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Opinión

En tiempos de crispación, más Illas y Almeidas

José Luis Almeida en entrevista con Vozpópuli.

Durante toda la crisis sanitaria se han analizado diversos modelos de comunicación del riesgo y comunicación de crisis en tiempo real. Es decir, mientras vivíamos y experimentábamos la novedad de la tragedia diaria se han publicado muchos análisis y artículos que precisamente trataban de escudriñar qué es comunicar bien y qué es comunicar mal en medio de una pandemia. Ahora que la curva señala el inicio de su esperado ocaso toca reconocer quiénes han sabido comunicar en este episodio de crisis, manteniendo un mismo tono, dinámica y estilo durante toda la pandemia. Hasta el día de hoy, las dos personas que han sobresalido por su estrategia de comunicación de crisis y por la forma de entender la política en estos momentos han sido José Luis Martínez-Almeida y Salvador Illa. Veamos porqué.

Ambos eran grandes desconocidos cuando llegaron a sus responsabilidades. Pasaban por ser personas con largas y oscuras trayectorias dentro de sus respectivos partidos, hormiguitas que trabajan siempre a la sombra de alguien que recoge los frutos. Dos hombres que llegaron por sorpresa a sus cargos y que una vez en ellos, bien por falta de expectativas sobre su gestión o bien por su notable manera de comunicar y gestionar, suponen dos ejemplos muy diferentes de lo que en esta crisis podríamos denominar una comunicación eficaz y eficiente que no solo los salva de la medianía generalizada, sino que además los refuerza de cara al futuro en sus proyecciones políticas. Son el claro ejemplo de cómo un político puede salir reforzado de una crisis.

Un año después de las elecciones municipales del 2019, Almeida es uno de los políticos más valorados a izquierdas y derechas

A José Luis Martínez-Almeida nadie lo colocaba en las quinielas de alcaldables por el PP y mucho menos, como sucesor en el cargo de las todo-comunicadoras y carismáticas Manuela Carmena y Esperanza Aguirre. Llegó a ser el líder de la oposición tras la dimisión de Aguirre por el caso Lezo, pero, en aquel momento nadie supo anticipar que podría quedarse como candidato para recoger su testigo. Y finalmente, a falta de otro mejor, y gracias a su proximidad al que, por entonces, ya era el flamante presidente del PP, Pablo Casado, pasó de ser un segundón del partido, a liderar la capital de España, y sustituir a Carmena gracias a un pacto con Cs y Vox. Después de un año de las elecciones municipales del 2019, Almeida es uno de los políticos más valorados a izquierdas y derechas. Tanto es así, que hasta Rita Maestre reconoció políticamente su manera de gestionar, en un gesto que la define positivamente también a ella. Durante esta crisis, Almeida ha sido cercano, llano, empático, moderado con las críticas, humilde asumiendo errores, accesible para la oposición y para la prensa, dialogante, campechano y no ha dejado de estar en cada rincón de Madrid, bien fuera para mover cajas o para liderar dispositivos con protección civil.

El ministro inesperado

A Salvador Illa nadie lo situaba como ministro de Sanidad, la trayectoria de este filósofo había estado relacionado con la promoción económica municipal y con la fontanería del partido. Miquel Iceta lo colocó como secretario de organización en un partido muy mermado por las luchas internas a causa de la cuestión independentista y la pluralidad de almas del PSC. Se necesitaba un hombre templado y dialogante para pacificar las aguas de los socialistas catalanes.

Tras cumplir el objetivo del primer secretario del PSC, Sánchez pensó que podría hacer lo mismo para él, y así consiguió muñir la investidura y pacificar a los independentistas catalanes en una mesa de negociación. Así pues, el cometido principal del ministro de Sanidad era curar, sí, pero las heridas emocionales de Cataluña con el conjunto de España, algo más propio del ministerio de Administraciones Públicas, que ya tenía apellidos y así Illa acabó en Sanidad. Sin embargo, la vida le trasladaba de una crisis territorial de dimensiones importantes al frente de la mayor crisis sanitaria desde la gripe española y en lugar de negociar con el gobierno catalán, le tocó aprender lo que era un ministerio con nombre, pero sin competencias, y divido en tres bloques tan sólo desde tres meses atrás.

Capacidad de diálogo

Obviamente, el papel de Illa ha sido uno de los más duros y determinantes de esta pandemia, su gestión ha tenido luces y sombras, pero su talante, tono y forma de ejercer su cargo y comunicar es uno de los mejores de toda la crisis. Su templanza le ha servido para huir de toda polémica cuando la oposición arremetía, con o sin razón, circunscribiéndose al objetivo de sus comunicaciones. Su capacidad de diálogo ha sido clave para el entendimiento con las comunidades autónomas en uno de los trabajos más federalizados que se conoce en los últimos tiempos.

Dos hombres no esperados que han respondido a la altura de las circunstancias y muy por encima de la media. Supongo que en muchas ocasiones el cuerpo, los nervios, sus emociones les pedían saltar, tuitear, exasperarse, pero si lo han hecho, nadie los ha visto, demostrando el mismo sacrificio que nos pedían al resto de la población. Vivimos tiempos de ira, la incertidumbre. El miedo que nos provoca lo desconocido, lo incierto, hace que acusemos al que está enfrente del origen de todos nuestros problemas. Vemos cómo hay políticos que sin pudor alguno llaman al enfrentamiento de la población, por activa o por pasiva, por no condenar un escrache o por hacerlo con peros y salvedades. Esa legitimación de la violencia tiene siempre peores consecuencias de las que a priori se puede predecir, así que aprendamos de Illa y Almeida, una política que se explica, que se entiende y que hace por entenderse desde la humildad de saber que todos hemos cometido errores.

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