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Opinión

La memoria selectiva del sanchismo

La memoria selectiva del sanchismo

Pedro Sánchez es a la Constitución del 78 lo que Caín al amor fraternal: al igual que el personaje bíblico asesinó a su hermano Abel harto de que Dios no lo eligiese a él, Su Sanchidad no tiene reparos en finiquitar la democracia española tal y como la conocemos, no vaya a ser que a los españoles se les ocurra con sus votos posibilitar la conformación de un gobierno por los partidos del centro derecha.

Efectivamente, lo que subyace tras el pacto de los socialistas con Bildu es la construcción de una nueva mayoría en el Congreso que, aunque ante el electorado se presente como partidos con siglas y programas distintos, en la práctica conforme un cordón sanitario que haga muy difícil la alternancia en el poder en tanto persista la fragmentación del voto en la derecha. El acuerdo sellado con los filoetarras supone el apuntalamiento de la pedrocracia, un régimen en el que las instituciones del Estado dejan de estar al servicio de los ciudadanos para coadyuvar las necesidades del presidente. No hay política de Estado ni cuestión moral o ética cuya bondad intrínseca no vaya asociada a su utilidad para perpetuar a Pedro Sánchez en el poder.

Cacarean que el pacto con Bildu nada tiene de reprochable porque es un partido legal. También es legal comer excrementos y a nadie se le ocurre venderlo como una exquisitez culinaria

Por eso no me sorprende nada el argumentario que ha elaborado el Gobierno para que los ministros y la prensa militante justifiquen la coyunda con quienes son incapaces de condenar los atentados de ETA y colaborar en el esclarecimiento de los más de trescientos crímenes perpetrados por la banda terrorista pendientes de resolver. Cacarean que el pacto con Bildu nada tiene de reprochable porque es un partido legal. También es legal comer excrementos y a nadie se le ocurre venderlo como una exquisitez culinaria. Y es que los del partido de Otegi son la hez de la política, porque albergan en su seno a quienes no sólo no rechazan, sino también justifican y aplauden a los asesinos de Miguel Ángel Blanco, Ernest Lluch, Gregorio Ordóñez, Joseba Pagaza, Francisco Tomás y Valiente y de tantos otros. Su sangre, su memoria y su dignidad han sido pisoteadas por quienes creen que la instauración del cesarismo sanchista todo lo vale.

Franco y la Guerra Civil

Tampoco les duelen prendas en equiparar la despreciable integración de los bilduetarras a la dirección del Estado (Iglesias dixit) con la Transición española. Ésta fue un proceso de reconciliación emprendido por una amplia mayoría de ciudadanos españoles que pretendían cauterizar las heridas abiertas por un conflicto bélico entre compatriotas y una larga dictadura. Ampararse en una suerte de nueva transición es conceder a los de Bildu que también existió un conflicto en el País Vasco entre dos bandos y poner en tela de juicio a la democracia. Es otorgarles la victoria definitiva sobre la narrativa y el relato. Es claudicar en nombre de los españoles ante los terroristas a cambio de eternizarse en Moncloa, ya convertida en un enorme retrete usado por Sánchez para defecar sobre lo que queda de nuestro Estado de derecho.

Lo del ministro José Luis Ábalos refiriéndose al terrorismo etarra como “cuestiones muy antiguas y de tiempos que todos queremos superar” ya es de traca. Esto te lo dicen, sin sonrojarse, quienes han montado un espectáculo en torno a la exhumación de Franco o han aprobado el anteproyecto de la 'ley de memoria democrática' para poder revivir políticamente las matanzas y atrocidades cometidas durante la Guerra Civil por el bando nacional (porque sobre las del republicano pretenden correr un tupido velo), creando una Fiscalía de Sala para investigar los hechos cometidos entre la contienda y la aprobación de la Constitución, anulando los juicios de la dictadura o penalizando su exaltación. Los mismos que tildan a la oposición de fascistas o franquistas simplemente por no apoyar sin fisuras cualquier idea o propuesta de Pedro Sánchez.

La sangre derramada

Los partidos de la izquierda, que instrumentalizan el guerracivilismo del que no sólo fueron participes y víctimas, sino también verdugos hace ya unos ochenta años, sí dicen estar dispuestos a pasar la página de la sangre derramada por los etarras en nuestra corta historia democrática. Porque la Guerra Civil acabó en 1939 y Franco murió en 1975. Pero el último asesinato que cometió ETA fue hace sólo diez años. En la pedrocracia no hay sitio para las víctimas del terrorismo, sólo para las del franquismo.

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