Opinión

¿Se puede parar la Inteligencia Artificial? Pues no, olvídelo

La IA causará problemas inesperados, pero a cambio desarrollará inesperados beneficios. Librarnos en parte de la ineptocracia, la arbitrariedad y la incompetencia burocrática no sería el menor

Robot desarrollado a partir de nueva tecnología e inteligencia artificial

Una de las noticias de la semana es la declaración de un numeroso grupo –con el ubicuo y narcisista Elon Musk a la cabeza- solicitando una moratoria para el desarrollo de la Inteligencia Artificial o IA. La razón es el peligro que representaría el desarrollo descontrolado de esta tecnología, que puede competir directamente en campos hasta ahora exclusivamente humanos. Eso hace el famoso ChatGPT-4, y muchas aplicaciones con efectos en finanzas y economía, por no hablar de la creación de imágenes, voz y noticias falsas (que no son nuevas, sólo más impresionantes y virales). Pero la moratoria también invoca el fantasma de la rebelión de los robots, una de las pesadillas favoritas de la ciencia ficción distópica, como en la serie de películas Terminator y muchas otras.

Una imagen del sistema cultural que no nos gusta

Como pasa con todos los fenómenos complejos, en esta alarma se mezclan muchas cosas, desde temores muy razonables a alarmismo apocalíptico e intereses empresariales poco confesables, pues una moratoria no significa lo mismo para una pequeña empresa emergente de IA que para Google, Facebook o Amazon

Veamos el caso del ChatGPT. Su principal habilidad es imitar muy bien la conversación y producción de textos académicos o profesionales, tanto que algunas universidades lo han prohibido, aunque fracasarán en el empeño; me acaba de entrar un correo de un estudiante que ha recurrido a esta IA para aclarar una duda y me lo cuenta. Italia y otros países lo han prohibido o se plantean hacerlo por un asunto muy diferente: el chat recopila datos personales y accede a cuentas personales, cosa prohibida por la legislación de protección de datos pero que, en realidad, hacen de un modo u otro todas las aplicaciones gratuitas de chats, como WhatsApp (¿o alguien cree que el uso gratuito no obtiene a cambio compensaciones?) Sin embargo, las dos noticias juntas dan la impresión de que ChatGPT es muy peligroso porque puede acabar con la educación, el esfuerzo, la evaluación y la privacidad.

En realidad, ChatGPT nos hace un doble favor: muestra lo absurdo de rutinas académicas de evaluación incapaces de distinguir un trabajo personal de uno artificial y renueva la célebre distinción platónica entre cosas e imitación de las cosas, que no son lo mismo. En efecto, esa IA imita muy bien pero no es creativa: si le pides que escriba sobre algo de lo que no tenga un modelo disponible, no puede. O da respuestas absurdas a preguntas bien formuladas que no comprende. En fin, que sabe imitar pero no crea algo realmente nuevo.

Puesto que sabe copiar, no hay mucho problema en que la IA haga normativas administrativas o los programas políticos e incluso leyes y decretos que, en general, se limitan a copiar los peores modelos

La prevalencia de la imitación es un efecto del turbio negocio de las revistas científicas y de la muy negativa insistencia en exigir mucho paper para hacer carrera científica y académica en vez de pocos y buenos (fomentando así ingeniosos plagios y fraudes). Aquí el ChatGPT se limita a devolvernos una imagen del sistema de aprobación de textos académicos y políticos que es realista pero antipática. En efecto, y puesto que sabe copiar, no hay mucho problema en que la IA haga normativas administrativas o los programas políticos e incluso leyes y decretos que, en general, se limitan a copiar los peores modelos; el chat lo haría mejor, o al menos nunca tan mal como Irene Montero, Jone Belarra, José Luis Escrivá y compañía.

Respecto a la acusación de que la IA confunde verdad y mentira deambula entre la hipocresía y la ignorancia pues no la necesitamos para confundirlas, como ya presumió Felipe González.

La tecnología evoluciona como la vida que la produce

La verdad es que no hay tecnología libre del mal uso: un martillo sirve para clavar clavos, pero también para romper cabezas; la lista de ejemplos análogos es interminable. Si fuera por el peligro del mal uso, deberíamos renunciar a toda tecnología y volver a los árboles, como nuestros remotos antepasados primates. Siempre hay riesgos, descontrol y azar, y es irracional intentar eliminarlos por completo para controlarlo todo (salvo si se pertenece a la burocracia europea y su fábrica de normas, por supuesto).

La otra verdad empírica a considerar es que no podemos parar el desarrollo de ninguna tecnología realmente útil. La lógica de la evolución siempre se abre paso. Es cierto que algunas comunidades perdieron tecnologías que tuvieron en su día, como la navegación olvidada por los nativos de Australia y las islas Canarias, pero eso no significa que la navegación como tal desapareciera del mundo. Y el intento de cierre a la innovación occidental de China y Japón fue, como sabemos, un rotundo fracaso. Las prohibiciones de ideas y técnicas son tan peligrosas como improductivas.

El verdadero miedo a la IA surge también de la repentina conciencia de que no solo puede sustituir empleos poco atractivos, sino asumir muchos muy cualificados, poderosos y bien pagados

El caso más elocuente del fracaso ineludible de la prohibición preventiva es el de la tecnología nuclear: los mismos científicos que la desarrollaron pidieron luego limitarla y prohibir usos militares, con Albert Einstein a la cabeza. Tampoco fue posible, porque si un país con potencial nuclear renunciaba a desarrollarla, sus rivales o enemigos no. Pues bien, con la IA pasa lo mismo: si una empresa tecnológica decide parar su I+D+i puede estar segura de que una empresa rival seguirá investigando y produciendo innovaciones, ocupando su espacio y quizás echándola del mercado. Por otra parte, nuestro mundo cotidiano ya está lleno de pequeñas IA activas que nos hacen infinidad de trabajos, desde el corrector de mi editor de texto a las apps de internet, de los móviles inteligentes y muchos artefactos. ¿Y vamos a prescindir de sus pequeñas o grandes ventajas?: pues no.

El verdadero miedo a la IA surge también de la repentina conciencia de que no solo puede sustituir empleos poco atractivos, sino asumir muchos muy cualificados, poderosos y bien pagados (y sin cobrar un sueldo ni pagar impuestos, y haciendo lo que se les pide). Por ejemplo, empleos de alta y mediana dirección innecesarios y casi toda la administración pública y de empresas. ¿A quién molestaría que una IA adecuada gestionara y resolviera las interminables gestiones administrativas, ahora paralizadas, en la Seguridad Social, DNI y Pasaporte, Extranjería o Sepe? A mí no, desde luego. No me importa cómo se llama ni de qué está hecho quien sea capaz de solucionar un problema con eficacia, objetividad y probidad, ni si tiene una conciencia como la mía o es capaz de pensamiento creativo. Como pasa siempre, la IA causará problemas inesperados, pero a cambio desarrollará inesperados beneficios. Librarnos en parte de la ineptocracia, la arbitrariedad y la incompetencia burocrática o ejecutiva no sería el menor de ellos.