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Opinión

La sordera de la izquierda en Cataluña

Íñigo Errejón, candidato de Más País.

En contra de lo que pueda parecer, la mayoría de los votantes suelen saber lo que les conviene. Digo “en contra de lo que pueda parecer” porque a los políticos a menudo se les olvida esta obviedad; incluso cuando el electorado les ha dicho por activa y por pasiva, elección tras elección, que una de las propuestas del partido es mala idea y no les gusta, hay líderes que insisten tropezar con la misma piedra una y otra vez.

Digo esto porque Iñigo Errejón y Más País parecen estar absolutamente dedicados a insistir en los errores de todos sus predecesores en Cataluña. La izquierda siempre ha sentido una fascinación un tanto irracional con el nacionalismo catalán. A pesar de que los partidos nacionalistas de derechas han gobernado como partidos de derechas (poco gasto en educación y sanidad, nulo interés por la igualdad de oportunidades o movilidad social), los partidos progresistas siempre parecen disculpar todas esas políticas sin demasiados reparos. Durante años, PSC, Iniciativa y aledaños han aceptado que los nacionalistas impusieran su modelo de “l´escola catalana”, colonizaran por completo la política cultural y la universidad, y mantuvieran un anémico estado de bienestar sin rechistar.

Las razones, o excusas, siempre han sido variadas. Años atrás se hablaba de responsabilidad, de consensos, del oasis catalán. La veneración llegando a culto de las “instituciones catalanas” y años de autobombo sobre el “model català” hicieron que se aceptaran muchos mitos sobre la inefabilidad de la Generalitat y sus consellers. El “fet diferencial” de la cultura catalana hicieron que cuestionar el modelo educativo fuera criticado como una traición a la patria, y el complejo de inferioridad de la izquierda hizo el resto.

El resultado es un tanto desolador. En Cataluña, los partidos de izquierda se han autoconvencido que primero de todo deben pedir perdón por existir, y segundo, deben demostrar de forma fehaciente que no son españolistas, y hacerlo dos veces al mes. Lo peor que le puede pasar a un político progresista en Barcelona no es perder unas elecciones, sino que alguien de ERC, la CUP o CiU critique su catalanidad y les llame fachas.

En vez de escoger a un candidato capaz de articular un proyecto de izquierdas para España, Errejón ha hecho todo lo posible para que ERC no le llame facha y ha puesto un casi-independentista de cabeza de lista

Esto puede parecer una exageración, pero basta ver al candidato que ha nombrado Errejón para encabezar las listas en Barcelona para darse cuenta de esta realidad. Juan Antonio Geraldes, que así se llama el elegido, es un hombre de izquierdas, sí, pero es por encima de todo un soberanista. Geraldes pertenece a una de las aparentemente infinitas corrientes del comuns que viven más cercanas a la CUP que a cualquier otro partido. En vez de escoger a un candidato capaz de articular un proyecto de izquierdas para España, alguien que quisiera defender los intereses de los votantes de clase media y clase trabajadora en Barcelona, Errejón ha hecho todo lo posible para que ERC no le llame facha y ha puesto un casi-independentista de cabeza de lista.

La reacción de la clase media y trabajadora en Barcelona ante decisiones como esta ha sido, durante los últimos años, irse con sus votos a otra parte, para la consternación de los que siguen hablando del cinturón rojo de Barcelona como un objeto de culto. Lo que esos votantes saben, y la progresía madrileña y barcelonesa parece incapaz de entender, es que el proyecto nacionalista catalán tiene un fortísimo componente de clase, y las clases medias y obreras castellanohablantes entienden perfectamente qué significa para ellos.

Menos renta, menos independentista

Basta mirar las cifras: en Cataluña, el idioma materno correlaciona con fuerza con prácticamente cualquier indicador social. Los castellanoparlantes van de forma consistente a peores colegios y sacan peor rendimiento escolar, tienen mucha menos movilidad social, y están excluidos de forma consistente en las instituciones políticas del país. Las familias castellanoparlantes tienen de forma consistente menor nivel de renta, igual que los nacidos fuera de Cataluña. Que los votantes con menos renta tiendan a ser menos independentistas no es en absoluto casual – el electorado de ese mitológico cinturón rojo de Barcelona que sigue hablando castellano entiende perfectamente que los partidos nacionalistas nunca han tenido especial interés en ayudarles. Saben que, en una Cataluña independiente, los partidos que controlan la Generalitat hoy no van a cambiar sus políticas de redistribución.

Es perfectamente comprensible entonces que, ante el proyecto independentista, muchos de estos votantes valoren lo que dice un político respecto al nacionalismo catalán y su proyecto de país. Cuando ven que los partidos se ponen a hablar de fractura social y crisis de convivencia como algo que es culpa de los fachas de Madrid, no algo que les afecta a ellos directamente, es natural que huyan como la peste de aquellos líderes que ni siquiera se molestan en mencionar la atroz dualidad social catalana y un modelo político que les excluye por completo, y busquen en otro sitio.

PSC, Podemos, Comuns y escisiones variadas de todos ellos deben empezar por hablar sobre construir una Cataluña de todos, hablar en voz alta sobre la fractura social, insistir que este no es un conflicto entre Cataluña y Madrid, sino entre catalanes, defender a los más vulnerables de una vez. Esto no quiere ser intransigente como el militante de Vox medio, pedir el fin de las instituciones catalanas o negar la necesidad de proteger y promover el catalán, ni tampoco renunciar a la idea que el conflicto catalán debe solucionarse con un acuerdo, no con la rendición del secesionismo o la negociación de la legitimidad de su causa.

Es hora, sin embargo, que los partidos de izquierda en España y en Cataluña abandonen sus complejos. Es perfectamente aceptable, legítimo y decente ser de izquierdas y no ir por la vida aplaudiendo a los nacionalistas. PSC, Podemos, Comuns y demás deben dejar de pedir disculpas, y defender los intereses de sus votantes.

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