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Opinión

El Estado estacionario

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen

En la primera fase de esta crisis, he publicado dos reflexiones que titulaban: “Triple crisis para una gestión excelente” y “Preparados para lo peor y trabajando para lo mejor”. De esto va esta tercera, en plena segunda fase, cuando daños y medidas de reparación empiezan a ponerse en juego con poco margen de maniobra.

La maldición de Sísifo

Una maldición en forma de mito de Sísifo nos acompaña en España desde el siglo XVIII a partir del declive y pérdida de un imperio construido sobre una base de inteligente y fructífera integración territorial y una subsiguiente expansión internacional apalancada en la misma, después destruida por un proceso inverso de deconstrucción interna.

Pero parecería que por fin habíamos empezado a romper la maldición, saliendo de la autarquía con el primer impulso para la liberalización e internalización de nuestra economía en los años 60 gracias al Plan Nacional de Estabilización Económica de Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio y el simultáneo Congreso de Munich (para todos, el Contubernio…) de 1962 como base de la tan ansiada liberalización política y la reconciliación nacional. Todo ello para ganar la partida, definitivamente, mediante una posterior transición brillante a un sistema liberal democrático con gobierno representativo, imperio de la ley, separación de poderes, sociedad civil y libre mercado, que vino acompañado, como era lógico suponer, de un crecimiento sin parangón en la construcción de un Estado Social de Derecho ejemplar, con buena calificación en el ránking internacional de calidad democrática. Merece la pena recordar que “bad politics”, equivale siempre a “bad economics”. Sensu contrario, la buena política trajo consigo el avance económico. Tocaba, rememorando a Camus, hacer a Sísifo feliz y perseverar en el proyecto y así evitar el suicidio colectivo. La crisis de 2008 puso a prueba el proceso, esta crisis covid puede revertirlo para volver a cargar con la maldición.

Para acabar de romper, ¿definitivamente?, nuestra condena colectiva, ha habido dos piezas fundamentales: la Constitución de 1978 y nuestra pertenencia a la Unión Europea. La condición necesaria que las puso en valor fue una gestión pública y también privada muy buena, con un cuerpo de gestión administrativa competente, bien formado, eficaz e independiente, muy profesional, al abrigo de la óptica deformada actual que identifica un batiburrillo de ideologías como un valor político positivo que se aplica a cualquier acción de gobierno y además, peor aún, como un equivalente de éxito, olvidando la gestión, la ejecución que, por defectuosa o inexistente, puede hacer tóxica cualquier acción de gobierno, por más bien intencionada que sea. En estas estamos, moviéndonos de la gestión profesional a la desaparición o neutralización de la misma por incomparecencia de los expertos en un escenario de “nueva fe” que no entiende o no quiere aplicarse. Como dice un buen amigo mío: “Cuando la política se entiende como un
mero 'juego' vacuo de relaciones de poder para obtenerlo y mantenerlo sin considerar su contenido básico: la gestión delegada de los asuntos de la sociedad”, la administración profesional se deteriora.

La excelencia de la gestión

Y es por esta razón por lo que esta reflexión es sobre la necesidad de asegurar la mejor gestión para las “ayudas” europeas que deben contribuir a sacarnos de un atolladero de difícil salida. El modelo fue el equipo de la “Trinidad”. Me explicaré. En 1978, al inicio de la transición, todavía sin Constitución, el Gobierno de Adolfo Suarez tomó una decisión clave de gestión: nombró un Ministro para las Relaciones Europeas (Leopoldo Calvo Sotelo) que con un equipo reducido de apenas 20 personas, al que tuve el privilegio de pertenecer, negoció la adhesión de España al Mercado Común entre el citado 1978 y 1980, año en el que el veto francés nos demoró hasta 1986, cuando las Presidencias socialistas de Mitterrand y Felipe González hicieron posible la entrada. Pero el grueso de la negociación se hizo en estos primeros dos años. Un equipo de altos funcionarios de los Ministerios implicados y de colaboradores independientes privados negociamos duro, tanto internamente en España como con la Unión Europea, en aquel momento el 'Mercado Común', y cerramos en 24 meses. El equipo trabajó en un edificio que se llamaba Palacio de la Trinidad, en la calle Francisco Silvela, básicamente desabastecido de todo; empezamos sin calefacción y recibiendo en uno de los primeros actos oficiales al Comisario Natali con un almuerzo espartano para el recuerdo, con el abrigo puesto porque el frío era considerable. La austeridad primaba… y Natali lo entendió. No se enfadó, al contrario, nos ayudó.

