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Opinión

¿Qué le debemos al César?

El expresidente catalán Carles Puigdemont
El expresidente catalán, Carles Puigdemont Europa Press

Estrepitosamente se vienen sucediendo, día tras día, nuevas exigencias por parte de los que en un tiempo aciago pusieron en un brete a la nación española. Tristemente, la sociedad, callada, dormida, anestesiada y apaciguada, asiste a la respuesta silente de los políticos destinatarios de las exigencias.

Y ante la negativa rotunda de conceder las primeras peticiones, se suceden las posteriores. Cada día una nueva cesión (el salchichón, que un político ha mencionado). Pedir es gratis y por pedir que no quede. Visto el ejemplo de vascos y navarros, ahora se pide un cupo catalán y una agencia tributaria independiente.

Lo triste de todo esto es que quien lo pivota es una persona que, si no se hubiera escondido en un maletero, habría rendido la misma cuenta que sus camaradas de asonada. Desde el exterior, parapetado en miles de recursos judiciales, tras el burladero de la frontera, marea a su presa con capotazos vergonzosos para todos los españoles.

Y en algún momento aquel prófugo de la Justicia conseguirá que el torito pase por el aro, es decir, que acuda al matadero, pues mansamente le va susurrando lo que quiere y el toro, prendado del color rojo del capote sigue y sigue la estela, ansioso de volver a la dehesa, encumbrándose como el mejor de los ejemplares del ruedo político.

Lo que el toro no ve, es que tras el rojo del capote, se esconde la traidora estelada, y que tras la puerta roja que se abre no está la dehesa, sino el crudo y áspero matadero. Y mientras tanto, en el tendido de la plaza unos no quieren ver el espectáculo, tienen la mirada fija en el móvil, en la tele o en el fútbol, otros aplauden la bravura del toro y se tapan los ojos cuando van a votar, y muchos, muchos, miran para otro lado. Ni sienten, ni padecen.

Pero ahí de aquellos que disienten, que dicen: ¡Despertad! Abrid los ojos y mirad. Que no somos borregos. Alzad la voz antes de que sea demasiado tarde, antes de que el de la barretina no sólo se lleve el toro a su redil, sino que nos despiece a todos.

La sociedad democrática debe ser consciente de su responsabilidad, de que todos y cada uno somos miembros de un país que debería definirse de libertades, de ciudadanos iguales, en el que imperase el Estado de Derecho

Pocos parecen, calladamente opinan, intentan despertar conciencias y reclamar la esencia de lo que un día fue una orgullosa España que junta, unida, iniciaba una nueva etapa con esperanza en democracia. Y, si al menos alguna de estas voces consiguiera penetrar en las molleras de la dormida población, todos acabaríamos preguntando por qué motivo asistimos atónitos a un ejercicio de mercadeo con nuestra Constitución.

Porque, de repente, la amnistía, una supuesta deuda histórica, la creación de una agencia tributaria independiente, la exculpación de los próceres de antaño, es posible con tal de lograr que el amado torito, el líder que pisa la rosa de su partido, y expulsa a sus mayores, sea, de nuevo, aupado a un trono hecho de jirones mal cosidos, que pronto quedará cojo y desvencijado.

Y así, la gente trabajadora y esforzada de este país acabará preguntándose: ¿qué le debemos al César?, ¿qué es eso tan importante que ha hecho por nosotros para que le dejemos que venda nuestra democracia y nuestra nación al que le promete entronizarle de nuevo?

¿Acaso los que le votaron desean que les siga mintiendo? ¿Acaso superado el estupor por la concesión de los indultos, ven un paso más allá, la amnistía, como migajas?

La sociedad democrática debe ser consciente de su responsabilidad, de que todos y cada uno somos miembros de un país que debería definirse de libertades, de ciudadanos iguales, en el que imperase el Estado de Derecho. No debe ser esta sociedad cómplice, con su silencio, de la venta de un gobierno al mejor postor.

Debe esta sociedad caer en la cuenta de que nada se le debe al mencionado César como para permitir que sacrifique nuestra democracia, la unidad de España, el sistema constitucional de 1978, la independencia del Poder Judicial y el imperio de la Ley como expresión del Estado de Derecho.

Llegado el tiempo, cada presidente del gobierno tiene que entender cumplida su función, como un eslabón más en la cadena de gobiernos elegidos democráticamente. Y cuando los números no dan, no caben juegos circenses para quedarse atado al sillón hecho jirones. Hay algo más importante que ese César. Ese algo es la Nación, la patria, la tierra de todos, cuyos designios y decisiones deben dirigirse de forma orientada al bien común, pensando en todos los ciudadanos y no de forma indignamente esclava de los postulados de los que quieren partirla.

Reivindiquemos, pues, el sentir democrático y constitucional del que todos los españoles deberíamos hacer gala, para garantizar un correcto funcionamiento de los poderes constituidos, una política orientada al interés general y un progreso que sólo una nación en la que impere el respeto de la Ley puede conseguir.

Antonio Morales Martín es inspector de Hacienda del Estado

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  • N
    NormaDin

    A este lechón le debemos un san martín.