Opinión

Cuando todo va mal

Si malo es que Sánchez no se digne a pactar un acuerdo económico con el PP, peor es que se empeñe en poner los secretos del Estado en manos de Bildu

Definitivamente, ya no quedan excepciones en la tormenta perfecta que asola a la economía española en el marco de la borrasca general que amenaza a la del planeta. Confirmada la debilidad de nuestro crecimiento por el paupérrimo aumento del PIB en el primer trimestre -tan solo un 0,3%-, ratio que ha obligado al Gobierno a rectificar su previsión de crecimiento para 2.022 del 7% al 4,3% ¿Dónde hay que firmar para que se cumpla?, los resultados de la última EPA han corroborado el estancamiento de nuestra economía. La pérdida de 100.000 empleos, el aumento de 70.000 parados y la elevación de la tasa de paro al 13.67% evidencian que la crisis ha llegado también al mercado laboral.

En definitiva, tenemos una economía estancada, con una elevada inflación, un alto déficit, con una deuda pública inquietante, con la inversión empresarial al ralentí, con un paro creciente… En estos momentos, no hay dato o indicador económico al que acogerse. Y lo peor es que las expectativas de futuro son ciertamente sombrías. El caos económico general provocado por la guerra de Putin, las incertidumbres sobre su duración y sobre el escenario post bélico que pueda resultar, el desconocimiento absoluto de lo que realmente está sucediendo en Shanghai (¿por qué las autoridades chinas tienen secuestradas a 25 millones de personas?) … son variables que ensombrecen el futuro económico mundial. A ello se le añade en el plano doméstico el previsible aumento de nuestra factura energética por el envilecimiento de la relación con Argelia. Como dicen los pobladores del Sacromonte granadino “al que no se muera este año le va a pesar”.

Acabamos de comprobar que ni siquiera en una situación de alarma como la que atravesamos, Sánchez se muestra reacio a pactar con la oposición el necesario plan de choque

La cuestión es qué hacer en situaciones como la actual. Los inversores privados lo tienen claro y en esta ocasión, como hacen en todas las grandes crisis, se están refugiando en el oro cuyo precio ha vuelto a dispararse. Pero por lo que nos interesa a todos, lo relevante es la reacción de los líderes. A nivel mundial, el desconcierto es evidente, pues las descalificaciones a Putin y a su execrable comportamiento criminal se simultanean con la financiación de sus atrocidades de guerra mediante la adquisición de los productos energéticos que dispone Rusia. Resulta humillante comprobar que el espíritu epicúreo de los europeos permite al sátrapa ruso prolongar su cruel conducta a fin de no sacrificar parte de nuestro bienestar. En el plano doméstico, acabamos de comprobar que ni siquiera en una situación de alarma como la que atravesamos, Sánchez está dispuesto a pactar con la oposición el necesario plan de choque que amortiguara los dramáticos efectos que la crisis está ocasionando a las familias españolas.

Junto a las turbulencias económicas, nuestra vida política también está agitada, y es muy relevante el cambio operado en las condiciones exigidas para acceder a la comisión parlamentaria de secretos oficiales. Ya no resultará necesario que un diputado obtenga los votos de 3/5 del Congreso (210), ahora bastará con obtener 176. Al margen de las esforzadas explicaciones dadas por el Gobierno para justificar la modificación decidida unilateralmente por Battet, lo cierto y verdad es que el cambio coincide y se debe a la necesidad de contar con los votos de Bildu para la convalidación del Decreto-Ley anticrisis ideado por el Gobierno. Otra noticia negativa, pues si malo es que Sánchez no haya querido contar con el PP para acordar un plan de emergencia económico, peor es que para llevar adelante el suyo haya pactado con Bildu, entregándole a cambio la entrada en el corazón de los secretos de Estado. Como ha sucedido en otras ocasiones, son los propios correligionarios de Sánchez los que más le han afeado sus decisiones, como el presidente castellano manchego García Page el que ha criticado que se haya abierto al zorro la puerta del gallinero.

En fin, como efectivamente todo va mal, muy mal, igual van a acabar teniendo razón los del Sacromonte. Lo que pasa es que morirse tampoco es la solución. Y menos si se trata de una muerte colectiva.