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Opinión

Gañanes de tertulia y periodistas a sueldo

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Mientras el periódico Financial Times señala a España como uno de los ejemplos de mala gestión de la crisis sanitaria, los telediarios apuntan hacia Brasil y Estados Unidos. Hacía mucho tiempo que los medios patrios no demostraban tanto interés en estos países, pero como por estos lares no sobra ni la autocrítica ni la decencia, se ha optado por la táctica de señalar al 'enemigo' para expiar los pecados propios.

Cuesta encontrar un momento histórico en que el periodismo haya caído más bajo que en esta última primavera. Siempre han existido los ganapanes de tertulia y los gacetilleros con una especial capacidad para reptar entre las instituciones. De hecho, quienes ejercieron de lame-botas de Pujol y loaron a Artur Mas cuando decidió enviar a Cataluña al abismo a cambio de salvar su trasero, actualmente se han reconvertido en aduladores de Pedro Sánchez. Es decir, del presidente del Gobierno que ha recortado las competencias de las comunidades autónomas durante la gestión de la crisis sanitaria y ha hecho caso omiso a una buena parte de sus sugerencias, pese a que fueran buenas.

Esto hubiera sido elevado a la categoría de anatema en otro momento, pero ahora ha sido tratado con una extraordinaria suavidad por parte de los más insignes divos del nacionalismo escrito catalán. Puede que haya habido momentos en los que el periodismo se haya ejercido con un mayor sesgo partidista interesado. Pero, desde luego, cuesta hallaros.

Desconozco cuál fue el momento en que los responsables de los medios decidieron adoptar la penosa estrategia parlamentaria de sustituir los argumentos por el 'agitprop'

Desconozco cuál fue el momento en que los responsables de los medios decidieron adoptar la penosa estrategia parlamentaria de sustituir los argumentos por el agitprop, pero basta consultar una buena parte de los diarios y las televisiones para hallar múltiples ejemplos al respecto. Uno perfecto se ha producido en las últimas horas, cuando se ha conocido que el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero, envió “por error” (muy entrecomillado) un documento a los centros sociosanitarios en el que desaconsejaba el traslado a los hospitales de los ancianos que vivían en residencias.

Hay quien se ha empeñado en destacar que fue un simple fallo para ocultar la evidencia, y es que la gestión de los geriátricos ha sido desastrosa durante la crisis del coronavirus, aunque no mayor que la indecencia de los caciques autonómicos que celebran que sus UCIs no hayan colapsado -y su rapidez para construir hospitales de campaña- mientras cuentan por miles los fallecimientos en estas residencias, convertidas en pudrideros para la ocasión.

Lo decía el consejero Alberto Reyero este viernes: algunos directores de asilos reconocieron que, ante la presencia de un viejo moribundo, con coronavirus, la táctica era pincharle morfina y sentarse a esperar. ¿El qué? Desde luego, nunca la ambulancia.

Pese a todo, todavía hay quien, como Isabel Díaz Ayuso, tuvo ganas de hacer el paripé de celebrar el cierre del Hospital de IFEMA. No tienen vergüenza. Tampoco la tienen quienes han dado voz al político de Ciudadanos para convertir sus palabras en un arma arrojadiza parlamentaria. Pero ya se sabe: en este país de fariseísmo mediático, la importancia se otorga o se niega según la filiación ideológica del que habla.

En este país de fariseísmo mediático, la importancia se otorga o se niega según la filiación ideológica del que habla.

Ocurre igual con los medios del otro 'bando' (porque esto va de bandos), que, en buena parte, deglutían con sumo placer los informes policiales sobre la corrupción del Partido Popular, pero ahora demuestran una desconfianza sobrevenida con respecto a la actuación de la Guardia Civil durante la investigación de las manifestaciones del 8 de marzo. Pero aún hay más, puesto que su línea editorial no sólo se limita a señalar los errores que cometió la Benemérita, sino que también aprovecha para dar capotazos al Ejecutivo aprovechando la ocasión, aunque eso implique regodearse en teorías de la conspiración sobre las cloacas, ese elemento mitológico que aparece y desaparece a conveniencia de quien las cita.

Mesas de tertulia

El ridículo más absoluto lo representan los tertulianos más paródicos, que suelen tener siempre espacio en televisión, prensa y radio; y que en estos días se han empleado a fondo en repetir consignas, pese a que eso haya implicado contradecir informaciones ciertas e incluso contradecirse a sí mismos. Esto último, algo lógico en cualquiera que aspire a defender a Pedro Sánchez, el rey del renuncio y del descaro.

El fenómeno ha sido tan evidente que durante las últimas semanas no ha sido ni siquiera necesario subir el volumen del televisor para adivinar la opinión de los más insignes participantes y presentadores de las tertulias. El rancho informativo ha sido de tan baja calidad, y tan previsible y tóxico, que los espectadores se han polarizado y envenenado; y hay quien todavía se pregunta el porqué.

La razón es la de siempre: el dinero. En tiempos en los que no sobran los ingresos en la profesión y las empresas amenazan con ejecutar decenas de despidos, algunos se han aferrado al papel de tertuliano como un clavo ardiendo. Pese a que implique interpretar a los más ridículos personajes planos.

Por su parte, los medios han hecho lo mismo que quien tiene sed y nota la lluvia: mirar al cielo, abrir la boca y esperar el goteo de publicidad institucional. Con los ojos cerrados, a poder ser.

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