Opinión

Que se encargue Clemenza

El secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán (i), y el director del Gabinete de Pedro Sánchez, Óscar López, en el Congreso.
El secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán (i), y el director del Gabinete de Pedro Sánchez, Óscar López, en el Congreso. EP

Siete de noviembre. Mañana de infarto en los centros de poder lisboetas. La Procuraduría General de la República (Fiscalía) está llevando a cabo hasta 40 registros en distintos lugares del país, algunos tan notorios como el propio palacio de Sao Bento, residencia del primer ministro, en una operación anticorrupción relacionada con dos concesiones de explotación de litio en otros tantos municipios lusos, con un proyecto de central de energía con hidrógeno verde en Sines y con otro para la construcción de un centro de datos en la misma ciudad. La Fiscalía portuguesa es una institución independiente (“¿De quién depende la Fiscalía…? Pues eso”). En España, una operación de este calado hubiera supuesto la intervención de la UDEF, de la UCO o de ambas al unísono, a las tres de la tarde, hora del telediario en la corrupta Televisión del Gobierno (TVE), con acompañamiento de un ejército de cámaras previamente avisadas por la propia pasma. La iniciativa de la Procuradora General, Lucília Gago, pilla al socialista Antonio Costa, primer ministro, con los calzoncillos por el suelo. Como a todos los medios de comunicación. Sorprendido por el escándalo, Costa es llamado a capítulo por el presidente de la República, 75 años, segundo mandato con mayoría absoluta, prestigio máximo. Y antes de que llegue, Marcelo Rebelo de Sousa telefonea a su viejo amigo Francisco Pinto Balsemao, ex primer ministro. Ambos llegan pronto a la misma conclusión, de modo que cuando Costa alcanza el palacio de Belém, la sentencia está dictada.

- Después de lo que acabamos de saber, creo no le queda a usted más remedio que presentar la dimisión.

Porque Costa se resiste, en el fondo aún guarda la esperanza de que la marea del escándalo no llegue a tocarle. Pero la misma mañana vuelve sobre sus pasos con una nueva visita a Belém para hacer efectiva su dimisión. Portugal es una democracia. Una República con un presidente que a su ascendiente añade poderes bastantes como para forzar la renuncia de un primer ministro con una simple frase (siempre que el Consejo de Estado, otro organismo independiente que no se parece en nada al nuestro, esté de acuerdo, porque en caso contrario el presidente se la tendría que envainar). Antonio Costa se va en 10 minutos, con una investigación abierta por el Tribunal Supremo por su papel como “facilitador de procedimientos” valiéndose de sus prerrogativas como primer ministro. A ningún presidente del Gobierno español se le hubiera ocurrido dimitir a cuenta de un escándalo de corrupción, y no es que hayan escaseado. Felipe González los tuvo a pares, pero nunca se le pasó por la cabeza irse y pedir perdón. En la jefatura del Estado estaba un Juan Carlos I que, a su condición de acreditado apandador, unía la mejor agenda de España y la osadía propia de quien se cree, en parte con razón, por encima del bien y del mal en su condición de “padre” de la democracia española, una democracia nacida de una traición. Felipe sabía a lo que se dedicaba Juan Carlos (como lo supo luego José María Aznar), y Juan Carlos sabía a qué se dedicaban los partidos del “turno”. Era una coexistencia compartida en el delito. Roba el rey, robemos todos. Un chapapote moral que fue impregnando de arriba abajo el completo cuerpo de la transición y que terminó, ha terminado, por inhabilitar a instituciones y/o personas como faro o guía de conductas. De aquellos polvos, estos lodos. Así, degenerando, ha llegado nuestra democracia arrastrándose hasta caer en manos de un tipo como Sánchez.

De aquellos polvos, estos lodos. Así, degenerando, ha llegado nuestra democracia arrastrándose hasta caer en manos de un tipo como Sánchez.

