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Opinión

Pedro 'Houdini' Sánchez

Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa.

Tras una prolongada y, a la vista del bronceado que lucía, placentera pausa estival a caballo entre Lanzarote y el Parque Nacional de Doñana el presidente del Gobierno se dignó a comparecer ante los medios esta semana. Este no ha sido un mes de agosto normal. Tampoco un verano normal. Desde que a finales de julio el Reino Unido decretase cuarentena forzosa para todos los que visitasen España la temporada turística, que ya se presentaba floja, se hundió sin remisión posible. Ha sido un verano sin turistas, el primero desde que, en plena posguerra, los turistas europeos empezaron a dejarse caer por nuestras playas.

Sólo este hecho le ha dado al verano cierto aire fantasmagórico.

Durante los veranos hay casi más turistas que españoles, este año hemos estados solos. Para saberlo no hacía falta estudio alguno, bastaba con abrir los ojos y observar. En las zonas de costa proliferan los establecimientos cerrados u operando a medio gas. En los aeropuertos que suelen concentrar su tráfico en los meses centrales del año como Alicante, Málaga o los de los archipiélagos apenas se registra movimiento de aviones, las terminales están desérticas y todo el negocio asociado se ha esfumado.

En otros lugares del país no tan dependientes del turismo la situación no es mejor. El consumo ha caído en picado. En los centros comerciales se puede escuchar el eco, nadie quiere gastar un céntimo por lo que pueda venir. Unos porque no pueden, han perdido su empleo y están ya en modo de subsistencia. Otros porque, aunque mantienen el trabajo, no saben cuánto les va a durar. El ambiente es espeso, de tensa espera, se diría que puede cortarse con un cuchillo. Nadie sabe a ciencia cierta qué nos depararán los próximos meses, pero todos intuyen que será algo muy malo, un derrumbe sin precedentes para el que mejor estar preparado.

Nadie sabe a ciencia cierta qué nos depararán los próximos meses, pero todos intuyen que será algo muy malo, un derrumbe sin precedentes

Esto es la España real al terminar el mes de agosto. En paralelo corre la España oficial, la de la política y todos los que viven en torno a ella. Ahí la única preocupación es el famoso relato, una deidad a la que Sánchez y sus ministros están encomendados desde hace seis meses y que, aunque no resuelve ningún problema real, sí al menos sirve de analgésico para distribuir por vía televisiva. Sánchez, que ejerce de Churchill de baratillo interpretando el papel con gran convicción, ha regresado de vacaciones con algunos giros en el relato pero manteniendo su esencia. No ha abandonado el triunfalismo, esa es la marca de la casa. Todo lo ha hecho bien y, aunque no alcancemos a verlo porque somos muy limitados de entendederas, estamos mejor que nunca. Si algo sale mal la culpa no es suya.

El rebrote de covid es preocupante, casi 50.000 contagios nuevos detectados en una semana y más de cien muertes, pero eso no es asunto de su incumbencia. De eso se escapa como de todo lo que pueda ocasionarle la más mínima irritación. Desde que se dio por concluido el estado de alarma el 21 de junio la pandemia es competencia de los Gobiernos autonómicos, al igual que la vuelta a clase de los estudiantes e incluso la responsabilidad de volver a confinar a la población en el caso de que sea necesario. Sánchez cree haber conseguido la cuadratura del círculo en política, es decir, atribuirse a sí mismo lo bueno y señalar culpables en otras administraciones, básicamente en las gobernadas por el PP. Alguno de los muchos aduladores que forman parte de su cortejo se lo debió explicar hace tres meses y está persuadido de que el truco de magia le va a salir.

Obsesión contra Madrid

En el apartado sanitario podría ser. Está todo tan politizado y se ha creado tal rivalidad entre las regiones que los unos y los otros se fijan más en los contagios de la comunidad vecina que en los propios. El Gobierno tiene, además, un villano oficial al que culpar de todos los males: la Comunidad de Madrid y su presidenta Isabel Díaz Ayuso, que desde marzo es para Moncloa y todos sus terminales mediáticos algo así como un muñeco de vudú al que pueden coser a alfilerazos porque encarna el mal sin paliativos.

Pero el problema hace tiempo que dejó de ser exclusivamente sanitario. La pandemia no ha remitido. En buena medida porque tras el fin de la 'desescalada' se creo un ambiente de falsa seguridad. Muchos creyeron que con el decreto que ponía fin al estado de alarma se decretaba también el fin del virus y su endiablada contagiosidad. Tan pronto como bajamos la guardia los positivos volvieron a dispararse. Pero ese, siendo grave, no es el principal problema del Gobierno. La covid no tiene aún cura, pero si sabemos cómo ralentizar su expansión y cómo tratar a los enfermos más graves.

Las pensiones las paga el Gobierno porque es el Gobierno quien recauda y quien emite títulos de deuda. Desde abril trampean colocando bonos en cantidades industriales, pero eso tiene un recorrido limitado

El principal problema hoy es económico. Todo está parado y a la espera de acontecimientos mientras el tejido productivo va deshaciéndose. Nadie invierte, nadie contrata. Todo lo contrario, para ponerse a resguardo se desinvierte y se despide. Frente a es, Sánchez no puede ni esconderse ni repartir culpas. Ahí no hay comunidades autónomas que valgan. Las pensiones las paga el Gobierno porque es el Gobierno quien recauda y quien emite títulos de deuda. Desde abril trampean colocando bonos en cantidades industriales, pero eso tiene un recorrido limitado. Zapatero disparó la deuda en 2009 y en 2010 le dijeron basta tanto los acreedores que empezaron a exigir intereses mayores como la Unión Europea, a quien un déficit del 11% sobre PIB les parecía algo insostenible.

Pensiones y salarios públicos

Sánchez podrá mantener el descuadre en las cuentas públicas unos meses más, luego tendrá que ser él quien haga un ajuste que habrá de pasar por un recorte salvaje en el gasto. Ahí la factura política la tendrá que abonar él en su integridad. No hay relato compatible con una reducción del 10% en las pensiones o en los salarios de los empleados públicos, los dos principales capítulos de gasto del Estado y los únicos que son realmente efectivos para reducir el déficit. La ilusión del dinero gratis e ilimitado proveniente de Bruselas es eso mismo, un embeleco para consumo de los más entregados a la causa.

Ese dinero, no tanto como espera el Gobierno pero si una cantidad considerable, llegará, lo hará con cuentagotas y no se podrá emplear en gasto corriente. En ese punto ya no encontrará manera de escaparse. Las ruedas de prensa autocomplacientes y engoladas sólo funcionan con la tripa llena y el sueldo entrando puntualmente a final de mes. Sin eso todo el juego de manos ingeniado por Iván Redondo se viene abajo. Si al menos tuviese una mayoría parlamentaria digna de tal nombre con la que anclarse en el Congreso podría retrasar lo inevitable pasando el rodillo, pero no es el caso. Gobierna con 120 escaños y un socio abrasado por los escándalos. Nadie antes se había encontrado con semejante cúmulo de problemas y con tan poca artillería para combatirlos.

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