Opinión

Putin, prisionero de la historia

El presidente de Rusia, Vladímir Putin. EFE / EPA / Grigory Sysoev / Sputnik / Kremlin.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin/ EFE

De todos es sabido que Vladimir Putin es un gran aficionado a la historia, más concretamente a la historia de Rusia del siglo XX. La lee en clave patriótica, revisionista y le gusta identificarse con personajes importantes del pasado. Hace unos años durante una cumbre de la CEI, la Comunidad de Estados Independientes, una organización que surgió tras el colapso de la URSS y que reúne a 9 de las 15 repúblicas soviéticas, armó un pequeño escándalo internacional cuando acusó a Polonia de haber provocado la segunda guerra mundial. Durante más de una hora estuvo desgranando sus razones para estupor de los asistentes, que se encontraban allí para hablar de política comercial y acuerdos culturales.

La perorata no fue casual. Meses antes el parlamento europeo había emitido una resolución en la que se condenaba tanto el nazismo como el comunismo soviético como causantes de la guerra. La resolución reprobaba a la Rusia de Putin por blanquear los crímenes cometidos por las autoridades soviéticas. Esto último molestó mucho a Putin, embarcado desde hace años en una campaña de revisión y reescritura de la Historia de su país, y aprovechó la primera ocasión que se le presentó para embestir contra los polacos, por quienes profesa un desprecio sólo superado por el que siente por los ucranianos.

La guerra de Ucrania tiene para Putin profundas raíces históricas y eso mismo, la coartada histórica, es algo que emplea con frecuencia la propaganda rusa cuando afirma que Ucrania nunca existió como Estado antes de 1991

Para estos últimos reserva sus peores dardos. Considera, y así lo ha dejado por escrito, que Ucrania no existe y que realmente forma parte de Rusia. Sobre esa presunción montó la “operación militar especial”, cuyo objetivo era someter a Ucrania colocando un Gobierno títere al servicio de los intereses de Kremlin similar al de Lukashenko en Bielorrusia. La guerra de Ucrania tiene para Putin profundas raíces históricas y eso mismo, la coartada histórica, es algo que emplea con frecuencia la propaganda rusa cuando afirma que Ucrania nunca existió como Estado antes de 1991 y que los ucranianos son en realidad rusos a quienes Occidente tiene abducidos.

Esta querencia por fundamentar la acción del Gobierno en una lectura interesada de la historia volvió a repetirse con motivo de la rebelión de Yevgueni Prigozhin. Putin podría haber comparecido por televisión condenando el golpe y anunciando a renglón seguido duras penas para los golpistas, algo que hizo, pero se vio en la necesidad de entroncar una vez más con el pasado. Apeló a un golpe de Estado que se produjo en 1917 y que cualquier ruso o aficionado a la historia de Rusia conoce a la perfección. Se refería al golpe de Lavr Kornílov, un general del ejército zarista que, en agosto de 1917, se pronunció contra el Gobierno provisional de Aleksandr Kerenski surgido meses antes en la revolución de febrero.

El golpe de Kerenski fue uno de los pronunciamientos más torpes y atropellados de la historia de Rusia. Lavr Kornílov, que si bien era buen general en el campo de batalla no era muy inteligente para todo lo demás, actuó por impulso. Era de los pocos generales zaristas que podía presumir de victorias en el frente y eso le había proporcionado cierta popularidad. Por esa razón Kerenski le nombró comandante en jefe del ejército. Pensaba que colocando en ese puesto a un zarista acreditado, los elementos más conservadores del ejército no se opondrían a su Gobierno. Pero estos elementos y el propio Kornílov estaban persuadidos que la situación se le había ido de las manos a Kerenski. Pensaban que carecía de los arrestos para contener a los soviets, que pedían la salida de la guerra cuanto antes. El Gobierno de Kerenski se encontraba asediado por los problemas económicos y el malestar social. La guerra iba peor que nunca por lo que la única solución pasaba, según Kornilov, por restablecer el orden. Eso había que hacerlo en Petrogrado, todavía capital de Rusia, mediante un levantamiento militar que demostrase al presidente quien mandaba allí.

Putin no mencionó a Kornílov, a quien seguramente muchos rusos no conozcan más que por una referencia de sus años escolares, pero se detuvo en 1917. Con eso bastaba

El golpe de Kornílov fue un completo desastre que acabó con su detención unos días más tarde. Se encontró con que nadie le seguía, ni los rusos de a pie, ni los oficiales del ejército, ni la tropa, cuya única obsesión era acabar con la guerra y volver a su casa. Intuyeron que aquello podría desembocar en una guerra civil y el laureado general se quedó solo. El Gobierno le recluyó en un monasterio católico de Bielorrusia por miedo a que si le sentenciaba a muerte otros generales se lo harían pagar. El Gobierno de Kerenski no duraría mucho. Tres meses más tarde los que dieron un golpe fueron los bolcheviques en lo que se conoce como revolución de octubre. Tras ella dio comienzo la guerra civil que se extendería hasta 1923.

Cualquier ruso sabe que 1917 fue un año especialmente conflictivo. Aquel año fue central en la historia rusa del siglo XX. Sólo mentar la cifra trae a los rusos recuerdos aciagos, algo parecido a 1936 con los españoles, 1939 para los polacos o 1940 para los franceses. Apelar a ciertos guarismos malditos tiene efectos inmediatos en la psique colectiva. Putin no mencionó a Kornílov, a quien seguramente muchos rusos no conozcan más que por una referencia de sus años escolares, pero se detuvo en 1917. Con eso bastaba. Había que traer ese año perverso a la memoria de todos.