Llamativo lo de los Partidos Socialistas ibéricos, los únicos que restan con poder en Europa, porque el resto han sido ejemplarmente barridos del mapa. El de Costa es el segundo Ejecutivo socialista que cae víctima de un escándalo que afecta a la práctica totalidad de su Gobierno. Las socialistas son corrupciones al por mayor. No son los trajes de Camps o la rapiña de un alcalde dispuesto a hacerse rico con unas licencias de urbanismo, casos todos igualmente condenables. Son corrupciones rotundas, redondas, estruendosas. Son los 700 millones, la cifra completa nunca se sabrá, de los ERES, o los fondos reservados de Roldán o los 1.000 millones (pesetas) de Filesa o el caso GAL. La diferencia es que en Portugal funcionan los checks & balances. La diferencia es que en España no hay contrapoderes. La Fiscalía portuguesa tumbó a José Sócrates (condenado por haber recibido 35 millones de euros a cambio de trato de favor para tres grupos económicos distintos siendo primer ministro entre 2005 y 2011), como acaba de tumbar al Gobierno Costa, y como se ha llevado por delante a la familia más rica del país, la Espirito Santo, propietaria del banco del mismo nombre, por citar solo tres casos muy notorios. Al frente de nuestra Fiscalía figura ahora un sottocapo, un propio nombrado por quien fue FGE y ex ministra de Justicia, una ofensa para cualquier institución democrática, una mujer emparejada con un ex juez expulsado de la carrera por prevaricador (¡querido Emilio!), y ahí siguen Dolores Delgado y Baltasar Garzón, mandando con total impunidad en la Fiscalía española por delegación del gran felón.

Hay separación de poderes en Portugal, y hay, en un país tradicionalmente pobre pero que progresa a pasos de gigante, una élite empresarial y política, incluso intelectual, reducida pero muy brillante, muy cosmopolita, muy anglófona y, sobre todo, muy comprometida en la defensa de su democracia. Nada de eso existe en España. Un vertedero moral España. El silencio de nuestros grandes empresarios resuena estruendoso en un momento en que se acaba de oficializar la desaparición del Estado de Derecho y la investidura de un Gobierno títere en manos de Otegui, Junqueras y Puigdemont, con un presidente marioneta obligado a cumplir lo que ellos manden. ¿Qué piensan los señores del Ibex de lo que está ocurriendo? ¿Les preocupa la unidad nacional? ¿Les importan las libertades? Manifestaba Pinto Balsemao esta semana ante un viejo amigo español su perplejidad ante el hecho de que una chica con tan escasa formación como Yolanda Díaz, miembro de un sindicato comunista, sea vicepresidenta del Gobierno y personalidad más conocida del país, presente a todas horas en las pantallas de televisión, y el amigo le tuvo que explicar que esa singularidad, ese rostro tantas veces visto, es la cara inevitable de una decadencia imparable, el gesto de un país que ha bajado los brazos y se ha resignado, el síntoma de una enfermedad que este jueves recibió su puntilla mortal con la presentación del acuerdo Sánchez-Puigdemont. La soberanía nacional ya no reside en el pueblo español (“del que emanan los poderes del Estado”), como reza el artículo primero de la Constitución. El pacto final con el PNV conocido el viernes añade dimensiones enciclopédicas al destrozo causado en la arquitectura del Estado por el felón: reconocimiento nacional de Euskadi y traspaso de la Seguridad Social, entre otras gabelas. Cataluña y País Vasco son ya de facto Estados independientes.

¿Puede un presidente del Gobierno tener un “mejor amigo”? En España, sí. Sánchez los tiene a pares y los coloca con total liberalidad al frente de negocios de los que nada saben

A pesar de valorar el gesto de Costa al presentar su dimisión, “porque el país no podía correr el riesgo de ser gobernado por alguien con un aura de sospecha”, escribía el miércoles Manuel Carvalho en el diario Publico, la sociedad portuguesa sigue en estado de shock. “Ya es bastante trauma para un país contar con un ex primer ministro con el historial moral de Sócrates como para añadirle uno nuevo”, afirmaba por su parte María João Marques en el mismo medio. “Estaremos ante una crisis de Régimen si se prueban delitos de corrupción que afecten al núcleo central del poder”. Socialismo destroyer. Es el estilo desahogado de una ideología que supura arrogancia cuando no simple soberbia. Como tantos líderes socialistas, Costa impuso una forma de gobernar marcada por la opacidad, incluso la hostilidad a cualquier intento de escrutinio, llegando incluso a la exigencia de impunidad política en los casos más sangrantes. En el pecado llevaba la penitencia. Muchos se llevaron las manos a la cabeza cuando se conoció el nombramiento de Vítor Escária, un lobista y conseguidor con un pésimo historial, como su jefe de gabinete, pero todo fue peor en el caso del empresario Lacerda Machado, distinguido con el título de “mejor amigo” de Costa, un tipo presente en casi todos los expedientes sospechosos de su Gobierno. “En una democracia sana todas las conexiones son oficiales y transparentes. No existen áreas oscuras y ambiguas de relaciones informales”. Hay remedio. En Portugal hay salvación, cosa imposible de imaginar hoy en España. “Lo bueno es que vivimos en una democracia donde la separación de poderes funciona”, se felicitaba el citado Carvalho. “Lo bueno es el sentimiento de que policía y Ministerio Público son esenciales para mantener la ley y el Estado, el convencimiento de que Policía y Procuraduría son la reserva moral de la República”.

