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Opinión

Un Sant Jordi pintado del marrón mierda al amarillo separatista

Una parada de rosas amarillas durante la Diada de Sant Jordi.

Lo que debería ser para todos una festividad eminentemente cívica, cultural y paradigma de convivencia se ha vuelto extraña y fea. Nos la han pintado con colores muy feos, porque el separatismo solo tiene en su paleta dos tonos a cuál más repulsivo, el marrón mierda y el amarillo bilioso.

Pacíficas y democráticas diarreas

Me apresuro a decir que el Sant Jordi que siempre me ha gustado es aquel en el que podemos pasear tranquilamente, comprar libros y rosas, practicar el casi olvidado arte de la conversación y reencontrarte con viejos amigos, escritores que admiras e incluso con gente que te lee. Si tuviera que atenerme a lo visto como escritor, diría que ha sido una Diada casi normal. Digo casi porque el omnipresente lazo amarillo, talismán que mezcla la arrogancia con un punto intimidatorio, ha sido una presencia imposible de evitar.

La cosa podría no pasar de ser una pura anécdota, como comentaba en tono sarcástico García Albiol en su Tuiter, mostrando a unas floristas badalonesas pintando con un espay amarillo un puñado de rosas blancas, las más baratas. Decía Xavier “Los de Badalona somos unos cracs” y sí, tiene razón, lo son. Pero, ¡ay!, esto no es un sucedido más o menos jocoso. Porque la consigna de los separatistas era teñir de amarillo esta fiesta que también intentan monopolizar como ya hicieron en su día con el once de septiembre. Había que envolver el Palau de la Generalitat de amarillo, regalar rosas de color amarillo, llevar visiblemente lacitos amarillos, en fin, una marea y un mareo, porque al final parecía que Barcelona estaba afectada de ictericia. Son muchas las personas que aún creen a pies juntillas en la taumaturgia de velitas, colorines y adhesiones inquebrantables, y así les va.

Detrás de todo ese despliegue amarillento – un adjetivo, por cierto, usado en literatura para describir algo ajado, viejo, desgastado – se oculta la auténtica realidad de esa tremenda mentira llamada proceso. La falacia es tan visible que cuesta mucho comprender como no la ven los que siguen erre que erre con algo que ha demostrado no ser más que una manera como cualquier otra de proseguir el negocio iniciado por los Pujol y aquella Convergencia del tres, el diez, el cincuenta por ciento. Que alguna gente afectada por tamaño espejismo no te salude o finja, directamente, que formas parte del mobiliario urbano es insignificante, nada, menos todavía, siempre que tengamos presente la condición humana que acostumbra a ser miserable en demasiadas ocasiones. Ahora, demuestra hasta que punto se han roto las relaciones entre gentes que antes de todo esto se apreciaban.

Pero hete aquí que el amarillo – perdonen ¿el tan odiado Piolín no es también amarillo? – se troca por obra y gracia de esos mismos separatistas en marrón, marrón mierda, para ser más preciso. La mierda física, concreta, hedionda, con la que se ha asaltado la sede de Ciudadanos en L’Hospitalet, y ya van doce los ataques que ha sufrido dicha sede; la mierda reconvertida en pintada, como la realizada en el domicilio del secretario de organización del PSC Salvador Illa, con las amenazantes palabras “Ni olvido ni perdón”, firmada por los filo terroristas CDR, los mismos que, indignados ante mi modesta opinión, me decían el otro día en el magnífico programa de radio Carne Cruda, que solo tienen como afiliados a algunas amables viejecitas, estudiantes llenos de buenas intenciones y gente amable, tranquila, defensora de las libertades; la misma mierda, sigo, trocada en gritos e insultos a la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que ha tenido que escuchar como voces cargadas de odio la tildaban de todo menos de guapa. Estas cosas han pasado en este Sant Jordi amarillo, un color que iba cambiando a marrón hez según como lo mirases.

