos, y una denuncia fue emitida al jefe de su departamento exigiendo su fulminante despido. También exigieron  de paso que se añadiera un baño de género neutro a las instalaciones… Y la verdad es que no estoy seguro de si se acabó añadiendo el baño de género neutro a los centros de salud pública de Rhode Island, lo que sí sucedió es que la investigadora Lisa Littman finalmente fue despedida.

A raíz de estos sucesos, un amigo científico que trabaja en la investigación sobre el cáncer me escribió un mail en el que se leía el siguiente párrafo: "Nada de esto es nuevo, esta instrumentalización de la ciencia y la imposición de un bozal ideológico no es más que un remozado del Lysenkoismo comunista donde la genética se consideraba una pseudociencia burguesa y diversas ramas de la biología fueron suprimidas bajo pena de muerte".

Un buen ejemplo de cómo la ciencia es considerada por colectivos eminentemente no científicos, no como un faro que permite la obtención de conocimiento fidedigno, sino como una bombilla que puede ser encendida con un interruptor en función de los planteamientos ideológicos que más convengan, según interese que alumbre, deslumbre o esté apagada.

Y señoras y señores, la realidad es que si nos arrebatan esto podemos darnos por jodidos.

Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw

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