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Opinión

Todo vuelve, menos ellos

Detalle de la rosa que los Servicios Funerarios de Madrid colocan sobre cada féretro, en la sala previa a la incineración en el Crematorio de la Almudena durante la pandemia

La primera vez que hablé de Victoria fue hace casi dos meses; entonces se cumplía el día número 24 del estado de alarma. Julián, su padre, había muerto a los 89 años, en un centro de salud en Cantoblanco, Madrid, el 26 de marzo. Trascurrieron quince días y aquel 7 de abril Victoria aún ignoraba dónde estaba su cuerpo. Nadie parecía capaz de contestar a esa pregunta. Yo estaba convencida de que ella no pararía hasta dar con la respuesta.

Más de sesenta días después, ha comenzado el luto oficial decretado por el Gobierno. Habrá, finalmente, crespones negros en la conciencia. Sin embargo, aún no sabemos cuántos ciudadanos realmente han muerto. ¿Cómo podemos recordarlos a todos, cuando a unos dos mil los han borrado de golpe y a los otros miles que han añadido? A los muertos ni siquiera los cuentan, sólo los apilan: hombres y mujeres que murieron invisibles y permanecen invisibles. Plegarias no atendidas que las autoridades se arrojan en sus justas parlamentarias.

Pienso en Victoria hoy más que nunca. Me pregunto cómo se siente. ¿Hasta qué punto la 'desescalada' reinicia el duelo? Todo parece normalizarse. Todo vuelve: las tiendas, el trabajo, el transporte público, pero no regresa su padre. Julián no vuelve a la vida, pero tampoco puede descansar en un sepulcro o menos llevarlo a Salamanca, el lugar donde nació, aunque en la partida de defunción digan que es natural de Bilbao.

Incinerarlo no le dio paz. Pudo hacerlo, un mes después. Miró, a través de un cristal, cómo lo hacían. Al salir, le dio por observar la chimenea

Incinerarlo no le dio paz. Pudo hacerlo, un mes después. Miró, a través de un cristal, cómo lo hacían. Al salir, le dio por observar la chimenea. Victoria no podía hacerse la idea de que ese humo proviniese del cuerpo de su padre.  Lo encontró todo triste. Ese sitio que nada tenía que ver con ella. Ese silencio. Todo cuanto no debía ocurrir, ocurrió. A ella y a miles de familias. Ni siquiera pudo llevarse las cenizas y ahora espera el cambio de fase para estar con su madre.

Hace mucho desde que leí esta frase. ¿Dos meses? ¿Una vida entera, o tres, cuatro, cinco, seis… treinta mil, cuarenta mil? No lo sé, nadie los cuenta. No pueden o no quieren o no saben. "Papá ha muerto esta madrugada. Se llama Julián Iglesias, 89 años. Como él no era famoso no saldrá en las noticias, ni será TT. Sólo un número más entre las muertes provocadas por el coronavirus", publicó entonces Victoria en su cuenta de Twitter . Aquella frase percutió mi estado de ánimo hasta reflejar un miedo que esos días me recorría el cuerpo y que aún llevo puesto.

Aquel siete de abril hablé de ella, describí su carácter. Nunca le he visto aceptar un no al momento de hacer una fotografía. Di por hecho de que no sería ésta la primera vez. Porque allá donde fuera va, aun perdiendo, Victoria vencería. Entonces ella quería despedirse de su padre, sólo eso. Y aun quiere hacerlo, pero de otra manera. Sé que no parará hasta conseguirlo y por eso pienso en ella al ver los crespones negros y las banderas a media asta. A mí no me basta y sospecho que a ella tampoco. Todo vuelve menos ellos, los que ya no están.

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