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Opinión

Resucitan el teléfono fijo y la bici estática

Imagen de un viejo teléfono.

No por esperada la decisión de alargar otros quince días el enclaustre ha sido menos dolorosa. Esto quiere decir, entre otras cosas, que nos quedan por aguantar unos cuantos de los larguísimos discursos de Pedro Sánchez. Cuando lo ve en la televisión, nuestro hijo ya lo señala con el dedo y dice "presidente", lo que no tengo claro si es algo positivo o negativo. La cosa es que en apenas 24 horas el presidente del Gobierno compareció dos veces, pero paradójicamente la noticia se conoció entre comparecencia y comparecencia, cuando se filtró a medios afines. Pero ese es un detalle nimio que sólo interesa a los periodistas y no al común de los confinados. Vayamos a cosas serias. 

En estas horas tristes, cuando ya nos tenemos que hacer a la idea de que quedan otras tres semanas de encierro, período en el que las personas con un perro seguirán siendo más libres que las personas con hijos, no se olvide, resulta obligatorio hablar de la resurrección, pero no de la de la carne, sino de la de todos esos objetos que han revivido como por ensalmo. En nuestra nueva realidad, que en verdad es la misma que la anterior pero distorsionada por el confinamiento, hay cosas que nos han vuelto a parecer útiles tras años de estar arrumbadas en el olvido.  

Uno de esos resucitados es el teléfono fijo. Los de mi generación hemos visto cómo en los últimos años el vetusto aparato se había convertido en un objeto inanimado, casi decorativo. Los niños no sabían para qué servía porque jamás veían usarlo a sus mayores. En casi todos los salones de los domicilios seguía habiendo uno, pero casi nadie lo tocaba. En cambio, desde que estamos encerrados se han multiplicado las llamadas a través de las líneas fijas. Hasta un 50% más, según escuché en un informativo de este domingo. 

Conocer los motivos de este cambio tan drástico se antoja complicado. En la cola de la panadería, que es ese nuevo foro romano donde encuentra lugar la vida social más cercana, un señor de mediana edad comentaba que ahora llama por el fijo porque "hay veces que las líneas de móvil están colapsadas". Este octavo día de confinamiento, durante la tediosa perorata de Sánchez, con el pequeño en la siesta, pensé que esa afirmación no era cierta y cavilé que la razón es que las personas más mayores están llamando más de lo habitual para hablar con sus familias y/o amigos porque no pueden verles físicamente.

Pero claro, hasta los más ancianos tienen móviles, por lo que concluí lo que está pasando: la gente, sea más joven o más vieja, está llamando a personas con las que no hablaba hace muchos años, de manera que los que telefonean no tienen registrados en sus smartphones los números de aquellos a los que llaman. "Voy a llamar a la tía Paquita, que hace mucho que no hablamos, pero no tengo su teléfono en el móvil, lo tendré en la vieja agenda". ¿Creíble? Es sólo una teoría.

Quizás simplemente es que como la situación es tan extraña y parece que hemos ido unos años hacia atrás en el tiempo, nos da por usar el fijo porque nos contagiamos de esa sensación o quizás simplemente como tenemos tanto tiempo libre utilizamos el viejo teléfono por hacer algo distinto. O será todo una mezcla de motivos. Quién sabe. Ya puestos a reflexionar, esto del fijo me hace reparar en que hoy día ya nadie recuerda en su memoria los teléfonos de sus conocidos. 

En Amazon se están agotando las existencias de bicis fijas porque los 'yonquis' del deporte que tanto disfrutan al aire libre tienen que encontrar la manera de ejercitarse en casa

Lo único seguro es que el encierro provoca desvaríos como este. Tanto me he enrollado con el teléfono fijo que casi me quedo sin espacio para hablarles del otro objeto resucitado: la bicicleta estática. En muchos hogares también había una de ellas convertida en elemento decorativo, seguramente porque quien la compró con la certeza de que iba a usarla mucho luego chocó con la realidad de su propia pereza. Les hablo por experiencia.  

En Amazon se están agotando las existencias de bicis fijas porque los yonquis del deporte que tanto disfrutan al aire libre tienen que encontrar la manera de ejercitarse en casa. No pueden ir a correr, no pueden montar en bicicleta y no pueden nadar en la piscina. Su desesperación es tan grande que no es descartable que pronto se monte algún mercado negro de estas bicicletas revividas por el virus o de cintas para correr. También pueden hacer flexiones, pero eso debe ser aburridísimo.  

En realidad con este objeto se está viviendo una auténtica paradoja en la que reparé al hablar con Ángel, un avezado ciclista del barrio que me comentó su disgusto porque tenía el aparato en la casa del pueblo. Ocurre que muchos de los verdaderos amantes de las dos ruedas como él no pueden subirse a una bicicleta estática mientras otros que la teníamos cogiendo polvo ahora pedaleamos sin parar (cuando el retoño quiere, claro). Pequeñas injusticias de esta situación insólita. 

No es casual que estos dos objetos ahora redivivos sean fijos. Contrastan con sus hermanos que sí pueden moverse. Está claro que nos gusta más movernos por la calle que estar quietos en casa y, si podemos, queremos hacer varias actividades a la vez. Todo ello te hace pensar, en un día de tanta elucubración, si será sano tener siempre tanta prisa.   

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