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Opinión

¿Quién teme a la ultraderechita feroz?

Santiago Abascal en La Zarzuela

En Argentina les dicen ‘camperas’. Por aquí, ‘cazadoras’. Son prendas para triscar por los montes más que por la política. Felipe González las puso de moda, en su versión de ante o piel vuelta. Solo se la quitaba entre semana, para enfundarse un traje de pana que admitía una corbata como apósito. Mitin, cazadora y manta. Y así, hasta La Moncloa. 

Santiago Abascal también es dado a la cazadora y a las galopadas. Una barba en pico completa una imagen algo agresiva, como su verbo, afilado e hiriente: “La derechita cobarde”, “la veleta naranja”... El estereotipo ultra en acción. Poco le importaba a la gente de Vox transmitir esa imagen hirsuta y algo áspera, lejos del pensamiento único, de la ideología líquida y de lo políticamente correcto y fatigoso.

Cuando la campaña, Abascal no tuvo empacho en llenar sus listas de militares, de cruzados contra el aborto y de patriotas. No le salió mal en las generales. Tampoco medianamente bien en las autonómicas. Unos meses después del éxito andaluz, Vox ni presidirá gobiernos ni acaparará poltronas. Pero decidirá muchos sillones, un buen puñado de cargos y algunos ejecutivos de peso. Ahí está Madrid, pendiente de lo que decida Ortega Smith. 

Vox es un actor político más. Resulta ya estúpido hasta el histrionismo insistir en lo de la "extrema derecha". Ya sólo Iglesias y Feijóo hacen eso

En estas últimas semanas se aprecia una cierta metamorfosis en el partido más joven del tablero. La fotito de Colón tiende ya al sepia. Esa artimaña de Ivan Redondo ya está descolorida. Vox ha mutado. Abascal, para empezar, se ha despojado de la pertinaz cazadora y se ha plantado en la Zarzuela rígido y encorbatado. La próxima vez, de traje, please, nada de americanita. También Vox se afina mientras otros desafinan. 

Un grupo parlamentario de 24 diputados no es ni una panda, ni una anécdota ni un exotismo. Es una fuerza política con la que hay que contar. Emerge de entre el trampantojo del tópico un Vox apenas conocido, un partido con voces notables y criterios de fuste. Del anonimato brotan nombres interesantes, como Malena Contestí, (“hay una diferencia entre Vox y Bildu: Vox no ha matado a nadie”) o Macarena Olona, abogado del Estado y llamada a más protagonismo parlamentario.

Vox empieza a tener en su frontispicio un bueno número de nombres de mujer, con Rocío Monasterio a la cabeza, que no comulgan con lo que se ha establecido.  Manuel Valls se equivoca en lanzar sus dentelladas despectivas contra Vox mientras requiebra a Ada Colau. Basta con recordar los gestos de la infamia, la hipócrita actitud de la alcaldesa de Barcelona en los atentados de las Ramblas. En Zarzuela no lo olvidan. Ignacio Aguado, en Madrid, le enmendó la plana a su socio de Barcelona y se convirtió en el primer naranja en darse la mano con Vox. En privado y sin fotos. Pese a los empeños de muchos, Vox es un actor político más. Se ha blanqueado él solito, en las urnas y con los votos. Resulta ya estúpido hasta el histrionismo insistir en lo de la "extrema derecha". Ya sólo Iglesias y Feijóo hacen eso. Absurdo también resulta recordar su condición de formación respetuosa con los principios constitucionales. Basta leer su programa.

Nacieron con vocación de dar satisfacción a la legión de desencantados del PP. Lo razonable es que en un par de años haya reencuentro

Cierto que sus primeros pasos sonaron estridentes y algo amenazantes. Cierto que incurrieron en posiciones estrambóticas y en planteamientos rayanos con el exceso. Vox se está modulando, más americanas, menos cazadoras, sin renunciar a sus postulados, que son tan sencillos como la Carta Magna. Algo que no cabe decir de esos partidos que ascendieron a Pedro Sánchez hasta la colina de la Moncloa. Y a los que nadie tacha de ultras, ni de extremos, ni vetan en las fotos aunque luzcan lacitos amarillos, hayan dado un golpe de Estado y apesten a racismo de virolai.

Vox nació con vocación de dar satisfacción a la gran legión de desencantados de un PP apoquinado, adormecido, atolondrado y perdido. Lo razonable es que, a la vuelta de un par de años, ambas familias se reencuentren, se reunifiquen en el bloque de centroderecha que en tiempo fueron. De no lograrlo, el futuro del PP está en el aire, pendiente de medio hilo, y el de Vox, ni se sabe. Será una 'derechita' desportillada y descuajeringada. Al tiempo.

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