Quantcast

Opinión

El Rey lanza un anatema al cainismo

El Rey lanza un anatema al cainismo

El lunes 3 a mediodía estaban convocadas las Cortes Generales, que integran los 350 diputados y 265 senadores, para la solemne inauguración por el Rey de la XIV Legislatura. Sólo la liturgia eclesiástica y la militar sabe rendir honores ya sean jubilosos o fúnebres. Por eso, con anticipación llenaban las calles contiguas las compañías que formarían para la revista. Una por cada uno de los tres Ejércitos -de Tierra, de la Armada y del Aire- y otra de la Guardia Civil, también el escuadrón de escolta de la Guardia Real a Caballo que acompañaba los automóviles del Rey y la Reina, de la Princesa de Asturias y de la Infanta Sofía. Himno Nacional y revista a las unidades formadas en la plaza de las Cortes delante de la fachada principal del Palacio del Congreso. Saludo al Gobierno y autoridades y entrada por la puerta de los leones que sólo se abre para estas ocasiones. 

Aparecen los maceros abriendo paso y los Reyes. Aplausos de precalentamiento. Palabras de la Presidenta que se adorna con un brindis al presidente Sánchez diciendo que los valores de diálogo, responsabilidad y generosidad han dado forma a un gobierno de coalición para responder a las necesidades de los ciudadanos. Enseguida las citas a Galdós, al rey Juan Carlos y un canto a las instituciones como el instrumento más poderoso para configurar la realidad e impulsar en cambio social. Guiño a la Princesa de Asturias en su primera intervención pública donde expresó su agradecimiento a quienes trabajan para preservar la naturaleza y reducir las injusticias, la discriminación, la pobreza y la enfermedad.

Después proclama “no estamos aquí ni para crear problemas que no existen ni para ocultar los que existen”. Enhebra una serie de generalidades que concluye con una cita de Bernard Crick situada en el tercer grado de abstracción donde pugna por una unidad territorial sujeta a un gobierno común que entraña cierta tolerancia de verdades divergentes. O sea, la gallina. Se entrega a una obsesión de equilibrios y cumplimientos con citas de obviedades atribuidas a antecesores como Landelino Lavilla, Manuel Marín, José Bono o Jesús Posada. Prodiga llamamientos al respeto y al diálogo, sin pronunciar la más leve objeción a los excesos impresentables que se escucharon sólo hace unos días en el debate de investidura. Descubre la necesidad de consensos, siempre en el marco de los procedimientos democráticos y de la observancia de la ley y, añade con intención, de las decisiones de los tribunales. 

Reconoce el compromiso de la Corona con las libertades para indicar que no son la crítica, ni la discrepancia, expresadas respetuosa y razonadamente las que debilitan una institución firme y consciente de su legitimidad y posición. Afirma que, por el contrario, esas críticas contribuyen a su fortaleza, en línea con Pablo Manuel quien en su toma de posesión reclamaba “criticadnos, no dejéis de criticadnos”. Advierte contra el peligro de la apropiación partidista y excluyente de la monarquía. Entonces como expresión de ese carácter común y compartido, termina manifestando su respeto y consideración al desempeño de la tarea de don Felipe con un Viva la Constitución y Viva el Rey.

Discurso de Felipe VI

Es el turno de Su Majestad. Cuando toma la palabra ya sabe que los aliados del Presidente Sánchez en la investidura han madrugado para anunciar en la propia sala de prensa del Congreso su ausencia de la sesión solemne y para denostar la institución y a quien la encarna. Componen un numerito bien ensayado apadrinado por el portavoz de ERC Gabriel Rufián que tiene en sus manos los presupuestos y, por tanto, la continuidad o el final del Gobierno. Se refiere a la Constitución que define y fundamenta nuestra democracia, cuyo texto declara al Jefe del Estado símbolo de su unidad y permanencia. Agradece a los representantes de los grupos políticos que participaron en los turnos de consultas y felicita al nuevo presidente que obtuvo la confianza de la Cámara el viernes 7 y prometió su cargo el sábado 8 en una ceremonia sobre la que el Rey bromeó comentando que había sido “rápida, simple y sin dolor”, porque el dolor viene después. Pero Felipe VI se contiene y evita aludir a ese momento de humor ante un auditorio tan solemnizado.

Señala que el ejercicio responsable de las funciones constitucionales encomendadas, colaborar lealmente con todas las instituciones del Estado y observar comportamientos que merezcan la mayor consideración y el respeto de los ciudadanos, son principios y actitudes que los españoles esperan, demandan y merecen de todos cuantos las asumimos y que a todos nos obligan por igual como exigencia permanente de dedicación al servicio de los españoles. Se remonta al día de su proclamación el 19 de junio de 2014 y a su compromiso con España, con todos los españoles, con la democracia, la libertad y la Constitución. Subraya que llega la hora de la palabra, del argumento y de la razón desde el respeto recíproco y que la esencia del parlamentarismo es el acuerdo y el control político por la oposición.

Todos en pie, se produce un aplauso observado con atención minimalista para fijar las actitudes que en principio se consideraban dudosas.

Con optimismo desbordante dice que “pactar y controlar, acordar en unos asuntos y disentir en otros, es consustancial a nuestro régimen parlamentario en el que la diversidad de ideas y opiniones va unida al común respeto a nuestros valores constitucionales”. Pero un vistazo al diario de sesiones bastaría para desmentirlo. Sigue el Rey con un canto a la Constitución, al Estado Social y Democrático de Derecho que proclama y sobre los que descansa nuestra convivencia. Evoca palabras de concordia, reconciliación, entendimiento, respeto y libertad que permitieron superar divisiones, enfrentamientos e imposiciones y que España construyera un nuevo orgullo. Desea que la legislatura sea provechosa para los ciudadanos y los intereses generales de España. También para recuperar y fortalecer la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Concluye con un anatema al cainismo, señalando que “España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos”. 

Entonces, todos en pie, se produce un aplauso observado con atención minimalista para fijar las actitudes que en principio se consideraban dudosas. Los podemitas del banco azul evitan desmarcarse pero sus correligionarios de escaños superiores se abstienen de contribuir a incrementar los decibelios de los palmeros, les acompañan los inmaculados peneuvistas y otras aves exóticas. Pero la ovación resulta ser la más larga de las registradas en el diario de sesiones. Así que la primera impresión es que el Rey como seña de identidad constitucional gana reconocimiento frente a tantas incertidumbres. Continuará.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.