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Opinión

¿Quién es ese tío del flequillo?

Carles Puigdemont.

A principios del 2009 –Dios mío, parece que hablemos del pleistoceno– el separatismo, azuzado y financiado por Convergencia, organizó una plataforma denominada Deu mil a Brussel.les, diez mil en Bruselas, que pretendía movilizar a diez mil personas para que se plantasen en la capital europea con tal visibilizar el deseo catalán de la independencia. Había que meterle presión al Gobierno español, aseguraban felices y complacientes. Este próximo siete de marzo se cumple el aniversario de lo que debía ser la primera demostración en el extranjero de los estelados. Recordemos que era un momento en el que decían que una Cataluña independiente sería la Dinamarca del sur, que España sin Cataluña entraría en bancarrota, que íbamos a ser el próximo Estado de una Europa deseosa de librarse de la rémora española y, asimismo, encantada de acoger a una nación potente, solvente, democrática y moderna como la que pintaban Artur Mas, David Madí y todo el pinyol convergente. Las mentiras acababan de salir del horno y aún eran digeribles por mucha gente. El resultado: según la Policía belga, acudieron solamente tres mil personas.

Los organizadores negaron la mayor y se llenaron la boca con palabras como "éxito", "lo hemos conseguido", "ahora España tiene un problema" y todas las falsedades que venimos escuchando desde entones. De ahí a solicitar un referéndum de autodeterminación no medió un segundo y el segundo paso, un fracaso más rotundo que el anterior, fue una campaña para pedirle a la ONU que tomase cartas en el asunto. De aquellos polvos nace el lodo en el que se mueve ahora Puigdemont, que se tragó la propaganda de los suyos. No hay nada peor que creerse tus propias mentiras, de ahí que la imagen divulgada por varios medios en la que se ve a todo un Parlamento Europeo vacío y arriba, en el rincón de pensar, a Puigdemont junto a Comín, sea el paradigma del final de aquella mentira. No estaban ni se les esperaba.

Puigdemont, del que ayer dábamos cumplida novedad, no deja de ser el tío del flequillo, el Haare knallen, que decía un eurodiputado alemán para referirse a él por desconocer su nombre. Y eso que lo detuvieron en su país. Nadie lo ve más que como una extravagancia, una de las personalidades variopintas que a veces produce la cámara legislativa de una Unión en la que la condición de eurodiputado recae no pocas veces en personajes salidos de un tebeo, ridículos o, a lo más, curiosos. Jordi Cañas lo definió a la perfección: es como si hubiera entrado un avestruz en el hemiciclo. Produce cierta curiosidad y ya está. Que los Verdes se hayan negado a acoger al de Waterloo dice mucho del nulo peso del expresidente, igual que el hecho de que los únicos apoyos que ha recibido sean los de los separatistas flamencos –la eurodiputada que lo acompañaba cuando fue a recoger su credencial, Assita Kanko, pertenece a la Nueva Alianza Flamenca-, la irlandesa Lynn Boylan del Sinn Fein, la sueca Bodil Valero, de los Verdes, la separatista gallega Ana Miranda y el euroescéptico de extrema derecha británico Nigel Farage. Y se acabó. Hasta ahí el resultado de años de malgastar dinero y más dinero público en campañas propagandísticas, en embajadas con personas al frente que se han llevado –y se llevan– sueldazos de aúpa, de intoxicar con respecto a España, de difamarla, de insultar incluso a la misma Unión Europea a la que el mismo Puigdemont tildó de antidemocrática en su primera intervención en el pleno.

Para pasar a la Historia como un flequillo errante cualquiera, sin mayor pena ni gloria, por culpa de un desmesurado ego, francamente, no hacía falta ni este lío ni destrozar a Cataluña"

El tío del flequillo, el Haare knallen que decía el eurodiputado alemán, socialdemócrata, para más señas, ya tiene un sueldazo y una ocupación. Tiene, también, la inmunidad parlamentaria para pisar territorio español sin que pueda, al menos en teoría, ser detenido y puesto a disposición de la Justicia. Debido a que en la Eurocámara está condenado a ser solamente un flequillo ambulante, como el esqueleto con pata de palo del cuento de Espronceda, que vagaba eternamente por los Pirineos, ahora quiere pisar suelo español, a ver si así se le hace algo de caso. Por eso vendrá, por eso tiene que venir, por eso es imperioso que venga según le dicta su descomunal ego, que combate denodadamente con su no menos monumental cobardía.

Y uno se pregunta si eso le habrá valido la pena. Porque para pasar a la Historia como un flequillo errante cualquiera, sin mayor pena ni gloria, por culpa de un desmesurado ego, francamente, no hacía falta ni este lío ni destrozar a Cataluña. Con haberse presentado a Operación Triunfo con su guitarra, bastaba.

Al menos, Mas y los suyos empezaron todo esto para disimular la corrupción convergente.

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