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Opinión

La victoria del relato

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe a la delegación designada por el Govern de Cataluña encabezada por el president de la Generalitat, Quim Torra

Ahora se llama relato a la construcción de un conjunto de informaciones con un fin determinado. O lo que es lo mismo: a la manipulación de las noticias para hacer que te sean favorables. Reconozcámoslo: Pedro Sánchez ha conseguido la victoria en la batalla del relato. Puede hacer de la búsqueda de abstenciones de Esquerra Republicana nada menos que una especie de acuerdo de Estado. Ese es el titular con el que debe quedarse la gente, lo que se oculta es un pacto que esquiva la Constitución. Puede formar un gobierno de coalición donde lo único que se coaliga son los intereses, pero la gente debe felicitarse porque se trata del primer gobierno de dos partidos desde 1931, sólo que aquel era entre radicales y socialistas, y éste es de izquierda fetén; ellos lo aseguran. Puede llevar a los populares conservadores a una deriva donde para compartir algo de poder no les queda otra opción que la extrema derecha de Vox, a la que alimentaron los del relato gubernamental hasta la bulimia, y hacer creer a la gente que el PP no se centra y está crispando la vida política. En definitiva, tú haces lo que te conviene, que la responsabilidad siempre es del otro.

Si nuestra vida política tiene mucho de adolescente se debe a varios factores. El principal y nunca citado, porque sería como retratarse, es que la hacen los nietos de la Transición. La ley de memoria histórica, con su pomposidad y su arrogancia, tiene fecha de 2007, casi treinta años después de la Constitución; dos generaciones según el esquema de Simmel y Ortega y Gasset. Que las cunetas de cadáveres republicanos y las imágenes oprobiosas del franquismo debían desaparecer es una obviedad, pero como no se trata de una oferta de campaña electoral sino de una tarea de asentamiento democrático, la primera condición es no hacerlo como un trágala para la otra parte. Los nietos tienden a olvidar que Franco murió en la cama y que buena parte de sus abuelos, digan lo que digan ahora, se emocionó ante el siniestro cadáver o asistió al pase de revista necrófilo del Palacio de Oriente. El zapaterismo del buen rollito está siendo letal en sus consecuencias. Sin él los otros nietos de la Transición no hubieran crecido bajo la forma de Vox.

El relato manipulado de la información no se atreve a decir que si Podemos es un producto de los nietos de la Transición, Vox son los otros nietos que recogieron una bandera que creíamos nadie sacaría del armario del abuelo. Tanto unos como otros han venido para quedarse; unos han empezado a echar canas y han envejecido de manera espectacular, los otros tienen todo por delante porque las victorias del relato de la supuesta izquierda van dejando tantos damnificados que su memoria vivifica y nos amenazan con aquello que creíamos desterrado. Como la memoria es corta y el odio pertinaz, a estos nietos les queda tierra por hollar. Pasa siempre: el poder alimenta a la extrema derecha para predicar el miedo y lo malo conocido, pero al final no hay manera de volver a meter al fantasma en la botella.

Uno de los rasgos más llamativos de la adolescencia política, a veces orientada por viejos con culo de hierro de tanto cambio de poltrona, consiste en decirle al adversario, no digamos ya al enemigo, qué es lo que tiene que hacer. Los del relato del poder, en seguimiento de la doctrina Sánchez, no se cansan de repetir: se necesitan unos conservadores centrados que no bloqueen. Los del relato incluso se atreven a la más cándida de las estupideces adolescentes y emplazan sus discursos a partir del soliloquio: Lo que Casado tendría que hacer… Se necesita mucho desparpajo para decirle a un partido al que nunca votarás y a un dirigente que desprecias qué es lo que debe hacer para vencer. De verificarse el consejo sería una querencia por el suicidio y la derrota. Vivimos tiempos de exultante majadería.

Los dirigentes políticos se pasan tanto tiempo ante las cámaras y las redes que nadie sabe a ciencia cierta quién hace su trabajo. ¿Qué sería del relato sin las entrevistas de la Sexta?

El relato periodístico figura en las antípodas de la información y es un producto que en nuestro país siempre se ha dado de forma vulgar y chumacera. Hay ejemplos brillantes en el primer tercio de siglo, pero luego, con el franquismo, llegó la especie autóctona del “maestro de periodistas”, algo similar a la aristocracia entre gañanes, o los capos del hampa de los plumillas. Hubo grandes en este gremio del relato político avant-la-lettre. Me viene a la cabeza el más listo de todos, don Manuel Aznar, abuelo de José María, que lo fue todo en la docencia práctica del envilecimiento profesional. Formó a pocos -tenía otros quehaceres-, pero se convirtió en referente del nacionalismo vasco, del liberalismo republicano, de la historia mendaz y hasta portavoz del mismísimo Caudillo, al que representó en las Naciones Unidas. ¡Atención nietos, el conocimiento no está reñido con la memoria! Es la savia; lo demás son relatos.

Acaba de morir en París Jean Daniel. Fue un gran constructor de relatos, soberbio, megalómano, frívolo, una gran época del periodismo, la que creció con su amigo Albert Camus, la que trató a De Gaulle, Kennedy y Fidel Castro, entre otros muchos grandes del poder y de la cultura. Nosotros apenas salimos de la autarquía y no hay ningún relato que dure más allá del Gobierno que lo alimenta. Los dirigentes políticos se pasan tanto tiempo ante las cámaras y las redes que nadie sabe a ciencia cierta quién hace su trabajo. ¿Qué sería del relato sin las entrevistas de la Sexta? No hay Boletín Oficial que la iguale, y lo hacen convencidos de ser la cima de la objetividad en caliente.

No hay que inquietarse, aquí nadie pregunta lo que no está autorizado. Manda el relato. Echan a Lidia Falcón de Izquierda Unida, una veterana del tiempo de los abuelos airados, y cero comentarios. El grupo Prisa subasta sus colecciones artísticas, mejor no tocarlo. Pablo Iglesias se queja de las fotos de su jeta en las redes y nadie se descojona de su egolatría. Echan al jefe de la Agencia Efe y nadie se pregunta qué hizo Fernando Garea para que le cesen a los dieciocho meses. Pero ¡silencio! le sustituye Gabriela Cañas, arrebatada columnista de El País, que ya hizo prácticas en el relato oficial con Zapatero como Directora General de Información (2006-2008). Tiene por tanto experiencia de barnizadora.

Admitámoslo todo y demos caramelos a los nietos. El relato ha triunfado; queda enterrar la información.

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