¿Puede un presidente del Gobierno tener un “mejor amigo”? En España, sí. Sánchez los tiene a pares y los coloca con total liberalidad al frente de negocios de los que nada saben, resultado de lo cual son pérdidas millonarias con las que apechugan en silencio los PGE, es decir, el dinero del contribuyente. “¿Hubo jamás un pueblo cuyos dirigentes fueran sus enemigos de una manera tan evidente?”, escribió Hemingway en “por quién doblan las campanas”. Un enemigo cobarde, que no da la cara, que se escuda tras personajes pantalla de segundo rango para cometer sus fechorías. España se ha convertido en un gran Casino, ciudad sin ley por la que campa una mafia con sus asesinos a sueldo, gente solo preocupada por la paguita, el chándal, el trinque gordo y el “qué hay de lo mío”. Tipos feos -la estética del socialismo-, a la par que pérfidos, dispuestos a apretar el gatillo o a comerse marrones como el que se ha tragado el bueno de Santos Cerdán en Bruselas. “Que se encargue Clemenza”. La suerte de nuestra democracia ha sido negociada en Bruselas por un señor con cualificación de “técnico en electrónica industrial” (FP-II). Cerdán, natural de Milagro, prodigio poético, es el Clemenza de Pedro, ese memorable personaje creado por Puzzo e inmortalizado por Coppola. No hay capo que se pueda comparar a Don Pedro Corleone, ni “consiglieri” que pueda rivalizar en cinismo con Tom Bolaños Hagen, ni sicario capaz de medirse en sordidez con Cerdán Clemenza. Tendremos un Gobierno procesista, formado por caraduras convencidos de que los españoles son idiotas capaces de tragarse cualquier sapo, tipos de los que cualquier ministrín socialista puede mofarse impunemente. “Que se encargue Clemenza con gente de confianza, pero que no se entusiasmen porque no somos asesinos”.

No hay capo que se pueda comparar a Don Pedro Corleone, ni “consiglieri” que pueda rivalizar en cinismo con Tom Bolaños Hagen, ni sicario capaz de medirse en sordidez con Cerdán Clemenza

Y con un Felipe VI prisionero en Zarzuela, maniatado, sin los registros de excepcionalidad de su padre, un rey enfrentado a un silencio plomizo, de hierro, en un momento mucho más grave que el que motivo su célebre discurso de octubre de 2017. Con un PSOE convertido en el partido del golpe de Estado, un PSOE que ha escrito páginas "gloriosas" en la historia de España, la de 1917 por citar la primera, la del 34, revolución de Asturias, mucho más grave, la del drama del 36 o a la durísima resistencia que opuso al franquismo durante los 40 años de dictadura, pero ninguna felonía tan brutal como esta. “No fue posible la paz”, que dijo Gil Robles. “La Comisión de justicia acuerda la creación de un Tribunal para juzgar a jueces y fiscales” (“La República en Marcha”). La historia se repite en forma de pesadilla. Un PSOE con el que habrá que acabar si los españoles quieren gozar de alguna posibilidad de salvación en la batalla que ahora se abre entre tiranía y libertad. Millones de españoles cabreados, gente que no sale a las manifestaciones, pero que se indigna con lo de Boyé, lo de la Borras, lo de los 15.000 millones, gente que se pregunta qué sentido tiene seguir pagando impuestos para que nuestro apuesto Corleone regale su dinero a los capos de la mafia que le mantiene en el poder. Gente que se pregunta cómo ha podido perder pie este país de manera tan clamorosa, “es que si no hubiera sido por Carrillo no habríamos tenido transición”, frase de Fernando Abril-Martorell, “es que La Pasionaria fue vicepresidenta de la mesa de edad del Congreso”, ¿cómo hemos podido caer tan bajo?, gente que simplemente quiere vivir en paz. Y en libertad. No le saldrá gratis. No nos saldrá gratis. No sabemos cuándo ni dónde estallará, pero es seguro que tanta ignominia terminará estallando. Recemos para que sea sin sangre.