Opinión

SABATINAS INTEMPESTIVAS

Retorno a Pujol

Sin embargo no era una novela sino una realidad sin pizca de talento más allá del arte de someter a una sociedad con las artimañas que él mismo había fabricado. Un hipócrita contumaz como rey del juego

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol
El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol David Zorrakino / Europa Press.

Jordi Pujol siempre estuvo aquí, pero sufrió un eclipse en la memoria colectiva de Cataluña durante una década. Fueron los años volcánicos que siguieron a su confesión de 2014, cuando el fantasma del “avi Florenci” entró en escena y se descubrió lo que todos sabían pero nadie se atrevía a señalar. El viejo President hacía trampas en el juego participativo de corrupción y reparto que había durado veinte años. Se mantuvo la pátina de respeto porque a la familia -a la familia en general, como en Sicilia- se le acaba perdonando todo. Lo que vino a suceder luego fue un a modo de “Retorno a Brideshead” de Evelyn Waugh. Sin embargo no era una novela sino una realidad sin pizca de talento más allá del arte de someter a una sociedad con las artimañas que él mismo había fabricado. Un hipócrita contumaz como rey del juego.

Cautivo y desarmado el ejército pujoliano siguió ganando la batalla. Ninguno de los corruptos convictos y confesos asumió su responsabilidad. Todos y cada uno lo hicieron por defender el indeclinable derecho de familia, es decir, “la patria catalana”. Por Cataluña ya se había hecho rico Cambó y la letanía siguió hasta esa señora inmune al ridículo llamada Laura Borràs. En el medio hubo de todo; un festín con algún fiambre memorable y digno, del que sus herederos hicieron buena pitanza.

No era una novela sino una realidad sin pizca de talento más allá del arte de someter a una sociedad con las artimañas que él mismo había fabricado. Un hipócrita contumaz como rey del juego

Para afirmar que “el Procés” ha terminado habría que precisar antes cuándo empezó, que sería el mejor modo de llegar a la conclusión de que no ha pasado nada porque nadie considera haberse equivocado, ni menos aún ser un golpista desenfadado. Es lo que tiene el nacionalismo de los sentimientos; puede sancionarte, robarte, cancelarte, hacerte la vida imposible…pero no cree hacerlo por nada tan material como la apropiación indebida y el fraude sino por algo tan inconsútil como el sentido de pertenencia, la identidad o las ansias de ser algo sin parangón en la historia.

Deberían importarnos una higa las palabras emotivas y menos aún el juicio postrero de los historiadores; una falacia. Para los sentimientos el tiempo no aclara las cosas sino que las complica y siempre aparece quien descubre las buenas intenciones ocultas en Hitler o Stalin, qué no dirán del amor por Cataluña de Jordi Pujol padre, Jordi Pujol hijo, Artur Mas el de Ítaca, el abacial Junqueras, o el autoexiliado Puigdemont. Si va bajando usted en la lista del escalafón podrá llegar hasta el funcionario abrevador del erario público. Nadie en Cataluña se ha preguntado nunca por qué desde el President de la Generalitat hasta los “mossos de esquadra”, pasando por “consellers” y asesores de a puñado, todos ellos se remuneran a sí mismos con cantidades muy superiores a las de sus homólogos españoles. Habrá que entender que es porque tienen una idea tan alta de Cataluña que se la cobran en euros.

Si Jordi Pujol menudea las apariciones en público después de años de silencio es porque su mundo sigue y no se ha extinguido como cabría suponer de un líder letal para la sociedad catalana. Ni la economía, ni la cultura parecen echar cuentas de la degradación que supuso su largo reinado. Menos aún la política. Desde Artur Mas a Pascual Maragall le emularon y por eso subieron unos grados el horno; la pieza amenazaba gusanera y tenían menos tiempo para hacerla servir. Olvidamos que fue Felipe González quien distrajo el asunto de Banca Catalana para poder cobrárselo algún día. Lo mismo repitieron Aznar y Rajoy, solo Zapatero y Sánchez por necesidades de supervivencia pasaron de socios a cómplices; lo uno y lo otro.

¿Y ahora, qué tenemos? Variantes del pujolismo, unos con más calorías que otros, pero todos seguidores de las vías que marcó el Padrino. No es nada personal, solo negocios, por más que los recubra ese velo de romanticismo sentimental que nos sale cuando contemplamos las cuitas de aquel Marlon Brando de Coppola, achacoso y febril, tratando de mantener su imperio delictivo. La torticera ambición de retirar el castellano del espacio público desde la infancia no es más que la consecuencia del fracaso de la inmersión lingüística que convirtió en sufrimientos individualizados lo que no era sino una represión social supremacista. Incluso han logrado convertirlo en principio obligatorio para sobrevivir en una sociedad inclinada a la servidumbre de los sentimientos que cotizan en bolsa.

¿Y ahora, qué tenemos? Variantes del pujolismo, unos con más calorías que otros, pero todos seguidores de las vías que marcó el Padrino

¿En qué se diferencia el president Aragonés del aspirante Illa? En “el tarannà” que dirían por aquí; en la actitud. Esta sociedad que se miraba en espejos socialdemócratas o liberales, o eso decían, se deslizó hacia el catalanismo como coartada identitaria. Cambian los tonos pero la canción pegadiza sigue la misma, por eso si echamos la mirada a los cánones culturales percibiríamos que las personas son idénticas pero diversifican sus disfraces y a algunos les da por creer -es menos incómodo- que los tiempos se clarifican. 

Los frágiles iconos mediáticos no se desdicen del ayer. Tan solo varían sus posturas. Se puede pasar de la CUP al Círculo de Economía con la mirada puesta en Illa, como en el caso de Josep Ramoneda. De escribiente promotor del editorial acrisolado “La dignidad de Cataluña” a Podemos, sin que se mueva un pelo ni una coma, caso de Enric Juliana. O dar un salto de la crianza servil con Lluis Prenafeta, -jefe de la fontanería del Padrino y fundador de la nunca citada “Cataluña Oberta”- a vocero del palatino “El País” como Jordi Amat. Son los aquilatadores de lo políticamente correcto. No pasa nada, ni nadie les va a señalar si no es con argucias metafóricas orsianas -si se entiende demasiado, complíquelo-.

Pocos signos tan simbólicos como la candidatura de Xavier Trías a la alcaldía de Barcelona. Este médico de la política siempre estuvo allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero ahora se aparece como las esencias de antaño sin la pestilencia del Palau, el secreto de familia. Volver a Pujol sin disimular que nunca se ha ido. Nada del PDCat, solo el viejo embrujo del seny autocomplaciente. La batalla de Barcelona del próximo mayo tiene mucho de Juegos Florales que esconden una realidad viciada, en la que los contendientes hacen ejercicios sobre un caballo que no es otra cosa que nuestros propios lomos. Por eso se han sumado todos con aviesa complicidad a considerarle un adversario que da el tono. Los Comunes de la izquierda institucional, los socialistas disociados en el último minuto, la Esquerra que hace como que gobierna y la derecha hirsuta que ni sabe quién será su candidato. Todos a una se felicitan por volver a lo de siempre.