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Opinión

La torpe oposición de Pablo Casado

Un buen primer paso sería criticar la situación del país en el que viven sus votantes, no en el que cree vivir un puñado de trolls de Twitter

El presidente del PP, Pablo Casado. EFE

Uno de los peores vicios de la política española reciente es su insistencia en copiar de forma irreflexiva los usos y las formas de la política estadounidense.

Esto es visible, por un lado, en esa divertida costumbre que tenían algunos exasesores del gobierno y exministros variados de ver el “tablero político” como un elaborado juego de subterfugio y estrategia, una combinación entre Juego de Tronos, el Ala Oeste, y House of Cards. Es esta política de los golpes de efecto, las maniobras por sorpresa, los giros de guion para cambiar el debate y flipadas parecidas, que hacen que sus practicantes se crean inteligentísimos pero a los que la inmensa mayoría de votantes no les prestaba la más mínima atención.

La otra tendencia es más visible en la derecha, y se centra en un abuso desaforado de superlativos en su tarea de oposición al Gobierno.

Estas últimas semanas, hemos visto políticos del PP llamar a Pedro Sánchez “despótico”, alguien que quiere “expropiar los beneficios empresariales”, que “humilla a todos los españoles”. Ha insistido en calificar al presidente del “Gobierno más radical de Europa” que “cede ante los enemigos de España”, y busca “interferir en la libertad y la propiedad privada” con “comunismo”.

Si no lo ha hecho aún es porque el PP no ha pactado con ellos la renovación del Consejo del Poder Judicial y porque Ayuso defiende las libertades de España desde la Puerta del Sol, o algo parecido

Uno puede tener una opinión más negativa o positiva de Pedro Sánchez, sin duda, pero es muy, muy difícil llegar a creer que el pobre hombre es la mitad de competente de lo que dice la derecha española sobre él.

En esta España que dibuja Casado, Abascal y allegados, el presidente del Gobierno es un auténtico genio del mal que conspira sin cesar para destruir al país tal y como lo conocemos. Todo lo que hace el Gobierno forma parte de un plan elaboradísimo para implantar un régimen chavista en España, ceder todo el poder a los independentistas, perseguir la disidencia ideológica, imponer un pensamiento uniforme woke y políticamente correcto, emascular al macho ibérico, forrarse con dinero europeo y chupar toda la riqueza a los españoles como sanguijuelas. Si no lo ha hecho aún es porque el PP no ha pactado con ellos la renovación del Consejo del Poder Judicial y porque Ayuso defiende las libertades de España desde la Puerta del Sol, o algo parecido.

Oportunista más que radical

Si miramos lo que sucede en el planeta tierra, sin embargo, Pedro Sánchez es un político un tanto inoperante al mando de un Gobierno débil que no ha conseguido sacar casi nada adelante debido a sus tensiones internas. El presidente del Gobierno será un oportunista, pero dista mucho de ser un radical; ninguna de las reformas que ha puesto sobre la mesa es demasiado ambiciosa o revolucionaria. Su dependencia de los partidos nacionalistas le ha servido como motivo y para aplazar otra vez la urgente reforma del sistema de financiación autonómica. Mientras tanto, han utilizado la “intransigencia” del PP como excusa recurrente para aplazar urgentes reformas institucionales.

Sánchez y los ministros del PSOE, además, dedican una cantidad de tiempo considerable a bajar de la parra a sus socios de Podemos y su obsesión por presentar tontadas sin demasiado sentido, a menudo convirtiendo ideas nefastas (como la ley de vivienda de Podemos) en ideas simplemente malas (como la ley de vivienda del gobierno). Cuando les toca a ellos proponer alguna reforma medio cuerda, como las pensiones, mercado laboral, o reforma educativa, les encanta usar al partido morado como pretexto para no hacer nada porque no les dejan.

Pedro Sánchez es alguien que por una combinación entre aritmética parlamentaria, ambición personal e indefinición ideológica no ha hecho gran cosa gobernando el país

Lejos de ser este ser maligno e hiperactivo que dibuja la derecha, Pedro Sánchez es alguien que por una combinación entre aritmética parlamentaria, ambición personal e indefinición ideológica no ha hecho gran cosa gobernando el país. Tiene como disculpa una situación política difícil (una pandemia y un Parlamento donde no hay mayorías fáciles), pero no deja de ser un gestor tirando a mediocre que se conforma en gestionar crisis y maquillar problemas, pero no intenta solucionarlos.

Tengo la sensación de que, para Pablo Casado, sería mucho mejor los defectos reales de Pedro Sánchez, no sus maldades imaginarias. Es más divertido, no lo dudo, aullar alegremente en el Congreso sobre humillación, comunismo, déspotas y que viene Cuba, pero para aquellos votantes que siguen la actualidad leyendo sólo el ABC, escuchando a Federico Jiménez Losantos y el resto de los híper excitados medios conservadores, estos ataques les parecerán absurdas fantasías retóricas que algo ven en el día a día.

Una de las estrategias más infravaloradas en política es decir la verdad, que resulta ser la mejor manera de ganar credibilidad entre los votantes. Si Pablo Casado quiere convertirse en un líder que merezca cierto respeto, un buen primer paso sería criticar la situación del país en el que viven sus votantes, no en el que cree vivir un puñado de trolls de Twitter.

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