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Opinión

Torra-Iglesias: ¿qué podía salir mal?

El presidente catalán, Quim Torra y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias.

Tras la celebración del debate de la moción de censura, Pablo Iglesias tardó poco en ofrecerse a Pedro Sánchez para convertirse en su socio de Gobierno preferente. En realidad, antes de aquella proposición, Podemos ya era el primer aliado del presidente Sánchez, pues todavía tardó menos en poner sus escaños al servicio del cambio de Ejecutivo, así que esa alianza quedó sellada antes de la votación y no tiene visos de quebrarse hasta que Sánchez tenga a bien precipitar las próximas elecciones, una cita que se retrasa en el calendario a medida que el eco de la hemeroteca se le hace más soportable a este Gobierno. Prueba de esa sintonía entre Iglesias y Sánchez es que el primero ha sido el interlocutor designado para iniciar el ‘deshielo’ con el Govern de la Generalitat: “Sánchez está de acuerdo con el acercamiento de los presos a cárceles catalanas”, fue lo primero que anunció el líder morado al finalizar el encuentro, exhibiendo orgulloso su papel de mediador.

Quizá alguien debería advertir a Sánchez de que más que allanar el camino, su estrategia le lleva a subirse a la misma cima que Torra, y que de ahí el president no piensa bajar"

La reunión de Iglesias con Joaquim Torra, célebre articulista, es uno más de los gestos derivados del Gobierno Sánchez, la toma de contacto necesaria previa al encuentro entre presidentes. Es curioso cómo el recién aterrizado en Moncloa está tomando precauciones ante su eventual cita con Torra: habrá visto el lector que la expresión ‘allanar el camino’ hace fortuna estos días y con esa intención parece que trabajan, no solo los respectivos equipos de ambos gobiernos, sino también el propio Iglesias. Quizá alguien debería advertir a Sánchez de que más que allanar el camino su estrategia es la de subirse a la misma cima que Torra y que de ahí el presidente catalán no piensa bajar (sea el derecho de autodeterminación, sea la secesión -si es que el uno no es mero eufemismo del otro-). Valga desde aquí una humilde señal de alarma por si no bastara con el hecho de que el voluntario para gestionar ese cometido haya sido Podemos.

Iglesias ha asumido gustoso la tarea, pues darle la razón al separatismo en todas y cada una de sus demandas así como en sus críticas a la democracia y las instituciones españolas es una de las labores predilectas de cualquier dirigente de Podemos. Después de rehuir a toda costa cualquier fotografía conjunta con las fuerzas constitucionalistas, de poner el grito en el cielo con la aplicación del 155 cuando aún resonaba su estruendoso silencio tras el golpe parlamentario del separatismo, a Iglesias le ha faltado tiempo para sentarse con Torra. De Cataluña me ocupo yo. Porque en Podemos consideran que el discurrir político catalán es exclusivo de los nacionalistas, una convicción tan honda que les lleva hasta el esperpento de mostrarse más dispuestos a escuchar a un señor que ha firmado artículos racistas contra los españoles que a sus propios votantes en Cataluña, cada vez menos numerosos. Hace apenas unos días, la portavoz del Govern, Elsa Artadi, explicó que Torra no iba a hablar con Sánchez del servicio catalán de Cercanías. Tras verse con Iglesias, ambos destacaron satisfechos que se habían tratado temas como el exilio o el injusto encarcelamiento de los presos, o de la autodeterminación. Todo lo social, vaya.

A muchos catalanes nos suena a risa que Sánchez haya decidido enterarse de lo que pasa en Cataluña a través del olfato de Iglesias, que a su vez ha consultado sus dudas a Torra"

Cualquiera sabe que esa aparente antinatural sintonía sólo la hace tolerable la complicidad contra la democracia española de ambas formaciones. Basta con recordar la reacción furibunda de los dirigentes de Podemos cuando el Rey pronunció el discurso del 3 de octubre, demonizado también por el nacionalismo catalán. Ayer Iglesias insistía en culpar a la Monarquía de la ruptura entre gobiernos -en Podemos hablan mucho de las diferencias entre gobiernos porque las diferencias entre catalanes dan al traste con su concepción monolítica de Cataluña: de ahí que crean que Torra puede ser un interlocutor suficiente-. Pero eso no constituye sorpresa alguna. La novedad del asunto es que el PSOE fíe a su socio preferente, favorable a la autodeterminación de diversas comunidades autónomas -desconozco cuáles le merecen ese privilegio-, la gestión de la crisis catalana. Hasta ahora el PSOE había contribuido, con sus particularidades, a la respuesta constitucional: una vez en Moncloa pesan más los apoyos recibidos, que no le perdonarían un mínimo acercamiento a Cs o al PP. Sánchez sabe que no puede excluir a la fuerza más votada por los catalanes el 21-D de cualquier solución al conflicto catalán, pero su prioridad son sus avales.

Comprendo que para algunos resultará difícil de entender, pero a muchos catalanes nos suena a risa que Sánchez haya decidido enterarse de lo que pasa en Cataluña a través del olfato de Iglesias, que a su vez ha consultado sus dudas a Torra. ¿Qué podría salir mal? ¿Hasta qué punto están admitidos el ridículo y el jugar con fuego con tal de hacer funcionar un cordón sanitario? Por cierto: asistimos a una vieja película cuya idea original era tan similar a lo que parece rondar en la cabeza del presidente del Gobierno que no resulta difícil adivinar el final. Recuperar las inconstitucionalidades del Estatut no va a disuadir a los partidos separatistas de sus devaneos con la ilegalidad. La pregunta es si los devaneos de Sánchez con el discurso nacionalista le llevarán a asumir alguna premisa más, porque no está de más recordar que, respecto a la autodeterminación, el PSOE es un partido en minoría frente a todos los demás que votaron favorablemente la moción de censura.

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