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Opinión

¿Hubo alguna vez un socialista moderado?

Susana Díaz, durante la presentación de su candidatura en Madrid.

Miquel Iceta, el dirigente de ese PSC que ahora marca la línea en el PSOE, que era justo lo que temía Rubalcaba, soltó sin vergüenza que no pactará con independentistas. Y lo dijo como si no lo hubiera hecho ya en multitud de ayuntamientos catalanes y, peor, como si el 'tripartito' de Pasqual Maragall no hubiera sido con ERC. Como dice el gran Miquel Giménez: “Eso es tirar la piedra y esconder el separatismo”.

Desde el constitucionalismo se llama una y otra vez a la reacción del socialismo moderado. La apelación a esos socialdemócratas da la impresión de que ya es inútil. La sensación es que solo protestan por el sanchismo las viejas glorias del PSOE, y que es inviable reconstruir una fórmula socialdemócrata que haga frente a la deriva autoritaria y al separatismo. Ese socialismo murió y la nueva generación socialista, la que se forjó en el zapaterismo, piensa más en tomar el poder que en salvaguardar la democracia.

Miraban a la Constitución con respeto, y nunca hubieran aceptado un acuerdo con los herederos de ETA ni con los golpistas de Cataluña

Estos días han coincidido en las librerías dos obras muy distintas. Antonio Caño presentó la biografía 'Rubalcaba: un político de verdad', en la que recuerda cómo fue el partido socialista de Felipe González. No hay nada perfecto, dice en una interesante entrevista de Jorge Bustos, pero entre aquellos dirigentes, en esa generación, hubo personas que tenían un sentido de Estado, que miraban a la Constitución con respeto, y que nunca hubieran aceptado un acuerdo con los herederos de ETA ni con los golpistas de Cataluña.

Otra cosa es el grupo que lideró Zapatero, que abrió la puerta a la ruptura constitucional al firmar el Pacto del Tinell para dejar al margen de la vida política al PP. La distancia entre el partido socialista anterior a 1996 y el del siglo XXI, es la diferencia entre los ataques de González a Sánchez, y la defensa cerrada que hace Zapatero del sanchismo. El viaje político ha sido importante: desde la socialdemocracia hasta el populismo y el apoyo a los separatistas.

Con el Rey

Entre medias, entre el felipismo y el desastre actual estuvo Rubalcaba, según explica Caño, que simbolizaba a su entender la sensatez y el extraño equilibrio entre el patriotismo español y el de partido. Sabemos que Rubalcaba desconfiaba de Sánchez, y que así lo dijo cuando pudo, pero que no hizo lo suficiente para pararlo. Juan Francisco Fuentes, en su obra 'Con el Rey y contra el Rey' (2016), coincide con Caño: quien sostuvo al PSOE en 2014 en la legalidad constitucional, en los marcos de la monarquía parlamentaria, fue Rubalcaba. Buena información, mala noticia.

En sus filas se forjó el golpe del 34 porque no aceptaron el veredicto de las urnas, y jamás han pedido perdón por la represión en la retaguardia durante la Guerra Civil

En el fondo está el debate sobre el significado del PSOE en la historia de la democracia española. Y es aquí donde el libro de Federico Jiménez Losantos, titulado 'La vuelta del comunismo', entra como un mihura. Al periodista no le cabe la menor duda: el socialismo español ha traicionado siempre los principios democráticos, desde su fundación en 1879 hasta hoy. A su entender, es el partido más nocivo para la historia de España. De su mano, cuenta Federico, entró el comunismo en 1936, en sus filas se forjó el golpe del 34 porque no aceptaron el veredicto de las urnas, y jamás han pedido perdón por la represión en la retaguardia durante la Guerra Civil.

El PSOE de González tampoco sale bien parado. Primero, el autor le achaca la destrucción de la separación de poderes: “A España no la va a reconocer ni la madre que la parió”, que dijo Alfonso Guerra. Segundo, la apropiación del derecho a gobernar por encima de la derecha, salvo la nacionalista. Y luego, claro, el hundimiento de la educación pública, el control de los medios, la corrupción institucional, el terrorismo de Estado, y la permisividad con el rey Juan Carlos.

El mayordomo de La Moncloa

¿Es posible sacar de aquellos catorce años de hegemonía socialista con González algún rédito hoy, aunque sea para compararlo con el PSOE de Sánchez? Es cierto que el partido se ha convertido en el mayordomo del señorito de La Moncloa, sin más discrepancias que en la duración correcta de la genuflexión ante el líder. No sabemos si alguien de la dirección de Ferraz llama “Dios” a Sánchez como se le escapó a Txiki Benegas en referencia a González, pero falta poco. Ya se oye algún “Su Sanchidad”.

La situación del PSOE, y su perjuicio para España, proviene de su podemización, de que aceptara las formas e ideas del comunismo populista para encabezar la oposición al PP de Rajoy. La facilidad para esa asunción de las propuestas totalitarias y contrarias al orden constitucional y a su espíritu se debe a la etapa de Zapatero. La atmósfera autoritaria que se generó entonces, sublimando su complejo de superioridad moral, y elevando la traición al arte del Renacimiento, ha favorecido el asentamiento fácil del sanchismo.

En esa tesitura de elegir entre la lealtad al orden constitucional y el patriotismo de partido debieron reaccionar antes

Algún socialista lo vio venir, como Joaquín Leguina en 'Historia de un despropósito' (2014), que denunciaba el vaciamiento de la identidad socialista histórica en beneficio de un proyecto rupturista que abocaba al fracaso a la democracia española. Escribió: los zapateristas “metieron al país en una peligrosa dinámica destructora que puso al Estado democrático en trance de sucumbir a manos de los separatismos”.

La generación anterior, la que dejó la primera línea en 1996, echó a Sánchez e intentó impedir su vuelta apoyando a Susana Díaz en las primarias. Fracasaron y desaparecieron. En esa tesitura de elegir entre la lealtad al orden constitucional y el patriotismo de partido debieron reaccionar antes.

Vuelvo al principio. ¿Hubo algún socialista moderado? Sí, claro que sí, pero no hacen nada hasta última hora, cuando ya el mal se ha extendido y su partido está infectado por el comunismo y el populismo, por la ambición desmedida y la traición. Todos los moderados, al final, quedan como Julián Besteiro, sordo y ciego cuando el bolchevismo se hizo con el partido y estropeó la democracia, e impotente al final.

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