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Opinión

Casado debe pasar a la ofensiva

Casado durante la campaña de las gallegas del 12-J.

El escenario que muchos analistas describen ya para los próximos meses es una España gobernada por Sánchez e Iglesias, cuya política económica estaría supervisada por Bruselas y con escasa movilización social en las calles, dado que los inquilinos de la Moncloa visten de rojo, y eso adormece a los sindicatos. Contexto preferible para una patronal que quiere capear la tempestad sin sufrir la agitación de la huelga y el manifiesto enfado de los trabajadores. Mal menor para un Partido Popular que, dicen, necesita tiempo para rehacerse, con el liderazgo aún débil de un Pablo Casado que parece inclinarse últimamente por el perfil bajo de la calculada moderación. Ana Pastor de vocalista y Cayetana entre bambalinas.

No son tiempos de confrontación, parece ser el lema, 'mejor que Sánchez se cueza en su propia salsa' ante los nubarrones que se presumen en el horizonte de las cuentas públicas. Y, después, desvencijado el país tras el azote de la tormenta, marchitos los brotes verdes que nunca existieron, mansamente volverá el poder a la civilizada derecha. Mientras, ganando puntos para 'ser útiles' –la fútilidad de diez escaños– Ciudadanos se lanza a la conquista de la transversalidad, haciendo como que no se entera de la mesa en la que Sánchez tratará de autodeterminación con los independentistas. Y todo ello a la vez que se planea la erección de bustos a ese nuevo prócer de la patria llamado Fernando Simón. ¿Qué puede salir mal?

Insultos a la oposición

En un país donde la verdad se desprecia, todo es posible, hasta que siga en pie un gobierno incapaz de pedir perdón –al menos eso– por la nefasta gestión de esta crisis sanitaria. Si después de más de 28 mil muertos oficiales (ya sabemos que superan los cuarenta mil) siguen hablando los ministros de 'nueva normalidad' y aquí nadie protesta, es que la supuesta mala salud del Ejecutivo es de hierro. El control que la izquierda ejerce sobre la industria cultural y sobre las televisiones ha consolidado la hiper-legitimidad de este Gobierno, que conlleva una suerte de “hipo-legitimidad” para la oposición, tildada de fascista si se atreve a denunciar los abusos del poder ejecutivo. Y, en un contexto así, surge la tentación de preferir el mal menor: Sánchez gestionando la crisis y sin algaradas en la calle.

Dudo mucho de que este Gobierno pueda poner en práctica esas reformas, habida cuenta de sus conocidos planteamientos ideológicos y de su habilidad para sortear la realidad mediante la propaganda

Todas las esperanzas de esta oposición, fragmentada y desnortada, se ponen en Bruselas. Renunciando a dar la batalla en el interior, se fía el futuro al exterior, convirtiendo a Europa en nuestro anhelado “bálsamo de Fierabrás”: nosotros el problema, ellos la solución. Pero de nada servirán las inevitables condiciones que la UE pondrá a la recepción de ayudas, si éstas no se aprovechan para iniciar las reformas estructurales que hagan sostenible nuestro Estado del Bienestar. Y dudo mucho de que este Gobierno pueda poner en práctica esas reformas, habida cuenta de sus conocidos planteamientos ideológicos y de su habilidad para sortear la realidad mediante la propaganda.

El primer partido de la oposición abunda en el error de esperar a que su rival caiga, cual fruta madura, como consecuencia del desgaste que le producirá la gestión de la debacle económica que nos aguarda. Pero, si cuarenta mil muertos no lo han derribado, una deuda del 110% del PIB y un 20% de paro no lo harán, siempre y cuando el dinero de Europa permita “ir tirando” y los telediarios insistan en ese mundo feliz donde 'saldremos más fuertes'. Mientras los arietes populistas y nacionalistas no cejan en sus respectivos empeños, el PP recoge velas fiando todo a que el futuro político de Sánchez transcurra por los destinos de Zapatero tras la embestida del 2008. Es el cuchillo frente a la mantequilla, la determinación frente a la contemporización.

Servicios públicos de calidad

Casado debería aprovechar la crisis como catarsis (también dentro de su partido) para liderar un proyecto basado en el ofrecimiento de un gran pacto de Estado a nivel económico, social, político y educativo. Sin crispación ni altisonancias, serenamente, habría que tender la mano para equilibrar las cuentas públicas, evitando un endeudamiento masivo que hipotecará la vida de nuestros hijos. En definitiva, salvar el Estado del Bienestar, reduciendo gastos superfluos que en nada ayudan a mantener unos servicios públicos de calidad; liberalizar la economía, disminuyendo el exceso de burocracia y fomentando el espíritu empresarial, el único que verdaderamente genera empleo.

Es el momento de pasar a la ofensiva para lograr una economía social de mercado equilibrada y seria, que pueda liberarse por fin del anquilosamiento al que la somete el excesivo intervencionismo estatal. Y, en lo político, una firme apuesta por la libertad individual y la igualdad ante la ley, luchando contra los privilegios que pretenden arrancar los nacionalistas al socaire de su trasnochado discurso racista y decimonónico, sorprendentemente aceptado por la izquierda.

Esta crisis es la oportunidad de dar un salto cualitativo como país, y todo depende de la firmeza que la oposición exhiba para defender sus principios, de la unidad con que lo haga y de la elección de un PSOE que no puede fiar su futuro a las cartas marcadas –y ajadas– del nacionalismo y el populismo. El siglo XXI precisa cortar amarras con el XIX. Pero aquí nadie parece enterarse.

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