La mierda jamás puede imponerse al olor de una rosa

A pesar de todo eso, de que los voceros separatistas de la cosa mediática han aprovechado este día para seguir chapoteando en el lodazal, a pesar, digo, de que personas que leen mis cositas en Vozpópuli - Dios se lo pague – bajen la voz cuando te paran, te lo comentan y se preguntan a dónde vamos a ir a parar, la marea marrón y amarillenta no puede vencer el solo olor de una rosa roja, rosas regaladas como señal de amor. Tanto hablar los separatas acerca de que lo suyo es amor infinito, amor universal, amor de aquellos de antes de la guerra, y, al final, resulta que nada de lo que hacen obedece a otra cosa que no sea el rencor, el odio, la inquina.

Tanto hablar los separatas acerca de que lo suyo es amor infinito, amor universal, resulta que nada de lo que hacen obedece a otra cosa que no sea el rencor, el odio, la inquina

Comprar una rosa a la persona que amas jamás debería empañarse con intereses torticeros y sectarios. Ensuciar lo último que nos queda como refugio de tanta locura, el amor, se me antoja de una bajeza indescriptible. A estos extremos han llegado los mercaderes de la bronca. Lanzan mierda contra aquellos que no les siguen la corriente y pretenden que las parejas enmerdemos nuestras relaciones trocando la tradicional rosa roja por una de color amarillo. Todo esto tiene algo de maldad intrínseca, de enfermedad del alma, muy difícil de curar.

Quisiera hacerme entender. A mi me da lo mismo que alguien lleve en la solapa un lazo amarillo, un pin del Rayo Vallecano o una hoja de lechuga. Yo mismo suelo llevar pins de varias cosas, entre ellos el de socio del Círculo Holmes o uno de Batman. Es más, personas a las que aprecio mucho han estado compartiendo este día llevando esos lazos en sus solapas. Ahora, no por llevar yo cositas prendidas en mi ojal o gustarme más el negro que ningún otro color pretendo que las parejas que se intercambian libros y rosas tengan que atenerse a mis ideas y hacerlo solamente con libros de Conan Doyle, cómics del Cruzado de Gotham City o con rosas negras.

Si la cultura no permanece ajena al devenir del politiqueo, mal servicio estaremos prestando a la sociedad. Borges afirmaba que el acto de leer era mucho más intelectual que el de escribir, a fuer de posterior, para asegurar después que existen lectores que son unos cisnes mucho más negros que los autores. Si cambiamos el debate acerca de, pongamos por caso, este ejemplo, para llevarlo al terreno de si eres buen catalán o no en función de tu simpatía hacia el separatismo todo el edificio de civilización que tenía como paradigma Sant Jordi se habrá derruido sin remedio.

Debemos alejar de la actividad intelectual a los partidos, que no a las ideas, porque estos acostumbran a usar a escritores, pensadores o cualquier otro tipo de personas dedicadas a menesteres creativos como puras piquetas de demolición. Me gustaría pensar que mi tierra tiene todavía posibilidades de abandonar esta época tan triste y tan vacía de contenido espiritual, pero luego ves tanta mierda y resulta muy difícil hacer acopio de unos simples gramos de esperanza. Pero seamos optimistas.

Me quedo de esta festividad con lo vivido en primera persona, con el reencuentro de una antigua amistad de infancia, mi querido y entrañable amigo Pablo al que hacía años que no veía, o con mi prima Yolanda, que es una luz de pura Gaya en medio de tanto plástico, o con un escritor que firmaba en la misma mesa de Gilgamesh que yo, que ha resultado ser de Monforte de Lemos, donde vive mi adorada prima Sandra, o a Mercè, peluquera de mi madre durante años y años, o con tanta y tanta gente que te da la mano, te pide una dedicatoria, se hace una foto contigo y a la que lo único que le interesa es la vida.

Esa vida que ni es marrón mi amarilla ni siquiera del color de rosa con que algunos pretenden pintárnosla, porque en ella cabe toda la paleta del arco iris. La vida real, la que no conoce de politiqueos ni gestos de desprecio ni de ínfulas de superioridad porque uno piense así y el otro asá. Si no somos capaces de entender eso, la habremos cagado de verdad y será entonces cuando la mierda nos ahogue. A todos.

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