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Opinión

El síndrome Darth Vader

Un agente de la Policía con mascarilla y gafas.

Los adictos a las tiendas estamos de enhorabuena porque en este surrealista viaje hacia la "nueva normalidad" van abriendo las puertas esos comercios que amamos secretamente. Ya puedes pasear por tu ciudad y entrar en algún establecimiento para dar rienda suelta a tu vena consumidora, salvo que vivas en Madrid o Barcelona, claro está. Este lunes, sexágesimo quinto día de encierro -aunque ya bastante relajado-, pude entrar en una de mis tiendas favoritas. Y allí tuve una revelación desagradable que estoy obligado a compartir aquí

Este texto, en realidad, iba a versar sobre cómo se vive una tarde de compras en la fase 1 una vez que las rebajas están definitivamente permitidas. Pero las circunstancias me obligan a cambiar el enfoque porque en el periodismo lo primero es el servicio público y tengo que avisarles de lo que se nos viene encima. El caso es que como hacía calor, salí rumbo al intento de reportaje ataviado con mi mascarilla de tela y mis gafas de sol, recuperadas del armario para la ocasión. Iba un poco incómodo, pero nada grave. 

Habrá que preguntar a las organizaciones de comerciantes para salir de dudas, pero parece que por ahora lo de las tiendas de ropa funciona bastante peor que las terrazas de los bares. Había poca gente comprando. Sólo se veía una cola en un Flying Tiger, que para quien no lo sepa es una de esas tiendas que tienen absolutamente de todo a un precio barato. A la entrada había un desinfectante de manos más pegajoso que una mezcla de miel y Loctite. Después te repartían una cesta para controlar la asistencia: solo había veinte cestas porque solo podía haber veinte personas dentro.   

Fue ahí, frente a frente, cuando me acordé fugazmente de la película y caí en la cuenta de que Vader y un servidor respirábamos igual. No había reparado en el irritante sonido de mis inspiraciones y espiraciones hasta ese momento

Después de comprar un camión de madera para el pequeño, entré en una tienda bastante friki donde siempre encuentro cosas interesantes. Hasta ahí, todo normal. Estaba mirando una camiseta en la que aparecía el icónico rostro de Darth Vader, el villano más conocido de La guerra de las galaxias. Había una frase en inglés que se refería al "poder del lado oscuro". Fue ahí, frente a frente, cuando me acordé fugazmente de la película y caí en la cuenta de que Vader y un servidor respirábamos igual. No se si saben, por hablar de todo un poco, que la célebre respiración del villano es una marca registrada en la oficina de patentes de Estados Unidos. Cosas del negocio. 

Era verdad. El personaje y yo compartíamos esa respiración ruidosa e inquietante. Inspiraba y espiraba como él en las películas. No había reparado en el irritante sonido de mis inspiraciones y espiraciones hasta ese momento. Esta revelación quizás no les parezca para tanto, pero me demostró que no solo parece que estemos inmersos en una película porque vistamos mascarilla o porque las calles estén desiertas o porque aparezcan unos de esos militares que parecen ir disfrazados de fumigadores, sino que además nos empezamos a mimetizar con algunos malvados que aparecen en ellas. Lo digo porque de antemano ya pensaba que con la mascarilla puesta también nos damos un aire al Hannibal Lecter de El silencio de los corderos

A ese sonido que hacemos al respirar o a sus secuelas psicológicas se le podría llamar el síndrome Darth Vader. Suena a estupidez, pero en este mundo que vivimos cosas más difíciles vemos cada día

Me agobié un poco y me quité la mascarilla. Pero un gesto del encargado de la tienda me hizo comprender que debía volver a ponérmela. Malas perspectivas, en todo caso, ahora que parece que nos van a obligar a llevar mascarilla en todos los lugares públicos durante unos meses. A ese sonido que hacemos al respirar o a sus secuelas psicológicas, que las habrá, se le podría llamar el síndrome Darth Vader. Suena a estupidez, pero en este mundo que vivimos cosas más difíciles vemos cada día. Pongan cualquier telediario y me darán la razón.   

Al salir de la tienda sólo podía pensar en el molesto ruido de mi propia respiración. Me martilleaba la mente. Miraba al resto de las personas con mascarillas y pensaba en si generarían el mismo sonido con sus exhalaciones. Llegué a casa, compuesto y sin reportaje. Cuando entré me esperaban mi pareja y el pequeño. Afectando la voz para imitar a Constantino Romero, miré al enano y le solté: "Yo soy tu padre". Ambos me miraron como las vacas al tren, claro. Ahí reparé en que había estado alucinando. Quizás era una forma inconsciente de quejarme por eso de que nos vayan a obligar a ponernos las mascarillias a todas horas. Quizás es que me resisto a ir por la calle como un marciano aunque sepa que es (presuntamente) lo más saludable. Que la fuerza nos acompañe. 

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