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Puigdemont: o todo o nada

Carles Puigdemont
Carles Puigdemont Europa Press

El fugadísimo lo decía ayer en una entrevista radiofónica: o es investido como presidente de Cataluña tras los comicios autonómicos o abandona la política y se va a su casa. También ha dicho que piensa volver una vez pasadas las elecciones. Teniendo en cuenta que es más que probable que la ley de amnistía todavía no pueda aplicarse, eso podría suponer su detención. Todo esto choca frontalmente con lo que había mantenido Puigdemont hasta ahora y con la misma personalidad del personaje. Hasta ayer mismo, decía que tan solo se planteaba su retorno a Cataluña si contaba con la mayoría necesaria para ser presidente. Eso ya era mucho suponer porque representaría que Junts, las CUP y ERC deberían sumar sesenta y ocho escaños, lo que no parece demasiado probable. Por otra parte, no está nada claro que Esquerra aceptase a Puigdemont como presidente. Más extraña es todavía su intención de, caso de no ser presidente, abandonar la política y todavía suena más raro que, esté o no en vigor la ley de amnistía, pise territorio nacional.

Si algo caracteriza a Puigdemont es el pánico cerval que ha demostrado a la hora de afrontar sus responsabilidades ante la justicia. Ni es su carácter ni ha sido su estrategia a lo largo de estos años

Todo esto deja perplejo al analista, porque si algo caracteriza a Puigdemont es el pánico cerval que ha demostrado a la hora de afrontar sus responsabilidades ante la justicia. Ni es su carácter ni ha sido su estrategia a lo largo de estos años. Por otro lado, más difícil es imaginar al ex presidente dejando de lado la política, el medio en el que toda esta generación mediocre de políticos separatistas ha medrado. Que la decisión adoptada por Puigdemont es radical – caso de no albergar una doble intención que se nos escapa – lo demuestra que no tan solo no aceptaría su escaño en el parlamento catalán, sino que renunciaría a presentarse como candidato a las europeas.

Hay factores que han podido influir en su decisión, sin duda alguna. La tremenda pelea política existente en sus propias filas, por ejemplo, dado que Junts está irremediablemente dividido entre los irreductibles y más que amortizados partidarios de la DUI, léanse Laura Borrás, Aurora Madaula, Dalmases y otros, y la gente que vería con buenos ojos un retorno a la táctica convergente de negociación con el gobierno central, dejando a un lado experimentos que ya se ha visto el resultado que dan. Que si no sale presidente echará las culpas a Esquerra es más que evidente; que la irrupción de Aliança Catalana – las encuestas les dan tres diputados – viene a cambiarlo todo en el microcosmos separatista, también; que lo dicho por Puigdemont viene a ser su último farol, un último chantaje a los suyos y al conjunto del electorado que se creyó que esto de la independencia iba en serio, por descontado. Hay dirigentes del partido heredero de Convergencia que no dudan ya en hablar abiertamente del fin del proceso. El plante de los fiscales ante la ley de amnistía es un elemento más, y no el menor, que demuestra que uno puede proponer en una cámara lo que quiera, que luego está la ley y el poder judicial para decir si eso es conforme a derecho o no. Ahí el separatismo sabe por experiencia que tiene la batalla perdida. Es más, saben que si cae Sánchez, la batalla estará perdida y condenada a pasar al olvido durante mucho, muchísimo tiempo.

Eso, si no tenemos en cuenta que tantos años de calentamiento político han creado núcleos violentos, los que agreden físicamente a los estudiantes de S’Ha Acabat en la universidad o los que destrozan las casetas de VOX, que podrían organizarse ante lo que muchos separatistas definen como “la traición de nuestros dirigentes”. En eso coinciden con el que se proclama a sí mismo como “el presidente legítimo”: o todo o nada. Pero la historia nos demuestra que cuando se plantean las acciones políticas en esa clave el resultado suele ser lo segundo, la nada. Al final, se cumplirá algo que enuncié hace mucho tiempo: el separatismo, cuando deje de ser un problema político – que todavía lo es – se quedará reducido a un problema de orden público.