Quantcast

Opinión

Querida amiga feminista

Ser libre es observar sin miedo. Hablar sin miedo. Actuar sin miedo. Te invito a no tenerlo

Querida amiga feminista
Manifestación del 8-M en Barcelona en 2020. Europa Press

Te doy las gracias porque sé que haces las cosas de corazón. Estás profundamente convencida de que el bien te guía. Muchos ven el peligro que esto tiene. Porque lo tiene. Pero lo prefiero. Lo prefiero a que te muevan el egoísmo y la amargura.

Cuidado.

No sólo porque las mejores causas se pueden tornar en las mayores aberraciones. No. Ve con cuidado. Porque muchos se enriquecen a tu costa. Sus bolsillos no dejan de crecer. Trafican con algo peor que tu dinero. Trafican con tus sueños, tus desvelos. Con tus ansias de sentido. Con tu tiempo, que es tu vida.

Escucha

Me has pedido infinidad de veces que escuchara. He escuchado. Siempre. ¿Me escuchas tú ahora?

Puedes

No quieres escucharme. Te niegas. No pasa nada. Es normal. Tú misma has tratado de convencer a otras. Convencer de que hay otra realidad, otra forma de ver las cosas. “Te darás cuenta de que has estado viviendo engañada. ”Eso me has dicho siempre. Da miedo escuchar. Tú lo sabes. Pero puedes.

Quieres

Sabes que quieres escuchar. Algo te dice que no es sana esa angustia. Ese enfado. Ese “algo” quiere hablar. Ese “algo” ha conseguido hacerse escuchar. Siempre. Ese “algo” dijo que no tenía sentido discriminar razas, discriminar sexos. Ese “algo” pide, de nuevo, la palabra.

Confía

Escucha, confiada, lo que digo. Crees que hablo por defender a otros. A los otros. A los hombres. No. Hablo porque, como a ti, me interesan las mujeres. Que estén bien. Que estemos bien. Eso implica defender a los hombres. Pero los protagonistas no son ellos, no ahora. En esta carta, somos nosotras.

Experiencia

No la mía. Ni la tuya. La de las mujeres que nos precedieron. Las que tenían una buena causa: nuestro presente. Para ellas éramos el futuro. No traicionemos su legado. No leamos sólo una parte de su legado: es los que desean los que se lucran con esto. “Lee a Butler. Lee a Beauvoir. Ignora a Arendt. Ignora a Edith Stein. Ignora a Carmen.”

Carmen

Carmen fue mi abuela. Su madre, Luisa, ya fue universitaria. Carmen gozó el privilegio de ser una adelantada a su tiempo. Yo tuve el privilegio de ser su nieta. Y aprendí. Aprendí de alguien que, cuando todas las demás iban, ya había vuelto dos veces.

Miento

Yo también miento. El autoengaño lleva a la mentira. He mentido. He dicho que aprendí, y miento: aprendo.

Aprendo

Aprendo. Aprendo ahora que no debí regañar a mi abuela. Me preguntó por qué tanto empeño en trabajar fuera de casa. “¿Qué te ha pasado, Mariona? Siempre has hecho lo que te ha dado la gana.” Me indigné.

Indignación

Me indigné. Me enfadé con Carmen. Se me cayó un mito. Yo también fui una ofendidita. Yo también di grititos. A la pobre Carmen: hija, madre y abuela de universitarias. Se tragó una catilinaria. Por sugerirme -no imponerme- que hay vida más allá de lo que cada época nos vende como único camino bueno.

Gracias

Gracias, abuela. Por ser libre, no feminista. Por enseñarme a ser libre con el ejemplo. Por enseñarme que ser libre no consiste en actuar según los demás, ya sea a favor o en contra. Que ser libre es observar sin miedo. Hablar sin miedo. Actuar sin miedo. Y, por eso, querida amiga feminista, te hablo sin miedo. Y te invito a no tenerlo.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.