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Opinión

La quiebra del sistema bolivariano

Hugo Chávez y Fidel Castro.

Se celebró este fin de semana en Lima la Cumbre de las Américas. Algo descafeinada, por cierto. Donald Trump canceló su asistencia en el último momento porque tenía que atender asuntos más urgentes que le reclamaban en Siria. Maduro, por su parte, aceptó de mala gana no poder ir, pero tampoco pataleó demasiado. Muchos son los problemas que tiene y el no asistir a una cumbre que realmente sólo sirve para exhibirse es el menor de todos ellos.

Lo que la cumbre de este año vino a certificar fue el entierro del socialismo del siglo XXI, aquello que Hugo Chávez denominaba, hinchado como un balón de playa, "alternativa bolivariana para las Américas", y que se ha terminado demostrando como una maldición que castiga a Hispanoamérica desde hace ya veinte años.

Lejos quedan los años dorados del chavismo, hace más de una década, cuando los bolivarianos se paseaban por el continente desafiantes. Aquello, decían, era el futuro. Fidel Castro siempre señaló el camino a seguir, pero el comandante se había adelantado a su tiempo. Le tocó lidiar con la Guerra Fría, los bloques antagónicos, el riesgo de una conflagración nuclear y, claro, no pudo dedicarse a expandir la revolución y el evangelio de los pobres por la América hispana, que era la que había visto nacer al redentor y a sus barbudos. Ellos pondrían al día el mensaje y harían lo que Fidel siempre soñó hacer.

La Cumbre de las Américas ha certificado el entierro del socialismo del siglo XXI, aquello que Chávez denominaba, hinchado como un balón de playa, "alternativa bolivariana para las Américas"

Un futuro que ya es pasado porque nadie quiere hoy oír hablar de bolivarianismos. Al socialismo del siglo XX le llevó setenta años colapsar, al del siglo XXI le ha bastado con veinte. El emblema de esta quiebra estruendosa es el descenso a los infiernos de la revolución en Venezuela, ahogada entre gases lacrimógenos, hambre y presos políticos.

Esa es la orilla a la que ha ido a morir, pero el socialismo del siglo XXI no nació en Caracas, sino en Sao Paulo. En julio de 1990, a instancias del Partido de los Trabajadores de Brasil, acaudillado por el popular sindicalista Luis Inazio Lula da Silva, se constituyó un foro en esta ciudad brasileña para reunir a todos los partidos izquierdistas del hemisferio. La idea no era suya, sino de Fidel Castro. Lula fue siempre un hombre de acción con pocas lecturas pero muy hábil para conocer la dirección del viento y saber colocarse.

Castro se encontraba en aquel momento fuertemente cuestionado tras la caída del muro de Berlín. Las repúblicas populares del Este de Europa iban sucumbiendo una tras otra y todos se preguntaban cuánto le quedaría al déspota de La Habana. La izquierda latinoamericana, el "perfecto idiota" inmortalizado por Montaner, Mendoza y Vargas Llosa, corrió en auxilio del diplodocus habanero. Había que replantear el método de acceso al poder. La cuestión era conquistarlo por las buenas, sin disparar un sólo tiro, que en los tiempos modernos eso de empuñar un arma estaba muy mal visto.

Contra todo pronóstico la cosa funcionó. Lo hizo, además, en el momento y el lugar exacto. En 1998 Hugo Chávez, un coronel golpista reconvertido en mesías justiciero, se hizo con el poder en Venezuela justo antes de que el precio del crudo se disparase. Le siguió el propio Lula da Silva, que en 2002 alcanzó la presidencia brasileña tras arrasar en las urnas. Luego irían cayendo un país tras otro: Argentina en 2003, Uruguay en 2004, Bolivia en 2005, Nicaragua y Ecuador en 2006, Paraguay en 2008, El Salvador en 2009.

En 2011, con la excepción de Chile, Colombia, México y algunas repúblicas centroamericanas, toda Hispanoamérica estaba gobernada por partidos miembros del Foro de Sao Paulo. Pero para entonces ya la idea hacía aguas y había empezado a perder atractivo. No todos los países habían resultado tan fáciles de someter como Venezuela, en la que el Gobierno dispone a placer de la principal fuente de riqueza a través de una empresa estatal.

Los bolivarianos han resultado ser tan corruptos como los gobernantes anteriores. Tras el estallido del ‘caso Odebrecht’, lo único que les quedaba, el honor, se vino abajo"

A la muerte de Hugo Chávez a principios de 2013 el descrédito del bolivarianismo era ya inapelable. El socialismo del siglo XXI había terminado pareciéndose demasiado al del siglo XX. Allá donde un Gobierno "paulista" se instauraba retrocedía la libertad individual y la economía comenzaba un lento pero inexorable deterioro.

Se produjo, además, otro fenómeno. Los bolivarianos resultaban ser tan corruptos como los gobernantes anteriores, en algunos casos incluso más. Con el estallido del caso Odebrecht, una constructora brasileña que puso en cobro a toda la clase política de la región, lo único que les quedaba, el honor, se vino a abajo.

Es revelador que Lula da Silva se encuentre entre rejas 28 años después de alumbrar el Foro de Sao Paulo. Al otrora flamante líder del PT no le han pillado por una manzana, sino por muchas peras. En la cárcel acaba de entrar por recibir un soborno (un lujoso tríplex en la localidad costera de Guarujá) de una constructora, pero esta es sólo una de las siete causas que tiene abiertas, todas por corrupción.

El encarcelamiento de Lula ha recibido la condena de todos sus pares del Foro, pero más retórica que otra cosa, con la boca pequeña, como queriendo pasar página rápidamente. Lula está ya amortizado, como Maduro, como Kirchner, como Correa... Les queda Evo Morales, pero ya ha comenzado su descenso. Nombres todos que marcaron una época y que en todos los casos en lugar de traer libertad y desarrollo han perjudicado seriamente a la primera y han imposibilitado o retrasado el segundo. Prometieron una comida gratis y ni eso fueron capaces de entregar.

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