Las rebeliones de Kornílov y de Prigozhin están separadas por más de un siglo de historia y pueden establecerse algunas analogías, pero también muchas diferencias, pero la cuestión no era indagar en ambos acontecimientos, sino traer al presente un pedazo de historia para aleccionar sobre las consecuencias que puede acarrear. El golpe de Kornílov no consiguió tracción entre el ejército y la población, pero sus motivos sí que eran compartidos por muchos rusos de la época.

Con Prigozhin sucedía algo similar. Muchos rusos, más de los que Putin desearía, estaban de acuerdo con las críticas al Gobierno que publicaba regularmente a través de su cuenta de Telegram. Cargaba contra la cúpula de un ejército supuestamente invencible que está haciendo el ridículo frente a un país que consideran de segunda clase como Ucrania. Se lamentaba de la pérdida innecesaria de vidas de jóvenes rusos en el frente y denunciaba la corrupción ubicua entre los oficiales del ejército. Todo sin cuestionar en momento alguno a Vladimir Putin, a quien se lo debía todo y por quien siente veneración personal y política.

En la guerra fue hecho prisionero por los austriacos, pero se las ingenió para escapar del campo de prisioneros austrohúngaro y regresar a Rusia para integrarse de nuevo en el ejército

En 1917 Kornílov no se pronunció para derrocar a Kerenski, sino para conjurar la amenaza bolchevique y reconducir la situación que se había desmandado. Kornílov provenía del zarismo, pero no era un general zarista al uso. A diferencia de la mayor parte de sus compañeros, no pertenecía a una familia aristocrática de San Petersburgo, era originario de Asia Central, había nacido en el seno de una familia de humildes calmucos del Turquestán y, en base a estudio y mérito, había llegado al generalato. Desconfiaba de los generales de sangre y simpatizaba con la revolución burguesa de febrero, a la que consideraba moderna y meritocrática. En la guerra fue hecho prisionero por los austriacos, pero se las ingenió para escapar del campo de prisioneros austrohúngaro y regresar a Rusia para integrarse de nuevo en el ejército. Eso le hizo muy popular entre la soldadesca, la prensa hablaba de su gesta personal y de cómo la visión del joven general (tenía sólo 44 años al comenzar la guerra) les conduciría directos a la victoria frente a los alemanes.

Con Prigozhin la historia ha sido distinta. No ha puesto en tela de juicio a Putin, pero si la justificación sobre la que descansa su “operación especial” en Ucrania. En el vídeo que subió a Telegram poco antes de ponerse en marcha y tomar Rostov con sus mercenarios dijo que todo era mentira. Que la OTAN no planeaba una intervención militar contra Rusia, que los ucranianos no se habían metido con Rusia y que todo en el frente era un desastre. Esto sorprendió a muchos rusos con el seso reblandecido por 18 meses de propaganda intensa que les cuenta que las operaciones marchan sobre ruedas, que las ganancias territoriales son reales y que la victoria final está a la vuelta de la esquina.

Ver en la pantalla del móvil a todo un oligarca como Yevgueni Prigozhin decir en voz alta lo que muchos saben, pero pocos se atreven a verbalizar, era cruzar una línea que nadie antes se había atrevido a saltar

Era llamativo porque en Rusia está terminantemente prohibido referirse a la guerra por su nombre. Se ha llegado a detener y procesar a gente por decirlo en foros de internet. Las pocas manifestaciones contra la guerra se han saldado con una ensalada de palos por parte de la policía y penas de cárcel. Ver en la pantalla del móvil a todo un oligarca como Yevgueni Prigozhin decir en voz alta lo que muchos saben, pero pocos se atreven a verbalizar, era cruzar una línea que nadie antes se había atrevido a saltar. En Rusia todos conocen a Prigozhin y saben a lo que se dedica. A lo largo del último año la prensa oficial ha loado sus hazañas bélicas como hace un siglo loaba las de Lavr Kornílov. Aunque nos parezca insólito era alguien muy popular y hasta querido ya que era el único que les estaba trayendo victorias de verdad y no simples repliegues tácticos y bombardeos sobre población civil indefensa.

El final de los golpes de Kornílov y Prigozhin ha sido muy parecido. Al primero, Kerenski le envió a un monasterio bielorruso junto a sus capitanes. No pasaría mucho tiempo allí. Con la convulsión de la revolución de octubre consiguió salir y se unió al ejército blanco. Prigozhin está también en Bielorrusia protegido por Lukashenko, no sabemos durante cuánto tiempo y en qué condiciones. Si Putin se siente fuerte ordenará eliminarle, pero aún no lo ha hecho. Lo mismo se puede decir de sus hombres que son muchos más de los que Kornílov consiguió movilizar.

La historia nunca se repite, pero de vez en cuando rima. Cuando el sábado por la mañana Putin recurrió a ella por televisión sabía lo que estaba haciendo, pero quizá 1917 no sea el mejor año para rememorar. Aquel año el Gobierno cayó dos veces y le siguió una guerra civil larga y sangrienta. Tal vez ya ha interiorizado que ha quedado tan expuesto como Kerenski.