El Estado estacionario

En un pasaje menos conocido y citado que otros, Adam Smith describió en “La riqueza de las Naciones” el Estado Estacionario, aquel que desde una posición de riqueza dejaba de crecer, destacando su carácter socialmente regresivo y la aparición de élites corruptas para explotar la situación en su propio beneficio, abocándose a una gran recesión, síntoma de una degeneración profunda y con consecuencias políticas peligrosas para sus ciudadanos.

¿Dónde estamos hoy? Cerca de este Estado Estacionario al que me he referido en el título. Cerca del retroceso y de nuestra instalación, una vez más, en la maldición de Sísifo. Los ataques a la Transición, a la Constitución y el desapego a la Unión Europea, a la Democracia,son una fractura, un lastre, que si bien parece muy difícil que triunfe podría hacernos retroceder, una vez más, al punto de partida.

¿Cuál es el catalizador para evitar este retroceso? Otra vez, nuestra Constitución y la Unión Europea. Esta fue clave en la liberalización de nuestra economía y, en consecuencia, para nuestro progreso económico y social. También lo fue en julio de 2011, cuando estuvimos cercanos al colapso, dando soporte a nuestra deuda soberana in extremis, y lo fue, mucho más, en junio de 2012 con la aportación de una línea de crédito de 100.000 millones de la que tuvimos que usar la mitad, para dar solución del déficit de capital del sistema financiero español. Una vez más, cercanos al colapso pero esta vez arrastrando al euro con nosotros. Podría volver a repetirse la historia. Necesitamos nuestra cuota parte de los fondos europeos que se han constituido para salir adelante. SURE y sus 100.000 millones para costes laborales. MEDE, 240.000 millones a pesar de los incomprensibles remilgos ideológicos debido a su condicionalidad (merece la pena recordar que la soberanía se pierde cuando el endeudamiento sobrepasa el límite de su viabilidad). BEI, 25.000 millones, Plan de Recuperación Europeo 750.000 millones (de los cuales podíamos obtener 140.000…) y otros tantos más.

Condicionalidad

No hay posibilidad de obtener lo que necesitamos con una mera manifestación de voluntad política, con meros enunciados buenistas para finalidades justas. Será preciso aplicar gestión de mucho nivel para conseguir los fondos, siendo la condicionalidad a negociar una parte mayor de este proceso. Igualmente importante será asegurar que no hay desvíos en España de tipo territorial o sectorial de carácter clientelar que perviertan la finalidad de estos fondos para los cuales ya han aparecido voluntarios. También la mejor utilización de los mismos.

Por estas razones me parece sensato evaluar (considerando, además, el éxito contrastado de la fórmula Trinidad) la creación de un equipo de primerísimo nivel profesional de la Alta Administración del Estado, con los expertos independientes que se precisen y con un Ministro que no Ministerio al frente. Un equipo conocido por todos, con autoridad y poderes para cerrar acuerdos internos y externos como se hizo en su momento, y con la necesaria transparencia que derivaría de la propia naturaleza de esta fórmula organizativa, para que todos los ciudadanos de nuestro país conozcan, sigan, fiscalicen esta negociación de fondos y, más importante, su justa aplicación.

La partida que se juega es una en la que no caben errores, habrá ganadores y perdedores. No nos podemos permitir estar entre estos últimos porque nuestro punto de partida es débil. No hemos gestionado bien las reformas estructurales necesarias en los años de bonanza y hemos  incorporado la peor debilidad posible al punto de partida de una nueva crisis: un endeudamiento público que maniata cualquier política fiscal expansiva en el momento que más se necesita y que supone un diferencial negativo con la media de nuestros socios; mejores administradores de la cosa pública y ahora con más “potencia de juego” para la muy necesaria política fiscal. Esto es sólo corregible y en parte, con el acceso a los fondos que ponen a nuestra disposición. Además hay que saber que no se darán las recetas clásicas para la corrección de este endeudamiento tan importante:

  1. Una tasa de crecimiento sostenido por encima del tipo de interés,
  2. El incumplimiento del pago de nuestras obligaciones soberanas, o
  3. La depreciación monetaria e inflación. Necesitamos estos fondos y la condicionalidad que llevan aparejada para las reformas estructurales que debemos hacer y así corregir esta situación de partida tan frágil.

Asociación entre generaciones

Finalmente y mirando el futuro, una mala gestión de estos fondos que son condición necesaria para la recuperación económica puede conducir a la ruptura de lo que E. Burke definió como la “asociación entre generaciones”, “a partnership”. No es tolerable traspasar una carga insoportable a nuestros hijos y nietos por un problema de gestión. Estoy seguro de que en la Administración Central hay talento suficiente para sacar adelante esta negociación, pero, insisto, la organización del mismo es fundamental y la que aquí se propone funcionó muy bien. Centremos el tiro y evitemos una máquina de dispersión administrativa muy del gusto y
conveniencia actuales.

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