Opinión

El multiculturalismo y la jauría

El multiculturalismo es una consecuencia trágica de las políticas socialistas de 'open arms' practicada por ricos

El multiculturalismo y la jauría
Personas intentan escalar las puertas del Stade de France durante la final de la Champions League en París. EP / Adam Davy/PA Images

Los sucesos de Saint-Denis fueron una especie de Epifanía para los defensores del multiculturalismo, todos con bolsillos pudientes para asistir a una final de Champions. Pero de nada servirán las caídas de caballo de la idealizada integración mientras se mantenga el perverso relato  de la desigualdad social.

Oriana Fallaci en La fuerza de la razón, la segunda entrega de su trilogía sobre la verdad de la islamización en Europa, defiende que la indignación alumbra la razón y la reflexión. Pero no tenemos tiempo de esperar a que el último progresista acomodado se indigne con su primer contacto con la verdad fuera de su burbuja ideológica. A que el agravio personal le lleve a ser consciente de la inmunda realidad, inherente a la inmigración masiva y descontrolada de origen islámico en una cultura que desprecia y que es incompatible con ella, como es la occidental.

El multiculturalismo es una consecuencia trágica de las políticas socialistas de open arms practicada por ricos. Un Estado del bienestar mal entendido en Europa, que mantuvo su discurso de ensoñación adolescente del izquierdista bueno ante una masiva inmigración. Sin trabajo y sin una remota aspiración de ser europeo, pero sí de acceder a su bienestar social y su territorio. Alemania, Suecia o Francia han destinado durante décadas una ingente cantidad del presupuesto público a inútiles políticas de integración conscientes de que es a fondo perdido. Las enormes subvenciones, ayudas múltiples, casas, lugares de reunión y recreo según su comunidad de origen han comprado una paz intermitente en las calles de sus barrios acomodados, pero no fuera de ellos.

Disfrutan saqueándolo por el odio al europeo, y además exigen subsidios eternos, como si fuese una obligada deuda por la desigualdad de quien los acoge

Tras varias generaciones y miles de millones de presupuesto para la integración, los hombres de zonas como Saint-Denis ni están integrados, ni quieren. No trabajan porque su oficio es el crimen organizado en la tribu (el gueto) contra aquellos que están fuera. Disfrutan saqueándolo por el odio al europeo, al que además exigen subsidios eternos, como si fuese una deuda por la desigualdad. Aprendieron el discurso de la izquierda colaboracionista. Una especie de pago, de tributo de servidumbre occidental en forma de políticas sociales a la integración.

El fracaso del Estado del bienestar en la consecución de estos fines ha derivado en un estado ruinoso que castiga y empobrece a las clases medias y trabajadoras que son las que nutren el presupuesto público sin beneficiarse de un ascensor social ya destruido y sin solventar los problemas de convivencia e inseguridad que crean quienes viven a costa de su esfuerzo. Así, los que se autoperciben élites pueden mantener su discurso hipócrita, falaz, rebosante de miseria moral en favor de la diversidad multicultural mientras tachan de racista y dedican gestos de soberbia y de desprecio al trabajador que demanda seguridad para sus hijos e hijas en el barrio degradado del que no podrán salir a causa de las leyes educativas inclusivas -y sin matemáticas- que han ideado los socialdemócratas de la diversidad multicultural.

Francia es un estado fallido porque fallida ha resultado la socialdemocracia europea. Bajo la excusa de la desigualdad social abrió fronteras sin control y mantiene subsidiada la inmigración masiva, incluso tras varias generaciones, con éxitos tan notables como el de Saint-Denis. Los problemas de difícil solución se previenen, no se solucionan.

Ocultaron las imágenes para que no se desvanezca el relato de un pobre inmigrante en busca de oportunidades por la desigualdad de renta

El ministro del Interior francés culpó a los aficionados ingleses para ocultar la realidad de la Francia impune multicultural. Es más fácil señalar a blancos que se han salido de la Unión Europea en el imaginario enfermo de la progresía francesa. El diario Le Parisien recogía los incidentes como resultado de una mala organización porque alguien estaba de huelga en Francia. ¿Y cuándo no?

Ocultaron las imágenes que sólo gracias a las redes hemos podido conocer. Ataques organizados con robos, palizas, destrozos, agresiones sexuales a algunas aficionadas, terror a los pequeños, pánico entre las familias. Ocultaron las imágenes para que no se desvanezca el relato de un pobre inmigrante en busca de oportunidades por la desigualdad de renta. Escondieron esos documentos gráficos para que no pudiera comprobarse el origen africano de los asaltantes que se regocijaban con sadismo en sus agresiones impunes. Para escamotear la realidad de quienes son estos tipos que viven de sus impuestos, que les odia sin remedio por su origen europeo, por no pertenecer a su tribu del gueto, de la que no quiere salir, salvo para humillar todo vestigio de la civilización occidental que desprecian. Y eso no lo va a cambiar ningún gasto social porque el problema no es la desigualdad de renta, sino de cultura.

¿Es un Estado si la maquinaria sólo funciona para extraer recursos de la empobrecida y cautiva clase trabajadora? ¿Es democracia o un remoto imperio de la Ley si no rige para una parte de la sociedad, subsidiada e impune?

La principal desigualdad social es la que conocen quienes denuncian la inseguridad del multiculturalismo subsidiado porque la sufren en sus barrios y a quienes llaman racistas desde esas zonas privilegiadas donde no se padecen estas situaciones desesperadas.

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